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 sábado, 18 de noviembre de 2006  
La capacitación para enfrentar la violencia
Más de 4800 santafesinos participaron en cursos organizados por la Defensoría del Pueblo provincial

Los últimos tres informes anuales elevados por la Defensoría del Pueblo de la provincia de Santa Fe a las Cámaras Legislativas y a los Poderes Ejecutivo y Judicial, como también a los medios de comunicación y distintas ONGs advierten sobre un aumento en los niveles de violencia. Una problemática que la Defensoría detecta a diario desde sus oficinas, que alcanza a distintos ámbitos e instituciones y donde la escuela no es la excepción. Una forma de responder a esta demanda fue la concreción de cursos de capacitación dirigidos a vecinos, funcionarios y educadores.

De esta manera, a lo largo del año se capacitaron a 4800 santafesinos en más de 40 localidades, acercándoles “herramientas teórico-prácticas que les permitan actuar detectar y prevenir situaciones de violencia institucional, escolar, familiar y de maltrato infantil”, según se explica ahora en el libro “Violencia: teoría y realidad”, que recoge las experiencias, conceptos y reflexiones reunidas en cada encuentro organizado por la Defensoría. El texto sera presentado el miércoles 22 en un seminario internacional abocado a tratar la problemática (ver aparte).

Los cursos organizados por la Defensoría del Pueblo provincial recibieron el apoyo financiero del Consejo Federal de Inversiones, el Ministerio de Desarrollo Social de la Nación y del Fondo Especial para Ombudsman e Instituciones Nacionales de Derechos Humanos de América latina y el Caribe.

Si bien el tema de la violencia fue tomado en sus distintos aspectos, fue de especial interés para el ámbito escolar y las instituciones que trabajan con la infancia y los jóvenes. Tal como se afirma en el libro, entre otras metas, “la pretensión es salir del lugar común de reafirmar que los adolescentes y los jóvenes son cada vez más violentos, y contribuir a instalar la visibilidad de la otra cara de la luna: la de cómo los niños, adolescentes y jóvenes, pertenecientes al contingente de los ya excluidos, son victimizados y vulnerados en sus derechos”.

En este sentido, los cursos desarrollados sobre la violencia escolar “han tenido como objetivo sensibilizar para el compromiso, es decir, hacer sentir a los actores de cada comunidad educativa que son parte de la misma y sujetos activos en el análisis y el abordaje de los problemas que allí se presentan. Y al decir problemas que allí se presentan buscamos enfatizar que el concepto mismo de violencia conlleva una compleja significación, que muchas veces damos por sobreentendida y que no nos detenemos a analizar, permitiendo la confusión de situaciones conflictivas con cuestiones violentas. Sobre este punto también mucho hemos reflexionado a través de estos cursos”, se indica en el libro.

Entre otras ideas, en la publicación se señala que se buscó afrontar en estos encuentros a la violencia dentro de la escuela como de las tantas manifestaciones de la violencia en la sociedad. “Una violencia que entró a la escuela pero se prohijó en el seno mismo de la comunidad en la que está inmersa la escuela como espacio físico y como institución”.

Por eso la estrategia seguida en estos encuentros, y tal como se recoge en la edición que estará disponible para quienes y se capacitaron en la problemática, se intentó instalar la necesidad “de pensarnos todos como posibles actores violentos, para poder dejar de pensar dentro de la lógica que implica señalar al otro como causante y responsable de la conducta violenta, razonamiento que nos exculpa de modo absoluto al ubicarnos en el lugar del perjudicado o víctima. Y también pensarnos sujetos capaces de transformar la realidad social”.

Entre otros conceptos, en el libro se indica que uno de los pasos importantes que entienden deben darse en las instituciones educativas para enfrentar la violencia, es el de “generar espacios para la resolución oportuna de los conflictos donde todos los actores y miembros de la comunidad puedan participar”.

Siguiendo esa línea, en el texto se afirma a modo de modelo de trabajo que a la pregunta frecuente que hacen los educadores: “¿Qué puede hacer la escuela frente a la violencia?”, se responde con la palabra educar como clave.


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