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 domingo, 12 de noviembre de 2006  
Editorial:
Futbolistas amenazados y callados

La admisión por parte de un jugador de Gimnasia y Esgrima La Plata de que los futbolistas del equipo fueron amenazados de muerte por barrabravas para que no le ganaran a Boca actualiza brutalmente el debate sobre la injerencia de los grupos violentos en la vida interna de los clubes y prueba una vez más que el fútbol argentino atraviesa por una crisis terminal, que afecta gravemente su credibilidad y pone en duda la transparencia de los resultados, no sólo de partidos como el que nos ocupa sino incluso hasta de campeonatos.

Se trata de una crisis que nace de la propia complicidad de dirigentes, entrenadores e incluso futbolistas con las barras bravas, verdaderas asociaciones ilícitas de delincuentes paridas por los propios directivos de los clubes y funcionales a sus intereses y negociados.

La gravedad del episodio tibiamente denunciado por el jugador Ariel Franco alcanza por sí sola para exigirles a todos los actores del fútbol nacional un compromiso irrenunciable que permita hacerles frente de una vez por todas a los violentos, denunciándolos ante la Justicia. Sólo así habría alguna posibilidad de éxito en la difícil tarea de aislarlos y expulsarlos de los clubes, para extirparlos también del fútbol.

Sin embargo, la actitud de los compañeros de Franco, de su entrenador y de los directivos de Gimnasia deja en evidencia una vez más la sospechosa falta de compromiso de todos ellos para llevar el caso hasta las últimas consecuencias, una actitud que los aleja del papel de víctimas y los acerca peligrosamente al de cómplices de los grupos violentos.

Esa es, precisamente, una de las causas de la profunda crisis en la que está sumida el fútbol nacional: en nombre de códigos no escritos, pero que todo el mundo entiende, todos sus actores se mueven en una franja fronteriza entre lo que está bien y lo que está mal, entre lo legal y lo ilegal, entre lo que está permitido y lo que no debe hacerse, amparados por la impunidad de quienes se saben ajenos a las normas que rigen para el resto de las personas e inmersos en un mundo propio, el del fútbol, en el que todo parece estar permitido, sobre todo si es subrepticio, amañado y oscuro.

Aunque la solución a esta crisis sólo llegará desde afuera del fútbol (el Estado tendría que evaluar a esta altura si no le corresponde asumirlo como un deber propio), no habrá salida posible sin un sinceramiento de sus protagonistas y sin el compromiso de quienes son ajenos a la corrupción que lo consume para enfrentarse a los mafiosos y desenmascararlos. No es eso lo que hicieron esta semana los jugadores de Gimnasia, que dilapidaron una oportunidad incluso cuando declararon bajo juramento de decir verdad y, con su silencio, no hicieron más que proteger a sus victimarios.
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