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 domingo, 12 de noviembre de 2006  
Tucumán > Tafí del Valle
Pueblo de los diaguitas

Tafí del Valle, en los Valles Calchaquíes de Tucumán, fue parte de los extensos dominios de la cultura Tafí, aborígenes de la civilización diaguita donde se descubrieron restos de la primera cultura agro-alfarera de la Argentina.

En la lengua de los primitivos habitantes Tafí del Valle significa "pueblo de entrada espléndida", un lugar cuya población actual es de 7600 habitantes. Tafí del Valle aún conserva muchas construcciones antiguas, muchas calles de tierra y otras de adoquines pequeños, y casas de adobe donde rejas y malvones son herencia española.

Pero una mirada profunda descubre allí la innegable influencia de los Incas. Ahora que la ciudad se extendió, que no hay grandes espacios entre el centro y sus alrededores, los establecimientos de campo abiertos al turismo rural han quedado en el centro mismo de Tafí.

Tienen la ventaja de ser albergues urbanos, y el privilegio de conservar, tranqueras adentro, el paisaje bucólico de los primeros tiempos, y el mobiliario intacto y señorial de los viejos cascos. Junto a la tranquera de la estancia Los Cuartos una frase, grabada en un tronco, dice "con la paz de los viejos tiempos".

Desde allí se ve la casa baja, larguísima, de paredes rosadas, y una galería apoyada en columnas envueltas en enredaderas. "Esta casa va a cumplir 200 años, era de mi tatarabuelo", dice Mercedes Chenaut, licenciada en letras, cinco hijos, que personalmente recibe a los huéspedes y les cuenta historias familiares vinculadas con las raíces de estas tierras tucumanas.

La historia oficial dice que los españoles llegaron a esta comarca a mediados del 1.500, y que con el tiempo fueron repartiendo tierras entre los jefes militares, campos que cinco siglos después aún están en poder de aquellas familias.

"Esta estancia tenía 14 mil hectáreas, dentro de las cuales estaba el cerro Mala-Mala, y se decía que en la época del Primer Encomendero aquí se había construido una cárcel", relató esta mujer que se decidió a abrir al turismo la antiquísima estancia, donde también organiza debate literarios abiertos a los turistas.

En el patio central aún está el primitivo pozo de agua, rodeado de perales y rosales plantados hace casi 80 años, al que los vecinos acudían con sus cántaros. El mobiliario, con pocas excepciones, es el original de Los Cuartos, nombre que deviene de lo que hacía el tatarabuelo: hoy construía un cuarto, mañana otro, y ya proyectaba el tercero.

La biblioteca es un recinto con sus paredes cubiertas de libros, muchos sobre la historia de Tafí. Es un rincón cálido, un refugio para leer paladeando un buen cognac.

También está "la suite de las tías", que tiene dos camas, una cómoda, cortinitas en los visillos y cuadros con motivos de campo. Allí dormían las jóvenes y solteras mujeres de la casa. En cambio, "la habitación de la bisabuela" tiene su historia.

En los primeros tiempos ese lugar que tiene dos amplios ventanales fue la despensa donde se guardaban los alimentos frescos. Ahora hay allí un perchero de madera rústica del que cuelgan los ponchos de algodón del verano, o ponchos del sol, reliquias de la vestimenta antigua de los señores; prendas que ya no se usan, al igual que los de lona, que eran los que usaban los peones.


La cocina de los quesos
En la cocina de los quesos hay rectángulos de cañas de monte, que cuelgan del techo, que se usan para secarlos. La estanciera explica que se llaman sarsos y que deben ubicarse cerca de dos ventanas: una por la que entre el viento norte y otra por la que lleguen las brisas del viento sur.

De los quesos sólo dirá que "se hacen con la receta del queso manchego que los jesuitas trajeron de España", y agrega que "algunos son naturales, y otros con orégano o ají colorado". Durante la cena los huéspedes tienen la sensación de haber retrocedido en el tiempo, porque de una caja tallada salen los cubiertos de plata; de un arcón los manteles bordados, y de un valijero de madera y cristal los platos de porcelana europea.

De entrada, quesos de la casa y jamón serrano; después tamales, empanadas y charquisillo -un guiso-, y "sopas de la carpa". "Estas sopas nutritivas, cuentan, eran las que se tomaban durante las grandes travesías, que exigían a las familias dormir en carpas".

La leyenda dice que hay que revolverlas mucho, para romper el conjuro que emana de su preparación, también secreta.
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El valle conserva el paisaje bucólico de los primeros tiempos.



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