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 domingo, 01 de octubre de 2006  
España, entre el mar y la montaña
Santander muestra porciones justas de verde y azul, y es una de las capitales más atractivas de la Madre Patria

Daniel Molini

Una ciudad respetuosa de la vida, sobre todo cuando es verde y muy variada, merece un capítulo aparte. Si además sostiene con sus cuidados a más de 200 especies vegetales, las enseña y hace pedagogía con ellas, disponiéndolas en sesenta y tantos espacios públicos, al tiempo que prestigia con referencias paseos y edificios importantes, aquel capítulo reclama una nota: sobresaliente.

Por eso y por más cosas, como el privilegio de estar asentada en un entorno precioso, que mezcla proporciones justas de mar y montaña, Santander es una de las capitales más atractivas y mejor valoradas de España.

Sus habitantes, aproximadamente 180.000, consiguieron que la suya sea una urbe tranquila, donde todo parece estar preparado para ser vivido con calma y mesura, excepto en las playas, donde las aglomeraciones y prisas por encontrar un lugar donde estirarse, suelen ser las rutinas del verano.

La gran cantidad y variedad de hitos que ofrece Santander sugieren la existencia de varios "santanderes", uno marinero, otro histórico y monumental, otro de paseos, plazas y jardines, que a la postre confluyen en uno solo, el que late como orgullo de Cantabria.

La calle Castelar, que le pone límite a las olas, ayuda a configurar la ribera, junto a edificios como el Planetario o el Palacio de Festivales, donde se desarrollan eventos famosos en el mundo entero.

La primera obra de esta calle, dedicada en 1885 a quien fuera presidente de la República Española, Emilio Castelar, fue el Banco Vitalicio, construido en 1919. Posteriormente se erigieron otros, como el edificio Siboney, proyectado por el arquitecto José Enrique Marrero, obra emblemática del racionalismo.

Muy cerca, en el Muelle de Calderón se puede apreciar el grupo escultórico de los "Raqueros" compuesto por chicos de bronce que parecen retozar antes de darse un chapuzón en el mar revuelto.

La obra representa, en arte puro, una actividad antigua, en la que jóvenes se zambullían en la bahía buscando monedas y propinas que tiraban los paseantes. Agotando pasos se llega a la Península de la Magdalena y al Palacio Real, inaugurado en 1912 y hoy sede de la Universidad Internacional Menéndez Pelayo.

Construido y financiado por los santanderinos gracias a donaciones, fue regalado a los monarcas Alfonso XIII y Victoria Eugenia, quienes lo ocuparon -durante las vacaciones- hasta 1930.

En las últimas décadas revirtió al patrimonio municipal, y ya, plenamente restaurado, recibe los cursos de la Universidad Internacional. Toda la península, que puede ser recorrida a bordo de un tren turístico, es un enorme jardín de muchas hectáreas, adornado con sillas o camas o mesas transformadas en esculturas, que en contra de lo que pudiese parecer, se integran en el paisaje, al igual que el Faro de La Cerda y las naves donadas por el marino cántabro Vital Alsar, famoso por sus singladuras.

El olor a Cantábrico llega hasta la cumbre, y se proyecta en las playas, con nombres bien conocidos por los veraneantes: El Sardinero, La Concha, la Primera y la Segunda, todas de arena muy fina y de un color oro que parece pintado por la naturaleza para sorprender.

En Santander los paseos comienzan y terminan frente al mar, porque todo comienza o termina frente al mar o cerca de él: los Jardines de Pereda, la Plaza de Italia, los Jardines de Piquío, el Parque de Mesones, la plaza de Pombo, la Plaza Porticada. Magnolios y palmeras, catalpas y araucarias, compiten en belleza con los edificios vecinos: la casa matriz del Banco de Santander, la iglesia de Santa Lucía, el edificio de Correos y Telégrafos, el Banco de España, la Iglesia del Cristo o la Catedral de Santander.

El Ayuntamiento, ubicado en el centro, contagia actividad a la calle Juan de Herrera. A pocos pasos se encuentran el Museo Municipal de Bellas Artes, y la Casa Museo y Biblioteca Menéndez Pelayo.

Esta última fue un encargo del Ayuntamiento a Leonardo Rucavedo, para "albergar los aproximadamente 41.500 volúmenes que había donado a su muerte el polígrafo Marcelino Menéndez Pelayo, según enseña una placa. Las obras comenzaron en 1915, construyéndose sobre el antiguo edificio que sirviera de biblioteca a don Marcelino, respetando forma y perímetro.

Detrás del inmueble, y tras un reducido jardín que acoge varios bustos y una estatua yaciente medieval, se encuentra la casa de la familia Menéndez Pelayo. Los motivos de la donación constan en el frontis, y llevan la firma de Marcelino Menéndez Pelayo: "Por gratitud a la ciudad de Santander, mi patria, de la que he recibido durante toda mi vida tantas muestras de estimación y cariño, lego a su Excelentísimo. Ayuntamiento mi biblioteca, juntamente con el edificio en que se halla".

Emociona leer los valores del humanista: primero los libros luego la casa. Constatar que parte de los mensajes de este santanderino ilustre permanecen vigentes, alegran la estancia.
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Santander cuenta con un importante número de turistas que pasan por sus playas.



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