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 domingo, 05 de noviembre de 2006  
[lecturas]
Después de la noche

Osvaldo Aguirre / La Capital

Novela. Adiós a la calle, de Claudio Zeiger. Emecé, Buenos Aires, 2006, 256 páginas, $ 29.

La aparición del sida y su impacto en el ambiente homosexual a mediados de la década del 80 constituyen el trasfondo de "Adiós a la calle". Aún cuando se habla de la muerte de Rock Hudson y de la "peste rosa", la enfermedad parece entonces algo muy lejano. En la noche, en las fiestas donde la combinación de sexo y drogas muestra que el cuerpo "no es sino una palabra más", como dice el verso de Jorge Teillier citado en el epígrafe, nadie piensa en la muerte. Hay un término que define ese movimiento: es el reviente, "una marca de los días que se viven".

La calle, en esta novela, tiene un sentido que se puede definir respecto de su contrario, el interior. Así, la calle es un espacio de exhibición y de encuentro; aún cuando se la recorre en estado de alerta, porque si bien la dictadura terminó las persecuciones policiales continúan, supone una salida en más de un sentido. Siempre que se tiene un problema, "dando vueltas, perdiéndose, abriendo la mente a lo que sea", la calle es el mejor lugar para resolverlo. El interior, en cambio, es un lugar de encierro, vacío e inhóspito. Pero si bien hay códigos para relacionarse, formas de mirar y de andar, lo central en la calle es la deriva, la dirección o el acto imprevisto que pone en contacto a dos desconocidos.

La deriva parece regular también la estructura de la novela, que se despliega a través de una serie de historias y de los encuentros y desencuentros de un grupo de personajes. Recorridos que se intersectan e iluminan sus diferencias en los mismos puntos de cruce. Horacio, un corredor inmobiliario que vivió su juventud bajo la dictadura, se distingue así porque su iniciación sexual remite nítidamente al pasado; es la homosexualidad vivida como un secreto vergonzoso, algo que, "sin saber todavía que la culpa no es algo que valga la pena sufrir", provoca un espiral de reproches del que empezará a salir recién cuando por un llamado del azar descubre que su padre también tuvo una identidad oculta.

Horacio tiene una actitud práctica que resulta rara para la época que despunta: antes que el "sexo febril", el sexo "no concretado, retorcido y obsesivo", prefiere el sexo real, y enfrentado al sida define rápidamente una forma de protegerse. Pablo, su pareja, pertenece a la nueva generación. La diferencia se corresponde con la visión de ciertas cuestiones. Para Horacio, así, los celos son un tema de reflexión y la infidelidad podría ser sentida como una traición; Pablo dice que los celos "son la cosa más antigua que sintió el hombre". Los dos, por otra parte, no saben cómo nombrar su relación, y es esa incertidumbre la que los protege, y preserva su vínculo más allá de la separación.

Si el interior ofreció un refugio durante la dictadura, la calle fue el lugar de la fiesta en los primeros años de la democracia. Desde el principio, sin embargo, hay anuncios del desenlace. Esa situación se vuelve consciente en Mario, periodista free lance y escritor frustrado que vive en la deriva pero mantiene la suficiente distancia para reflexionar al respecto. La calle puede ser peligrosa, observa, pero no sólo o no exactamente por la difusión del sida sino más bien por aquello que alberga a la enfermedad: el desligamiento afectivo, la corriente ciega en que las personas se confunden y se separan sin que decante una experiencia verdadera. Las razzias y las rapiñas policiales eran una amenaza visible en el pasado; ahora el peligro no puede distinguirse y carga de sospechas a esos otros que "andan por la calle como fantasmas".

Si la calle es peligrosa, tampoco hay seguridad en los interiores; a puertas cerradas se pasean otros fantasmas. Después de creer que la calle era su destino, Mario comprende, y con él también Horacio, que su rol es el de actuar como testigo. Los protagonistas son aquellos que señala Pablo luego de conocer el resultado de su análisis: "todos los que iban y venían por la deriva de la noche se iban a enfermar". Pero en "los nuevos tiempos sombríos" no se trata de ser simples espectadores ni de rumiar una sentencia de muerte; y ese descubrimiento supone nuevos puntos de partida.

La escritura de Claudio Zeiger (Buenos Aires, 1964) se distingue por su carácter despojado y de extraña sobriedad. Un tono que es la fórmula básica de la intensidad de la narración. Con ese lenguaje, y el mundo de sus ficciones, define un lugar propio entre los nuevos narradores argentinos.
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Síntomas de época. La aparición del sida aparece como marco en la novela de Zieger.

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