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 domingo, 19 de noviembre de 2006  
Interiores: corazón o cerebro

Jorge Besso

Disyuntiva de toda la vida: o manda el corazón o decide el cerebro. Sin embargo nunca desaparece la ilusión de una suerte de armonía, tantas veces imposible, entre los dos núcleos y centros más fundamentales de la condición humana, sobre todo en el terreno del amor donde el cerebro se suele preguntar por qué el corazón impulsa a alguien por el camino más difícil, precisamente el que lo lleva de un modo directo o indirecto al sufrimiento.

El interrogante planteado en el título es una referencia a un artículo publicado en el suplemento Ciencia del diario La Nación con motivo de una nota por la visita a nuestro país de un ¡experto! en el amor, a la sazón el psicólogo colombiano W. Riso. El propósito de la ilustre visita es la presentación de su nuevo libro: "Los límites del amor. Hasta dónde amarte sin renunciar a lo que soy". Título y tema deslumbrante por todos los costados, ya que si el humano no se lleva demasiado bien con los límites, menos todavía le resulta fácil en el campo del amor donde no habría que olvidar que si algo caracteriza al amor es traspasar límites para llegar al otro y viceversa.

Lo contrario sería el enorme respeto de dos que se aman cada uno circulando por su propia vereda en un prolijo culto al límite, alternando una semana uno por la verdad de los pares, y a la siguiente por la de los impares, y así recíprocamente.

La segunda parte del título remite a una dificultad más dificultosa: la calamidad de renunciar a lo que soy. Renunciamiento destinado a tener y a conservar el amor del otro. En tal caso, no se trataría de alguien que deja de ser, sino que más bien sería un ser renunciante. Es decir alguien que dejó de preguntarse frente al espejo quién es realmente, como le suele ocurrir a los mejores humanos en algún momento de su existencia. En cambio ciertos e inquietantes especímenes, o bien siempre saben quiénes son, o bien no les interesa saberlo.

La nota de marras tiene un comienzo sorprendente al señalar que hace "400 años se consideraba al amor un mal sin tratamiento, y que afectaba ocasionalmente a los hombres". ¿Sólo a los hombres? Los cuatro siglos nos llevan a los comienzos del siglo XVII, y no parece posible que sea una referencia a un filósofo y notable matemático como Pascal (1623-1662), profundamente católico y conocedor del tema según su conocida sentencia: "El corazón tienen razones que la razón ignora".

Contrariamente al pensamiento del filósofo cristiano, el experto colombiano a punto de visitarnos sostiene que las estructuras fisiológicas relacionadas con el afecto están en el cerebro. Qué duda cabe. Semejante iluminación al respecto no deja de sorprender. También se alojan en el cerebro las estructuras relacionadas con el dormir, el comer, el estrés y con lo que sea, al punto que el humano no sólo ama (y no ama) con el corazón, y piensa (y no piensa) con el cerebro, sino que también piensa (y no piensa) con el corazón, y ama (y no ama) con el cerebro ya que por lo que parece no tenemos oficinas y gerencias exclusivamente especializadas para cada cuestión y gestión.

Por lo demás tampoco habría que olvidar que desde hace cientos de años, tanto el corazón como el cerebro, no dejan de ser metáforas del amor y de la inteligencia respectivamente. Es evidente que sin cerebro no hay inteligencia ni pensamiento posible, pero eso no es garantía para ninguna de las dos facultades dado que es perfectamente factible y constatable que alguien tenga cerebro, y sin embargo ni una pizca de inteligencia.

En cuanto al corazón es el lugar de la poesía obvia para las palabras del amor. Además de ser el lugar imprescindible para las localizaciones simbólicas, pero fundamentalmente para las localizaciones materiales en las aceleraciones del cuore tan características en los avatares del amor. Pero los amantes no sólo ponen en juego el corazón y el cerebro, sino que se abrazan con sus pieles y sus seres en esos momentos de la pasión y la fusión, por lo que hablar de "estructuras" implica la ilusión de poner en una caja algo como el amor que por definición no es precisamente "encajable".

De pronto en la nota se produce un giro un tanto inesperado cuando don Riso encara lo que él llama las nuevas adicciones: la belleza, el celular, Internet, el trabajo y el amor. Notable listado. El celular e Internet por la simple obviedad de que son una espectacular novedad en la comunicación humana. En cuanto al trabajo y el amor son adicciones de toda la vida.

Con relación al trabajo, se enlistan en el grupo adictivo laboral todos aquellos que no pueden desprender, delegar o que de algún modo u otro aman ser imprescindibles. Respecto del amor se amontonan aquí la clase de enamorados que están más enamorados del amor que del otro. Es decir casi todos. Pero la gran sorpresa viene por el lado de la adicción a la belleza. No se sabe si es una referencia a humanos adictos a Brad Pitt o a Nicole Neuman, o simplemente al vecino o la vecina. O acaso se trato de adictos a la Gioconda o a las Meninas, o a todo tipo de arte. Pero también podrían ser adictos al mar, a la montaña, a los atardeceres o a los amaneceres. En cualquier caso adicciones en principio nada graves.

Lo cierto es que tanto el corazón como el cerebro son imprescindibles para el amor y para la inmensa mayoría de todas las cosas de la vida. Pero ni uno ni el otro explican por sí solos al amor. Que alguien como Joaquín Sabina, pueda cantar y cante "me abrazo a la ausencia que has dejado en mi cama", no se puede explicar por ninguna estructura fisiológica, ni en definitiva por ninguna estructura. Sino por el talento y la generosidad de cantarle al otro. A la posible destinataria de su canción, y al alma de todos los que saboreamos sus canciones.

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