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 domingo, 22 de octubre de 2006  
[Nota de tapa] - Cortinas de humo
El interminable camino del tabaco
A cinco siglos del ingreso del tabaco en Europa, soplan vientos prohibicionistas. Sin embargo, el 15 % de la población mundial fuma, quizás cautivada por el mismo placer que disfrutaban los nativos americanos cuando pitaban sus toscos rollos de hojas disecadas

Carlos Manfredi

El sur de México y las cercanías de Guatemala fueron territorio central del Imperio Maya, una de las culturas precolombinas más organizadas, cuya presencia se extendió por más de 3.000 años, hasta entrado el siglo XVI. Los mayas fumaban tabaco como parte del ceremonial religioso o medicinal, pues consideraban que la enfermedad era producida por un mal espíritu que se apoderaba o habitaba en el enfermo y sólo podía ser expulsado mediante el humo (en su lenguaje "cikar" significa "fumar" y de allí con el tiempo se derivaría "cigarro"). No sólo conocían el cultivo del tabaco sino que lo comerciaban en la región del Caribe junto con el cacao y henequén (planta de la que se obtiene el mezcal).

Apenas llegados a un continente desbordante en frutos y vegetación desconocida, los españoles no fueron indiferentes al tabaco y sus usos locales. Así transcribía Cristóbal Colón en su diario (versión de Bartolomé de las Casas) el relato que a su vez le hicieran sus dos enviados a tierra, apenas desembarcados en el nordeste de la actual isla de Cuba: "...Hallaron estos dos cristianos por el camino mucha gente que atravesaban a sus pueblos, mujeres y hombres, siempre los hombres con un tizón en las manos y ciertas hierbas para tomar sus sahumerios, que son unas hierbas secas metidas en una cierta hoja, seca también, a manera de mosquete hecho de papel de los que hacen los muchachos la pascua del Espíritu Santo y encendida por la una parte del por la otra chupan, o sorben, o reciben con el resuello para adentro aquel humo; con el cual se adormecen las carnes y casi emborracha, y así diz que no sienten el cansancio. Estos mosquetes, o como los llamaremos, llaman ellos tabaco...".

La palabra "tabaco" al final del párrafo es un agregado del obispo De las Casas, pero ya había sido mencionada en la "Historia general y natural de las Indias" (1535), de Gonzalo Fernández de Oviedo, quien titula uno de sus capítulos "De los tabacos o ahumadas que los indios acostumbran en esta isla Española", donde describe la planta con detalles.

La difusión del tabaco en España fue inmediata, en un principio a través del consumo de la producción indígena y al poco tiempo con la instalación de las primeras haciendas de cultivo en el territorio mexicano.

Muy pronto, el hábito de los marineros pasó a todos los sectores sociales y este aumento del consumo obligó a sustituir la fabricación artesanal por la industrial.

Fueron los frailes, en las huertas de sus conventos, los más entusiastas plantadores de tabaco, aunque para utilizarlo con fines ornamentales y medicinales.

Hacia 1620 se instaló en Sevilla la Real Fábrica de Tabacos, primera en su tipo en España, seguida de otra en Cádiz. A Francia lo llevó el embajador en Portugal, Jean Nicot (de cuyo apellido, claro, deriva nicotina), como panacea para usos médicos. Y mientras los portugueses experimentaban con los primeros cultivos en Brasil, el aventurero Sir Walter Raleigh, lo introducía en la corte británica. Raleigh había fundado la primera colonia inglesa en Norteamérica, de cuyos aborígenes conoció el hábito de fumar en pipa, que luego trasladó a Inglaterra. Tiempo después, el tabaco adquirió tal importancia en Estados Unidos que llegó a utilizarse incluso como unidad de pago.


Un tal Philip Morris
El auge definitivo del tabaco en Europa llegó en la segunda mitad del siglo XIX, a medida que las grandes guerras continentales lo expandieron entre los ejércitos y en cada país. En 1847, un comerciante inglés llamado Philip Morris abrió una pequeña tienda y pocos años después comenzó a fabricar sus propios cigarrillos.

Algunas décadas más tarde, fenómenos de la cultura masiva como el cine lo convirtieron en un símbolo de masculinidad y prestigio. El fumar tuvo hasta un vestuario acorde: se llamó "smoking" al saco que los hombres distinguidos usaban al momento de fumar, luego devenido en prenda de gala.

Entre las mujeres, el hábito de fumar fue mal visto, aún mucho tiempo después de que Lucky Strike lanzara una línea especialmente dirigida a ellas. Sólo las clases altas lo toleraron y recién para la década de 1950 logró imponerse en ese sector.

El número de fumadores en todo el planeta llega hoy a los mil millones, cifra que, según las empresas tabacaleras, afronta con pasmosa estabilidad la fuerte campaña mundial en contra.

El negocio se presenta como exitoso y busca adaptarse a las prohibiciones. Las empresas reconocen que el camino se torna cada vez más difícil en Europa y Norteamérica.

Para atenuar eso, los países en desarrollo, cuya población no deja de crecer, son vistos como zonas de alto potencial para el comercio de tabaco, en especial porque carecen de los controles sobre el tabaco que muestran los centrales.

El vocero del gigante tabacalero británico BAT (Lucky Strike, Dunhill y Bensons & Hedges, entre otras marcas), Dave Betteridge, reconocía hace poco que "es perfectamente cierto que el hábito de fumar está en declive en Europa Occidental, América del Norte y otros países, pero los países en desarrollo están compensando esa tendencia. Gente en todos los países alrededor del mundo ya fuman; el fumar no se puede desinventar".

Las muertes anuales por causas relacionadas con el consumo de tabaco ascienden a 4.800.000. Solamente en América, el tabaco causa más muerte que el sida, el alcohol, las drogas, los accidentes y la violencia juntos. De ese total, son 40.000 las personas que mueren por año en Argentina: casi 110 por día, no sólo a causa de cáncer de pulmón sino por severos cuadros cardiovasculares.


El enemigo con filtro
La nicotina, además de tener como droga un alto poder adictivo, produce una estimulación nerviosa sobre las glándulas suprarrenales que da como resultado la producción de adrenalina, lo que a su vez acelera la frecuencia cardíaca, aumentando las necesidades de oxígeno del corazón y obligando a este órgano a trabajar más y en condiciones más desfavorables. Además, al producir vasoconstricción, aumenta la resistencia vascular periférica.

La más moderna batalla contra el cigarrillo lleva algo así como cuatro décadas. En Estados Unidos, el gobierno del presidente Richardo Nixon promulgó en 1970 los primeros recortes a la publicidad de tabaco en radio y televisión, poco después de que los paquetes de cigarrillos comenzaran a incluir la ya famosa leyenda: "El consumo de tabaco es perjudicial para la salud".

La incorporación de sectores especiales para fumadores en lugares públicos también es de esos años: en 1971 lo hicieron las primeras aerolíneas y de a poco se fueron agregando sectores gastronómicos y de transporte terrestre. En siglos anteriores, la condena sobre el tabaco había llegado de parte de algunas cortes europeas y de iglesias de diversos cultos, siempre atentas a enfrentarse a todo placer individual no contemplado por la doctrina o los conceptos dominantes.

Mientras la corte española de Felipe II impuso en 1586 penas de azotamiento y destierro a quienes cultivaran o vendieran tabaco, ordenando la quema pública de esa "hierba perjudicial y dañosa", el Sha de Irán establecía la pena de muerte a todo el que usase el tabaco.

En el siglo XVII, en Japón se prohibía el tabaco y se condenaba a los fumadores a sufrir la confiscación de sus bienes y cincuenta días de prisión. También fue despreciado por los musulmanes y en Rusia, se deportaba (a Siberia, claro) a todo fumador y sólo durante el imperio de Pedro el Grande se legalizó el consumo.

La iglesia católica redujo la censura al ámbito sagrado. El Papa Urbano VIII renegaba en una bula de 1624 de quienes fumaban durante la misa y esparcían "los repugnantes humores que el tabaco provoca, infestando los templos con un olor repelente".

En general, estas normas tan estrictas fueron perdiendo peso ante el avance de una costumbre que hacia el siglo XIX se hizo imparable y sin distinciones de clase, pero retomaron su fuerza a medida que las investigaciones médicas revelaron la directa relación entre el tabaco y graves enfermedades.

También se fueron difundiendo fallos judiciales contra las compañías tabacaleras, como el de 1988 en Estados Unidos, amparando al viudo de una mujer que había muerto por cáncer después de fumar durante cuarenta años.

Los juicios se fueron haciendo comunes y las prohibiciones se extendieron en muchos países, ofreciendo matices insólitos, como la reciente modificación del guión de una obra teatral en Escocia, donde Mel Smith, un actor que personificaba a Winston Churchill debió dejar sin encender el habano que distinguía al célebre ex premier inglés, acatando la prohibición que rige en todo el país para el fumar en lugares públicos cerrados. Y hasta se cortan escenas de clásicos como Tom y Jerry, porque algún personaje aparece fumando.

En Estados Unidos se prueban vacunas capaces de bloquear las sensaciones placenteras que produce la adicción a la nicotina, y también se acaba de aprobar una nueva droga para dejar de fumar, la vareniclina.

Es todavía difícil prefigurar una vida cotidiana sin tabaco, si es que alguna vez sucede, muchos años por delante de los actuales embates, los más persistentes y orgánicos desde que la humanidad probara el humo de sus hojas incendiadas. De momento, pasa más por la obediencia a políticas estatales que a una convicción personal, que como es sabido no lograron décadas de estadísticas, radiografías y pulmones minados de familiares cercanos.

Las últimas prohibiciones suelen despertar respuestas ambiguas entre los fumadores: se valora su carácter preventivo frente a las futuras generaciones pero al mismo tiempo se protesta por el inflexible ataque a sus intereses individuales, que no son otros que continuar fumando, hábito que en términos globales se muestra lejos de disminuir.


todos al club
De hecho, han surgido agrupaciones de fumadores, como en la ciudad cordobesa de Río Cuarto, donde comenzó a funcionar el "Club Social El Humo", cuyos socios abonan una cuota mensual para sentarse a conversar y tomar un café mientras fuman. "Nosotros consideramos que la decisión de fumar pertenece a cada uno, es un derecho individual, y encontramos una modalidad legal para expresarnos, en este caso un club privado sin fines de lucro. No le estamos haciendo mal a nadie", asegura Constanza Mugnaíni, quien preside el club, cuyos integrantes deben previamente firmar un formulario en el que se declara conocer los daños que provoca el tabaco en la salud.

La gente se las arregla como puede para continuar fumando. A diario puede verse el contorno de un nuevo paisaje público, desde los improvisados y temporarios guetos de oficinistas bajando a fumar a la calle o en los patios de la empresa, aún a expensas del reto de los jefes; viajeros apurados por llegar a la parada en ruta para bajar del ómnibus encendiendo un pucho; nuevos habitantes de las plazas, a los que no les queda ya el placer de pitar mientras se toman un café mirando por la ventana de un bar; gente que ha dejado "el vicio" y tose con la tos que despegan sus pulmones liberados del ensueño nicotínico; aumento en la venta de chupetines, caramelos, pastillas y casi lo que venga para sostener el engaño de ansiosas neuronas.

Lo cierto es que la costumbre de los antiguos mayas no sólo sobrevivió a sus descubridores. Esta que comienza podría ser una etapa más de un camino en apariencia interminable, ahora escondida tras otro humo igualmente encantador: el que siempre exhala lo prohibido.
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Tiempos difíciles. El tabaco, proveniente de América, sedujo a los europeos. Hoy es un enemigo público en los países centrales.

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