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 domingo, 03 de diciembre de 2006  
[Lecturas]
La voz de la violencia

Carlos Roberto Morán / La Capital

Relatos. Todas las familias felices, de Carlos Fuentes. Alfaguara, Buenos Aires, 2006, 422 páginas, $ 39.

México querido, pero no lindo y en todo caso, notoriamente feroz. Así al menos es el "retrato" que presenta Carlos Fuentes en su último libro, una serie de relatos en los que ha intentado mostrar el verdadero rostro de la "familia" mexicana en estos considerablemente desoladores comienzos del milenio.

Se sabe, Fuentes es una suerte de escritura incesante, que a cada rato sorprende con un libro nuevo. Novelas, cuentos, relatos largos, ensayos políticos o de carácter cultural, nada parece resultarle ajeno al autor de una obra gigantesca e irregular, que quizás albergue intenciones balzacianas y que él mismo ha dado en llamar "La edad del tiempo".

Un tiempo que a los 78 años -cumplidos el 11 de noviembre- y luego de haber sufrido la dolorosa doble pérdida de sus hijos, muy jóvenes ambos, lo encuentra en plena discusión contra las realidades de su patria. Porque "Todas las familias felices" refiere pura y centralmente a México y, en forma especial, al monstruoso Distrito Federal o DF, como se lo suele llamar, que alberga a más de veinte millones de habitantes y que crece sin solución de continuidad, como también lo hacen la corrupción y la violencia.

Fuentes narra con grandilocuencia, se carga de palabras y no siempre sale bien parado del reto. Pero igual arremete, en este caso respecto de la familia que, tal como está aquí presentada a través de diversas historias, como si fueran distintas facetas de un rostro elusivo y cambiante, no sale precisamente bien parada.

Un ranchero quiere que sus hijos sean sacerdotes pero ellos tienen otros planes, ajenos al padre; un sacerdote lleva a la montaña a su hija, a la que no le confiesa su paternidad y en cambio la somete casi a la esclavitud; tres hermanas envejecen sin poder liberarse de las imposiciones del padre muerto; el hijo del presidente mexicano intenta liberarse, mal, de las ataduras que impone el poder; una madre explica, por carta, como y quién fue su hija al hombre que la asesinó; una pareja de homosexuales ve pasar la vida cada día más solitarios y más alejados de la cambiante realidad; un actor debe aceptar que el paso de los años lo ha arrojado a los márgenes de su profesión mientras tiene que hacerse cargo de un hijo minusválido, del que reniega; un comandante del Ejército debe buscar en la montaña a su hijo guerrillero para matarlo; dos ancianos, que fueron amantes en su juventud, se reencuentran en un viaje y comprenden que nada tienen para decirse...

La lista no concluye allí. Fuentes ha buscado ofrecer imágenes variopintas, como si se tratara de un calidoscopio, el rostro -para él- deforme de las familias "felices". El resultado es irregular, efectivo en determinados momentos, retórico en otros (especialmente en el último relato, "El padre eterno"), todo plasmado con ese tono elocuente con el que el autor gusta conferir a sus textos.

Pero donde Fuentes sí nos resultó eficaz ha sido en los "coros" que enlazan una ficción con la otra. Son voces "broncas" que hablan de atroces realidades: violencia, violaciones, asesinatos, pandillas, asaltos, las brutales tribus urbanas conocidas como las "maras" salvadoreñas. También episodios terribles registrados en distintos puntos de una América Latina teñida de injusticias.

Esos coros buscan ser un contrapunto de las ficciones centrales, pero nos han resultado lo más eficaz de este largo libro. Sobre los "coros" ha dicho Fuentes, acertando: "He querido darle una voz muy poderosa a esa voz de la miseria, de la violencia, de la insatisfacción y del reclamo constante de la gran mayoría de los mexicanos".
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Crítico. Fuentes pone en foco los diversos rostros de México.

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