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 domingo, 12 de noviembre de 2006  
"La herencia rosarina de Roberto Galán"

Ricardo Luque / La Capital

El concepto es claro. Lo impuso uno de los pioneros de la pantalla chica vernácula: Roberto Galán. Y quedó como una marca registrada. Se trata, por supuesto, de "las secretarias". ¿Se acuerdan? Altas, delgadas, rubias, siempre sonrientes y bien dispuestas. No tenían una participación estelar, pero siempre fueron indispensables para la maquinaria de "Si lo sabe cante". Su rol era acompañar al conductor en cada una de sus ocurrencias, aguantar mansamente sus ironías, reír con ganas con sus chistes y, sobre todo, mostrarse tan insinuantes como se podía en tiempos en los que la pacatería mandaba en la televisión. Gerardo Sofovich, otro grande del negocio del espectáculo, entendió la idea y la puso en práctica. Con una vuelta de tuerca. Inspirada en el rol que las vedettes tienen en el teatro de revista. Sus "secretarias" hacían exactamente lo mismo que las de Galán, pero tenían nombre y apellido. O más o menos. Porque la más famosa, Panam, tiene nombre artístico y nada más, y así y todo logró, después de calentar la pantalla en "La noche del domingo", convertirse en una exitosa animadora de fiestitas infantiles. El recurso, que apela a los encantos femeninos para sumar rating, es explotado también en la televisión rosarina. Alberto J. Llorente, en su tradicional show musical sabatino, se rodea de teenagers sueltas de ropa como un émulo de Hugh Heffner y sus conejitas de Playboy. Para que la imitación fuera perfecta sólo le faltaría el jacuzzi con burbujas, la copa de champagne y varios millones de dólares en la cuenta bancaria. Algo parecido, pero con otro maquillaje, hace Armando Cabrera en la pantalla de Canal 6. Más recatado, pero no menos atrevido, comparte la mesa de noticias con tres jovencitas, monas y dóciles, que sólo abren la boca para festejar las agudas "entrelíneas" que desliza el conductor del programa. Las chicas cambian, pero el hombre sigue. Incansablemente. Cumpliendo el sueño del Casanova, que cada noche enamora a una mujer distinta. Como Oscar Bertone, que amanece junto a las jóvenes más bellas de la mañana televisiva local. Y ni se inmuta. Sigue tan gélido y circunspecto como siempre. Como si fuera un ganador nato, un latin lover irresistible para quien despertar en brazos de chicas bonitas fuera lo más natural del mundo. Y no lo es. Para nada.
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