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 domingo, 05 de noviembre de 2006  
Corrientes
Carlos Pellegrini: la isla de los jesuitas

Karina Primo

Emplazada en la provincia de Corrientes, a 120 kilómetros de Mercedes, sobre una lengua de tierra casi rodeada por las aguas de la laguna Iberá, se extiende la colonia Carlos Pellegrini, puerta de acceso a un verdadero paraíso donde la naturaleza se ofrece en estado puro y salvaje.

Por esta razón se la declaró Reserva Natural Provincial en 1991 con el fin de preservar a uno de los humedales más importantes del mundo. Pero también en este lugar -cuyo destino parece atado inexorablemente a lo turístico- se está rescatando el patrimonio histórico.

Son casi 700 almas contando la zona rural, que comenzaron a revalorizar el bello lugar donde viven a través de la historia y memoria popular con objetos y documentos encontrados que pertenecieron a los pueblos guaraníes de las antiguas misiones jesuíticas.

Los habitantes muestran orgullosos la plaza, donde se puede ver un monumento recordatorio con tres fechas muy significativas, representando el proceso ocupacional del pueblo.

En 1634, fecha en que las tierras habitadas por los guaraníes (que influyeron a los primitivos grupos originarios Kara-kará y kainguá) pasan a formar parte de la provincia Jesuítica del Río de la Plata.

En 1768, luego de la expulsión de los jesuitas, estas tierras formaron parte de la provincia guaranítica de las misiones, quedando los pueblos de los naturales bajo la administración de un gobernador civil que dependía de la corona española, iniciándose así una decadencia que culmina con la desaparición física de los mismos.

Finalmente, 1830, fecha que representa el anexo oficial de las tierras a la provincia de Corrientes; los naturales estaban ya sin esperanzas de conformar una unión geopolítica con los hermanos de su raza que quedaron desprotegidos y brutalmente afectados por la enfermedad de chagas, entre otros males. De esta manera comenzó el mestizaje con el arribo de la colonización criolla, impulsada por el gobierno.

La relación con el pasado jesuítico lo documentan trabajos efectuados por la Dirección de Planeamiento de Corrientes, donde dice que se encontraron restos de construcciones de la época y una campana que luego se llevó a la iglesia de La Cruz.

También en el cementerio, al igual que el de Loreto y San Miguel, existen varias "Cruces de Lorena", que constituían un emblema de la Compañía de Jesús, con dos travesaños, el superior menor que el inferior, indudables recuerdos de tradiciones traspasadas de generación en generación.

Otro vestigio vivo de la influencia jesuítica que permanece tangible es la religiosidad del pueblo, la fe de la gente, las imágenes de madera -de posible procedencia misionera- que se conservan en los altares; los relatos de los mayores que conocían a determinados lugares, como el caso de un monte en la actual estancia San Solano con el nombre de La isla de los Jesuitas; y a una lomada arenosa cercana como el "Cerro de los Jesuitas".

Otro legado cultural que perdura con mas fuerza en los asentamientos pos jesuíticos es el idioma guaraní, que tantas voces le ha aportado al castellano. Se habla entre amigos, en la intimidad, se ha transmitido de generación en generación y los habitantes de la Colonia sienten auténtico amor por la lengua de sus ancestros.

Entre las diferentes acciones que se están llevando adelante para revalorizar el pueblo, se piensa en rescatar a la vieja balsa de origen holandés que hoy está semisumergida frente al muelle y era el único medio de comunicación que se tenía hasta la construcción del puente y pedraplén que une a la colonia con la ruta provincial 40, trazada en parte sobre el antiguo camino real.


Vivir como hace cien años
Es un placer recorrer el pueblo en compañía de José Martín, guía local y amante de la naturaleza. El cuenta el fanatismo político que existe en el lugar desde tiempos históricos. Todo es azul (unitarios-liberales) o rojo (federales-autonomistas), desde la ropa colgada en los tendederos hasta los enceres de caballos y carruajes.

Todavía se mezcla lo originario con lo católico, en las tumbas se ven ofrendas de bebidas o comidas con imágenes cristianas y se recurre a las rezadoras lloronas para que "entretengan los velorios".

La gente vive tranquila, sigue construyendo los ranchos a la vieja usanza, con barro cañas y paja, conviviendo con las importantes posadas turísticas que ofrecen el máximo confort a los viajeros.

Por las noches los turistas se arriman hasta el Yacarupora (se come lindo en guaraní) donde Silvia y Jorge hacen sentir a los visitantes como en su casa. Los olores del mbaipú (guiso de harina con pollo) o el aroma del quibebe, (comida a base de zapallo, queso y cebolla) invitan a relajarse mientras los músicos se preparan para una merecida chamameseada.

José Ramón "el pibe" Fretes, orgulloso habitante de Pellegrini, descendiente de una numerosa y tradicional familia correntina, junto a sus hijos también músicos, son los encargados de afirmar la identidad del pueblo, recopilando datos, trabajando enérgicamente por el rescate de la memoria, el idioma y la cultura, componiendo chamamés con letras y melodías de ensueño.

Las canciones pintan paisajes y un grupo de lugareños mira de reojo con el pecho hinchado de emoción cuando Diana canta: "Hay cosas que Dios le ha dado que otros no han de tener, el cielo inmaculado, la verde inmensidad, la vida que florece en la laguna del Iberá?".

La puesta del sol, una bandada de aves levantando vuelo, la lluvia de estrellas, los sonidos de la noche, los aromas, el pedraplén y el color de las historias sobre los juncales hacen "un payé en los corazones que ahora no piensan mas en volver a partir?" porque saben por fin que ese es su lugar.
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La diversidad de paisajes en los esteros correntinos seduce a visitantes de todo el país.



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