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 domingo, 26 de noviembre de 2006  
Dibujos con sabor latino
Oscar Grillo expone una muestra de su obra en el Bernardino Rivadavia. el barrio, los pibes, la mala vida y autorretratos muestran lo mejor del artista

Lisy Smiles / La Capital

"Pasen señores, pasen". No fue una frase de un animador de un circo, sino las palabras que eligió el dibujante Oscar Grillo (Lanús, 1943) para abrir su muestra que desde el jueves pasado se puede disfrutar en el Centro Cultural Bernardino Rivadavia (San Martín 1080). Un centenar de dibujos exhiben lo mejor de sí, y abren una puerta al fantástico mundo de este ilustrador argentino que hace más de treinta años vive en el exterior, pero que confiesa que "nunca" se ha ido.

Su cuerpo debe ser parte de una caricatura. Grillo es alto, y eso le permite desplazarse con extensos pasos. Tiene una voz que se hace sentir. Va y viene sin cesar por el hall del Bernardino. Lo acompaña su mujer, Patricia, que siempre lo está mirando con una sonrisa a lo Gioconda, con eterna ternura y también paciencia. Un supuesto libro de tapas rojas no abandona sus manos, esas que se admiten enamoradas de un lápiz por demás de seductor.

Oscar Grillo dibuja desde niño. Sus primeros recuerdos se remontan al fondo de su casa, cuando sobre la tierra y con un palito hacía bailotear las primeras formas. Después, estudió dibujo en la Escuela Panamericana de Arte, en 1959 publicó en Tía Vicenta y al año siguiente empezó a trabajar como animador para un estudio de los Estados Unidos, colaborando en la animación de Popeye. En 1969 emigró y su primera posta europea fue Barcelona y luego Milán, ciudades en las que trabajó como ilustrador. En 1971 fue convocado desde Londres para realizar una producción de dos semanas. La ciudad lo cautivó y se quedó a trabajar en Inglaterra como ilustrador de ediciones de obras de Samuel Beckett, Robert Musil, Lautréamont, Giovanni Verga y Jonathan Swift, entre otros. En diálogo con Señales confiesa que para él es imposible no dibujar, y como prueba abre el supuesto libro de tapas rojas que se revela finalmente como un bloc de dibujo, con cientos de páginas en blanco, imaginarios "campos de batalla" como él las define.

-Hay quienes sostienen que los dibujantes son tipos tímidos que se esconden tras sus trazos. ¿Es verdad?

-Yo aprendí una cosa con la vida, cuando me fui a vivir al extranjero me di cuenta de que no sólo valía la pena dibujar bien sino que necesitaba expresar quién era, porque sino no te abren puertas. Y no digo que tenga una personalidad arrolladora porque sería vanidoso, pero es verdad que yo desarrollé una personalidad de ir adelante que explica de alguna forma la energía de mi presentación. Cuando los jóvenes me preguntan qué pueden hacer para trabajar en dibujo animado, yo les digo que desarrollen una personalidad. A mí me sirvió.

-Pero hay quien dice que el artista habla más por su obra.

-Bueno, no sé. Es difícil afirmar eso. Yo creo que en cada momento que uno ejecuta una obra tiene una manera diferente de hacerla. Uno no es sí mismo, uno dibuja también por experiencias que le han contado, uno no puede ser todo el tiempo egoísta y tratar de hacer solamente lo que se le canta. Me parece que también uno tiene que tener las orejas abiertas para oír los sentimientos y las necesidades. Lo que se muestra ahora en Rosario es simplemente trabajo personal y ahí es cierto que salen cosas más caprichosas.

-En la mayoría de los dibujos que componen la muestra, y después de tantos años afuera, aparecen Lanús, el barrio, el tango, los pibes, la mala vida. ¿Son caprichos?

-Bueno, son caprichos en la manera de hacerlos. Lo cierto es que uno no se disocia de sus raíces. Uno fundamentalmente sigue teniendo los 9 años que tuvo cincuenta y tantos años atrás. Uno acude un poco a esas emociones primeras, hacia las visiones de aquel momento, tan ingenuas y tan abiertas a sensaciones. Lo que ocurrió en este caso es que estos trabajos coincidían con un momento bastante complicado y antipático que fue el ataque al Líbano. A mí eso me conmovió, porque las víctimas de esa violencia eran fundamentalmente niños. Y en este caso no importa si el niño está en un autobús israelí o si es un chico a quien le cae una de esas bombas de fragmentación que tiraban en las calles del Líbano. Fue algo terrible. Ahí es cuando vos pensás en niños de todo tipo, no sólo en niños violentados o abusados sino también en los que juegan a la bolita o caminan por una calle de la mano. Creo que de alguna forma yo acudí a los recuerdos no como alegatos contra la guerra sino para estar en el ambiente que me estaba conmoviendo en ese momento.

-Fue como defender la niñez.

-Sí, claro, fue volver a la niñez de uno como una defensa. Pero yo no soy un dibujante documental, no estoy dibujando a partir de fotos, ni estoy haciendo cosas que tengan que ver con una imagen que tenga en frente, aunque es cierto que la memoria ayuda mucho a crear ese espacio. Salen calles, las líneas que conformarían una aparente arquitectura de cierta época que yo conocí. Yo dibujo muy poco Inglaterra, es curioso, porque llevo viviendo allí muchos más años que acá pero hay algo en Inglaterra que yo no sé y no puedo dibujar, y es verdad que ellos tienen excepcionales dibujantes que lo hacen. Entonces, ¿qué me queda a mí? Me queda acordarme de cosas como los cines a los que yo iba cuando era pibe; los bailes de carnaval de 1954, donde yo veía a los hombres de bigotes bailar con mujeres de taco alto, y esas cosas todavía me entusiasman.

-¿Por qué insiste con el dibujo?

-Ah, eso es como el mal aliento, no te lo podés sacar de encima, es algo inevitable. Una amiga me dijo algo muy interesante, que yo pienso que es cierto, me dijo que yo nunca me aburro, es porque siempre tengo un lápiz en la mano y un papel. Ves, acá yo tengo mi bloc de dibujo, lo llevo como una frazada de seguridad. Yo escucho a la gente dibujando, miro televisión dibujando, camino dibujando. Dibujo siempre y continuamente porque es como un tic nervioso. Un dibujante tiene que dibujar como un boxeador, que a veces está haciendo training en el ring pero pelea una vez cada tres meses. Igual va todos los días al gimnasio a saltar la cuerda, a pegarle a la bolsa.

-¿Como recibirían esta muestra en Inglaterra?

-Gustaría, yo tengo muchos amigos jóvenes allí, y la vieron cuando yo estaba dibujando en casa. Creo que lo que les gustaría a ellos es la estética un poco violenta de mi línea, y mi manera de romper o desarmonizar las armonías. De aplicar un poco algo de la caricatura. Les gustaría el desparpajo, también lo que ellos llaman sabor latino. Algo que es saludable, porque me da una individualidad.
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“Yo nunca me aburro, porque siempre tengo un lápiz en la mano”, dice Grillo.

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