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 domingo, 22 de octubre de 2006  
lecturas
Georges Simenon por dos
Tusquets acaba de editar "La sed" y "La huida", novelas del creador del inspector Maigret

Carlos Roberto Morán / La Capital

La producción literaria del belga Georges Simenon (1903-1989) fue algo más que copiosa. Aún hoy se ignora cuántas novelas escribió. Se sabe, no obstante, que son centenares y que sólo una parte de ellas tiene como protagonista al inefable inspector Maigret. Mientras éste le proporcionaba fama y dinero y el amor de muchas mujeres, Simenon se daba tiempo para escribir ficciones más complejas que las detectivescas, muchas de las cuales estamos conociendo en estos últimos años en nuestro idioma.

"La sed", recientemente publicada por Tusquets, data de 1934 y es uno de esos textos que Simenon escribió para demostrar que era "algo más" que un autor de folletines y de policiales. Por este libro y otros -muchos- que le siguieron, escritores consagrados de la época que hasta ese momento lo despreciaban fueron cambiando de opinión, especialmente André Gide, quien lo llegó a considerar como uno de los autores fundamentales de la lengua francesa de aquellos años.

Simenon había realizado un largo viaje por el mundo y en Tahití escribió esta historia situada en una isla de las Galápagos en la que el viejo profesor Frantz Müller ha buscado refugio acompañado por una mujer joven, Rita, con la que sin embargo no mantiene relaciones. Al lugar llega la condesa Von Kleber para primero irritar y luego lentamente ir destruyendo la paz, presuntamente ficticia, que habían conseguido Frantz y Rita. El relato concluye, quizás previsiblemente, con la destrucción de la utopía de Müller.

En público, Simenon eludía el compromiso político pero solía recostarse allí donde más iluminara el sol. No puede extrañar entonces que haya tenido su etapa de colaboracionismo con el régimen pronazi de Vichy y tampoco que cuando los Aliados avanzaban en Europa intentara hacer buenas migas con ellos. A esas actitudes ambivalentes las pagó con autoexilios y semireclusiones, también con cambios sustanciales en su vida afectiva.

En ese contexto debe ubicarse "La huida", libro de 1944, también publicado ahora por Tusquets. Aquí se relata el extraño periplo que vive el empresario Norbert Monde. Al cumplir 48 años y comprobar que nadie se ha acordado del hecho, el personaje decide dejar todo y comenzar a vivir una nueva vida extrañamente humillante. Aunque Simenon se esmeraba en no dejar "huellas" personales en sus ficciones, es evidente que Monde, con su casi irracional resolución, reflejaba sus pensamientos y aflicciones del momento. Tanto que poco tiempo después, para evitar ser acusado de colaboracionista como le iba a pasar a su hermano, el novelista también deja todo y se traslada con esposa, amante e hijos a Estados Unidos, donde escribiría trabajos de rara calidad.

Aunque la palabra sea trillada y usada en exceso, además considerablemente "adelantada" en relación a Simenon, no es incorrecto hablar de "minimalismo" al referirse a su obra. En ese sentido es notable en él la premeditada economía de recursos expresivos que lo llevaban, casi, al laconismo.

Si eso es evidente en "La sed", donde la exhuberancia del paisaje no se corresponde para nada con el relato casi de telégrafo, se agudiza más en "La huida", en la que la adjetivación está ausente y son en definitiva la pintura de ambiente, las actitudes extrañas de Monde, los "mundos" que atraviesa, los que terminan "adjetivando" a la breve novela.

Breve y al mismo tiempo intensa, "existencialista" al modo de Simenon, quien en sus personajes escarba hasta lo último para hablar de la soledad, el sinsentido que para él tenía la vida, las dificultades de relación y la constante "mirada" del Otro, que todo lo condiciona. Hay humillaciones en "La sed" y éstas se multiplican en "La huida", puesto que Monde llega a una suerte de estado de servilismo tanto con la mujer con la que se va a vivir, Julie, y luego con Thérèse, su primera mujer a la que vuelve a encontrar por accidente.

Si lacónica resulta "La sed" más aún lo es "La huida", con el periplo de Monde quien al final de la historia se encuentra en el mismo punto de donde partió, la forma que encontró Simenon para hablar en términos de ficción sobre lo absurda y sin salida que puede resultar la existencia. Ambos libros, cada uno a su modo, permiten en definitiva el reencuentro con la infrecuente y muy ceñida voz de un gran narrador.
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El escritor incansable. Todavía se ignora cuántas novelas escribió Simenon.

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