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 domingo, 01 de octubre de 2006  
Para beber: una cita ineludible

El jueves que viene comienza una nueva edición de Sabores del Vino, toda una tradición ciudadana que convoca a los amantes de nuestra noble bebida a degustar las propuestas de las bodegas. Y como faltan unos días, tenemos tiempo para pensar cómo vamos a disfrutar de este paseo que ya se ha vuelto cita ineludible. Les sugiero que hagan una hoja de ruta, o sea, que vayan con una idea de qué es lo que van a priorizar a la hora de probar. ¿Por qué digo esto? Porque si llegamos al Patio de la Madera con actitud de "tomar como si fuera la última vez", no podremos apreciar en profundidad lo que cada caldo tiene para ofrecernos. De alguna manera, elijamos una línea a seguir, por ejemplo: hacer foco en el Merlot, entonces pasear por los stands que ofrecen esa cepa e ir comparando, cosechas, zonas de elaboración, con madera o sin madera. O bien, dedicarse sólo a los vinos de corte, ver qué se percibe de la complejidad que encierra cada copa.

Pero si una se va de boca, nunca mejor empleada la expresión, y trata de tomarse todo no va a pasar mucho rato sin que pierda la capacidad de comparar. Es obvio que queremos conocer qué encierra cada botella, que viendo ese caudaloso río de tonalidades doradas, violáceas, rubíes serpenteando a nuestro alrededor es difícil contenerse, pero por ahí vale más la pena gastarse unos dinerillos yendo dos días a la muestra, y degustando de manera inteligente que abalanzarse y terminar tratando de recordar de qué bodega, si su origen era mendocino o salteño, cuál era la añada, en fin, todo lo que se pierde en los recovecos de la memoria invadida por la alegría del alcohol.

Mi recomendación es que no se queden con lo clásico, eso de a mí me gusta el Malbec, y punto. Pensemos que nuestra mente nos ofrece la posibilidad de disfrutar cosas diferentes y de emocionarnos con todas. Ayer escuchaba en la radio a María Callas interpretando arias de distintas óperas, y se me paraban los pelitos de los brazos, la misma emoción que me invade cuando escucho "Imagine", de Lennon; "Barrio de Belgrano" de Cátulo Castillo; a Ornella Vanoni cantando "Piú grande del mio amor", todo Mahler o a Olga Román, Joaquín Sabina, Catalina Bahía, versión Calamaro, y sé que después de estas declaraciones varios músicos amigos me crucificarán. Me erizaba mucho más cuando jóvenes aún, mi marido accedía a cantarme "Flor de pino", un tema nicaragüense que habla de un amor de Sandino. Suficiente. A lo que me refiero, es a no cerrarnos. Aprovechemos las sensaciones que nos devuelven nuestros sentidos, esas que reconfortan nuestro espíritu. El vino es una de ellas.

Alguien lo expresó mejor que yo. Jean Francoise Revel escribió: "El vino se asocia al amor y a la falta de amor, acompaña la alegría y la tristeza, el éxito y el fracaso, preside la amistad, impregna profundamente el cultivo del espíritu, los negocios, la guerra y la paz, el reposo del trabajador. En ciertas civilizaciones, dejar de beber vino es casi como renunciar a toda actividad, a todo intercambio con otro, renunciar incluso hasta a pensar".

¡A probar se ha dicho!
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