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 domingo, 29 de octubre de 2006  
lecturas
El llamado de la memoria

Marta Ortiz

Novela. Las orillas del fuego, de María Angélica Scotti. Catálogos, Buenos Aires, 2006, 252 páginas, $ 24.

Esta nueva novela de María Angélica Scotti, decimonónica y romántica, como se lee en la contratapa, permite rastrear las constantes del movimiento romántico casi como si hubiera sido escrita en el siglo XIX. Nicolás Androiev, un médico de origen ruso educado en Francia emigra a estas tierras virginales: "me gusta este mundo que aún conserva tradiciones, modos primitivos, pero a la vez despierta a los nuevos tiempos", dice, y expresa así su modo de cerrar la brecha emocional que se abre entre el mundo racionalista de origen (Europa) y su personalidad impulsiva y vehemente que valora el exotismo, la tradición y el misterio, tal como lo exige su condición de héroe romántico.

Con las luchas políticas en la etapa de organización nacional como telón de fondo, transcurre un prolijo detalle de la ciudad de Buenos Aires, desde el trazado urbano que incluye los suburbios con sus mataderos y saladeros a las costumbres que hacen a la cultura como las tertulias y la moda. Como en una postal sepia, la moda de beber Hesperidina, panacea capaz de curarlo todo, mientras se discutían en los bares las alternativas de la guerra del Paraguay, abre una sonrisa nostálgica. Novela de "marco histórico": los personajes no son estrictamente históricos pero sí intentan serlo el espacio y el tiempo evocados; esfuerzo visible que parece responder afirmativamente a la pregunta inevitable: ¿es posible construir desde el siglo XXI una voz narrativa verosímil que dé cuenta del siglo XIX sin que el historiador eclipse al novelista?

La novela se ordena en dos partes y en el repaso de la historia retrospectiva narrada a un interlocutor anónimo, se respeta un orden lineal. La primera, más extensa, abarca el arribo y adaptación de Nicolás a Buenos Aires, su romance con Florence Taylor, la inglesita, y su posterior desilusión de un ambiente social elitista conformado en su mayoría por unitarios prejuiciosos que acaba por asfixiar su sensibilidad romántica y colectivista. Comenzará entonces a relacionarse con los excluidos: sus "pobrecitos" (gauchos, negros, indios, inmigrantes pobres, pordioseros), y concebirá la idea de hallar con ellos y con la mestiza de ascendencia mapuche Aimé, un lugar donde edificar una vida justa y feliz, etapa que se desarrolla en la segunda parte.

María Angélica Scotti, instalada en el siglo XXI, tiempo más propenso al apocalipsis que al génesis, hace pie con su personaje en una nueva utopía, zona de equilibrio (ni civilización ni barbarie) donde los desposeídos buscan no sin ingenuidad el paraíso perdido. El filósofo francés Emile Cioran ha señalado que "la miseria es la gran auxiliar del utopista", afirmación contundente que permite comprender por qué cada época se dedica a reflexionar sobre una hipotética Edad de Oro; en un mundo donde no existe "la felicidad" sólo resta crear un espacio ideal donde refugiarse, que aquí se llamará "Ocho manantiales", predio mítico emplazado en el sur donde la comunidad de Nicolás se sentirá respaldada como nunca lo fue en la ciudad capital. Cuando la tensión social debida a los vaivenes políticos queda atrás y ya no pesa en la necesidad de la voz narrativa dar cuenta de ella, cobra fuerza el marco natural y las razones de los personajes son otras. El texto, despojado del acontecer político que afecta sustancialmente a la capital, pero no por ello fuera de la trama de la historia, cobra una vitalidad semejante a la que experimentan los manantialeros. Se leen entonces páginas memorables como el relato muy rico, muy vivo, un crescendo como el mismo ritmo acelerado del parto que la pardita Camila a orillas del arroyo, acompaña con sones de candombe: "oyé-ye-yum-bum-bé".

Otra historia imperdible da cuenta de la rebelión de las mujeres que se adueñan de las tareas fuertes dejando las domésticas a los hombres y establecen las normas. La palabra que aquí se dice también expone la época. Scotti ha cuidado reflejar el uso en el habla del período, además de promover el rescate de las lenguas originarias brindando al lector una maravillosa selección de vocablos del Mapudungu, y de pensar también un idioma capaz de desterrar las palabras dañinas, en castellano o en mapuche: "Escribieron venganza, odio, discordia, guerra, perfidia, borrachera... y luego se quedaron mirando cómo el fuego en un acto de purificación se las comía".

El fuego no sólo purifica simbólicamente el lenguaje, también alimenta el amor apasionado de los protagonistas y sobre todo alude a un lugar físico: el fogón que atrae la reunión de la comunidad, ese lugar que Aimé imaginó como un pueblo de trazado circular en el que "se disponen todos alrededor del fuego. A orillas del fuego, como dice mi gente". El mismo lugar que se llamó Ocho Manantiales y que ya a punto de desaparecer a causa de la Conquista del Desierto, resiste en las palabras de Pinguén, el cuentista: mientras se alimente el fuego con la narración continua y se comparta el relato, aun desaparecido el pueblo, la comunidad permanecerá viva. Rescate de la palabra oral y escrita que Scotti toma para sí cuando sin olvidar ni una letra, registra en estas páginas la historia romántica de Nicolás y Aimé en ésta, su novela-río ambientada en el siglo XIX.
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Cruces. Utopía e historia convergen en la novela de María Angélica Scotti

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