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 domingo, 26 de noviembre de 2006  
Sobre gustos: Ovidio Lagos

Ovidio Miguel Lagos tiene una larga trayectoria como periodista e escritor. Entre otros medios, integró las redacciones de Boom, en Rosario, y Primera Plana y La Opinión, en Buenos Aires, y fue director periodístico del canal 47 de Nueva York. Acaba de publicar "Chiloé. Un mundo separado" (Editorial El Ateneo). Vive en una estancia del sur de la provincia de Santa Fe.

-¿Cómo toma el hecho de ser homónimo del fundador de La Capital?

-Suele tener sus ventajas y desventajas. Pero, sin duda, condiciona. Usé el apellido materno -Rueda- para diferenciarme de algunos que llevaban mi mismo nombre y pertenecían a la generación anterior a la mía. Ahora ya no están y uso un solo apellido.

-¿Cuál es su mejor recuerdo de la época de Boom?

-El equipo que lo integraba: Roberto Fontanarrosa, Rafael Ielpi, Rodolfo Vinacua, Pepe Ortuño, Carlos Saldi, Peteco Laborde y tantos otros. Existía un verdadero espíritu de cuerpo y hasta una mística. Creíamos ciegamente en lo que hacíamos, porque -perdonen la inmodestia- sabíamos que éramos talentosos. De hecho, Rosario nunca más tuvo una revista similar.

-¿El periodismo cultural existe o hay una contradicción en los términos?

-Existe. Cuando comencé a trabajar en la revista Primera Plana, en 1965, me maravillé con la cultura de Tomás Eloy Martínez, de Ernesto Schoo, de Ramiro de Casasbellas y cómo la utilizaban para hacer periodismo. Aprendí mucho de ellos, y fueron mis maestros. La cultura es una forma de interpretar el mundo y un periodista debe saber hacerlo a través de un bagaje cultural.

-¿Qué lugar prefiere para vivir: Nueva York, Chiloé o el campo, en Santa Fe?

-No puedo vivir en una ciudad: el ritmo y los códigos no van conmigo. Prefiero el campo. En Chiloé, esa fabulosa isla en el sur de Chile, paso todos los veranos. Esto me permitió escribir "Chiloé, un mundo separado", para que quienes lo lean sepan acerca de la identidad cultural de la isla, que es única, como también su belleza. He viajado por todo el mundo y no encontré lugar tan bello como Chiloé.

-¿Qué se aprende en los viajes?

-Cómo piensan y cómo viven otros pueblos. Los argentinos somos bastante egocéntricos y omnipotentes, por no decir soberbios. Es bueno adentrarse en otros códigos de conducta y aprender de ellos. No siempre es fácil; está la barrera del idioma y, también, del prejuicio.

-¿Por qué le atrae, en sus libros, el mundo de la antigua aristocracia?

-Por lo general, los escritores narran lo que han vivido y lo que conocen, es decir, el medio en el cual crecieron. La aristocracia argentina tuvo su época de esplendor y llegué a conocerla. Me crié en ese ambiente cuando vivía en Buenos Aires con mi madre, a quien debo reconocer que me abrió las puertas de varios mundos.
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