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 domingo, 01 de octubre de 2006  
El viaje del lector: Mis días en Ubatuba

Durante el pasado mes de abril emprendimos con mi novia un viaje al litoral brasileño, esta zona también es llamada Costa Verde, la conforman destinos muy conocidos y convocantes: Ilhabela, Trinidad, Paraty, Santos, Angra dos Reis y Guaruja. La idea era recorrer cada ciudad en tres o cuatro días, todo dependía de los atractivos de cada lugar. El primero que visitamos fue Ilhabela, estuvimos cinco días en esa isla, desde ahí partimos hacia Ubatuba. Tomamos dos colectivos, el primero nos llevó de San Sebastián hasta Caraguatatuba y desde allí hicimos combinación a Ubatuba.

La llegada a la ciudad fue complicada, la posada donde teníamos hechas nuestras reservas estaba ubicada en la playa de Enseada y quedaba en la zona sur de Ubatuba. Sin darnos cuenta el micro que nos trajo de Caraguatatuba pasó al frente, lejos de percatarnos seguimos viaje hasta la estación terminal en el centro de la ciudad. Hacía mucho calor y nuestro equipaje pesaba mucho.

Lo primero que hicimos fue intentar buscar un taxi, resultó en vano, en ese momento se transmitía un partido de fútbol por el campeonato nacional y todo el mundo disfrutaba del encuentro con una expectativa casi mundialista. Teníamos dos posibilidades, esperábamos que finalice el cotejo deportivo o tomábamos un micro urbano. Elegimos la segunda opción.

Ya en el micro el chofer, muy amablemente, nos explicó los horarios y frecuencia entre esa playa y la ciudad. Cruzamos la ruta y caminamos dos cuadras hasta la posada donde nos estaban esperando. Tarea cumplida.

El primer paseo que contratamos fue un viaje en barco desde Saco da Ribera, aquí el mar choca con un bahía formando un puerto natural. El agua tiene un color azul claro y la arena es fina y blanca. Veleros, pequeños catamaranes, barcos pesqueros y de turismo se encontraban amarrados, eran unos 200. Según pude averiguar en verano esta cifra crece hasta llegar a 700 embarcaciones.

Después de adquirir nuestros pases crucé un par de palabras con un hombre canoso y de unos sesenta años que hablaba el portugués con acento raro, fue ahí cuando conocimos a Jean. Este griego se crió en una familia de marinos, en su juventud navegó de manera constante las aguas del mar Mediterráneo y el Egeo.

Por razones políticas tuvo que dejar su país. Después de vivir en Estados Unidos seis años llegó a Brasil en la década del 60, recorrió de punta a punta el país carioca hasta encontrar playas e islas parecidas a su tierra natal, su larga búsqueda al fin tuvo resultado positivo cuando descubrió Ubatuba.

En 1978 fundó Mykonos, la primera empresa en Ubatuba en ofrecer paseos en barcos, así pudo cumplir su sueño de seguir siendo un marino. Actualmente tiene cuatro embarcaciones, todas tienen como primer nombre María, y nosotros nos embarcamos en María Bonita.

El paseo duró unas cuatro horas, recorrimos ocho playas y dos islas. La primera parada fue la isla Anchieta, tiene seis playas en total. Las más calmas son las del lado sur, Do Sul, Phaina y de Fora. En ella la visibilidad del mar supera los siete metros, sólo bastó un snorquel y una máscara para comenzar a descubrir el mundo acuático. Cardúmenes de pequeños y coloridos peces conviven con caballos y estrellas de mar. La sensación fue hermosa, el agua tenía una temperatura ideal, podría haberme quedado horas disfrutando, sin embargo todavía había mucho por conocer de esta pequeña isla del Atlántico.

Durante más de 50 años en el centro de la isla funcionó un presidio de máxima seguridad. Después de escuchar la charla que dio el guía, descubrí que la idea de desterrar a los reos en islas fue una práctica de larga data en la política penitencial de este país. La primera cárcel ubicada fuera del continente fue emplazada en Ilha Grande, la situación también se dio en islas ubicadas al norte del país.

El penal de Isla Anchieta estaba formado por cuatro pabellones y en el medio un patio central, la fachada de entrada donde ahora funciona el museo era utilizada por los guardias. Los reclusos con mejor conducta podían salir al patio central o realizar tareas en la isla. Ni el herrumbre, ni el paso del tiempo pudieron romper los barrotes de las puertas y ventanas de cada pabellón que se conservan hasta el día de hoy.

Cuando recorrí el pabellón norte, el que más cerca de la selva está, donde eran ubicados los reos con mala conducta pensaba en la vida y el sufrimiento de estas personas. Pero el hombre ama la libertad y siempre lucha por ella. A fines de la década del 40 un grupo de presos capturó el barco que traía las provisiones desde Ubutatuba.

El plan les llevó una año de preparación, desafortunadamente muchos de ellos murieron al hundirse el barco, sus vidas no fueron en vano ya que significo el cierre del penal. Hasta ese momento la sociedad pensaba que la población carcelaria era reducida y que recibían un trato digno y respetuoso. Fin del mito.

A medida que conocíamos Ubatuba notábamos en ella una dualidad, como si mundos diferentes conviviesen en ella, un verdadero misterio se presentaba en esta ciudad que es atravesada de manera imaginaria por el Trópico de Capricornio. Había zonas con una concurrencia impresionante: playas llenas de gente, restaurantes, servicios y familias jugando, muy similar a Mar del Plata.

Sin embargo uno recorría otras playas, para el norte o el sur, y la realidad eran el opuesto. Kilómetros y kilómetros sin encontrar nada ni a nadie, el silencio sólo era interrumpido por el rugido del mar, quien dibujaba unas olas preciosas.

Quizás una de las experiencias más lindas que nos regaló este destino fue conocer la Cascada de Piedra, la misma se encuentra ubicada al norte de la ciudad, muy cerca del limite que divide al estado de San Pablo con el de Río de Janeiro.

El lugar es paradisíaco, un arroyo de montaña con aguas cristalinas recorre un macizo de piedra formando un tobogán natural con cuatro saltos, hasta finalizar en una hoya gigante de seis metros de profundidad. La comparación fue automática y me transportó a mis veranos en Córdoba.

Esa no fue la única sorpresa que nos deparó este viaje, cuando recorríamos el centro de Ubatuba decidimos ir de visita al acuario de la ciudad. Al principio fue un simple paseo observando los peces, pero al final llegó lo mejor. En un habitáculo especialmente diseñado tres pingüinos hacían sus piruetas en una pequeña piscina.

En la posada era el único huésped que había, todo el personal me trataba de una manera cercana. Comenzamos a compartir charlas en una mezcla de portugués, español e ingles. De a poco cada uno de ellos me contó su historia de vida. En total trabajaban siete personas, pero sólo dos eran oriundos de Ubatuba, el resto de la provincia de Ceará, una de las más pobres de este país. Esta situación es muy común en la mayoría de los destinos turísticos del litoral paulista, familias enteras llegan desde el norte en busca de empleo y una mejor calidad de vida.

Diego Neyer Gasser
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La isla Anchieta cuenta con 6 playas espectaculares.



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