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 jueves, 26 de octubre de 2006  
Viajeros del tiempo
Rosario 1900-1905

Los castigos físicos son de otra época. El periódico "Le courrier de La Plata", abogando por la supresión del látigo, dice: "No hay tal vez ciudad en el mundo donde se abuse tanto del látigo como en Buenos Aires. Los cocheros argentinos los hacen vibrar continuamente y parece que para ellos las riendas no sirven para nada y que los caballos sólo responden al castigo. Sería un mérito de la Sociedad Protectora de Animales la supresión total del látigo, el que en realidad ya no es de utilidad alguna. También en materia de educación el mundo se queda con el antiguo método: castigos. "Los muchachos necesitan ser castigados", me decía el otro día un amigo. Pero no, señor, le contesté, ni los niños ni los caballos tienen necesidad de ser castigados. Abandone pues los castigos y seamos más de nuestra época.

Drama de la vida cotidiana. La señora Agustina Rosa Ríos de Moreira, propietaria de varias fincas en esta ciudad, como de 94 años de edad más o menos, argentina, que habita en la calle Santa Fe 1642, debido a su carácter sumamente retraído, insociable, está voluntariamente recluida desde hace varios años, alejada de toda relación e ignorante de los adelantos de la localidad como la luz eléctrica, tranvías, etcétera, que desconoce en absoluto, según aseguran varias personas que tienen motivo de saberlo. Esta señora, que es viuda desde hace mucho tiempo, tiene un hijo llamado Jerónimo Moreira, de unos 60 años más o menos, vecino de Alberdi y de oficio albañil, quien no obstante ser un buen hombre -a juzgar por los informes que al respecto tenemos de él-, no ha podido hacer vida con la que le dio el ser a causa del carácter irascible que la domina. No obstante, hace poco tiempo al saber que su señora madre se encontraba enferma, vino a esta población y la cuidó unos diez días, recibiendo como premio que al verse mejorada lo pusiera en la calle de inmediato sin más razón que el capricho. Continuó su vida de encierro la señora de referencia hasta ayer al mediodía, cuando el señor Vicente Saporiti, su encargado para el cobro de alquileres y demás, observando que no respondía a sus llamados tomó la resolución de entrar por el tapial de una casa vecina. Una vez en el patio de la casa de la señora Agustina, notó que las puertas estaban cerradas por dentro, por lo que fue en busca de la policía. Varios agentes rompieron una de las puertas del patio y al entrar en una pieza encontraron en un rincón a la anciana tirada en el suelo, casi desnuda y en estado moribundo. De inmediato se hicieron presentes el doctor Lejarza y el practicante Ahumada, quienes llevaron a la cama a la señora y le suministraron reactivos, logrando que abriera los ojos y respirara con menos agitación. Doña Agustina, que rechaza la compañía de las personas, estaba acompañada por un perro, único bicho viviente al que parece que profesa cariño.

Investigación y realización Guillermo Zinni ©
Fuente: La Capital



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