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 lunes, 11 de septiembre de 2006  
Piñero. A seis meses de su inauguración, la unidad penitenciaria Nº11 ya muestra los primeros problemas
Postales y denuncias recogidas atrás de las rejas de un "moderno" penal
Un total de 135 presos aseguran "aburrirse" dentro de un edificio que tiene "fallas edilicias y comida escasa"

Eduardo Caniglia / La Capital

La primera visión que ofrece la unidad penal Nº11 de Piñero contrasta con las imágenes registradas en el tiempo de otros dos viejos presidios santafesinos, las cárceles de Rosario y de Coronda. Las paredes vetustas y las construcciones antiguas de esos sitios de reclusión se enfrentan con una edificación moderna en la cual todos los movimientos son monitoreados a través de cámaras de video. Pero la modernidad que aparece a simple vista no puede ocultar las carencias que sufren y cuentan quienes están detrás de las rejas. Las quejas por una vida ociosa y la ausencia de posibilidades para la rehabilitacion para una futura vida en libertad son los primeros reclamos de los reclusos apenas se trasponen las puertas de hierro.

La cárcel de Piñero está situada en el kilómetro 3,5 de la ruta provincial 14. Apenas se arriba a la oficina de ingreso, aparece en escena un detector de metales por el que no debieron pasar el cronista ni el reportero gráfico de La Capital. Luego, a poco de desandar un largo pasillo central, un cuantioso grupo de albañiles levanta tres nuevos minipenales y las oficinas de administración. Parecen ajenos a lo que ocurre en el penal situado enfrente, en el que se distinguen los alambres de púa en los techos. Allí, en cinco pabellones y en celdas individuales, conviven 135 internos -64 procesados y 71 condenados-, la mayoría de ellos rosarinos.

Los reclusos llegaron de diferentes comisarías de Rosario y de las unidades penales 1 y 3 ante la saturación de presos en las seccionales de la ciudad, hecho que era y continúa siendo un dato inobjetable de la realidad. Entre quienes arribaron aquel 3 de marzo, hay un interno que quedó alojado en el pabellón de autodisciplina, el sitio que ocupan quienes están en la última etapa de sus condenas y gozan de las salidas transitorias. Su relato ante La Capital explica con elocuencia la precariedad y la urgencia con que se habilitó el penal.

"Un viernes llegamos seis presos, pero no pudimos quedarnos porque no había guardias. Nos mandaron de vuelta y volvimos el lunes", contó. Un rato antes dos funcionarios penitenciarios habían dicho que la cárcel se construyó tomando como referencia el "modelo" carcelario de "Estados Unidos", aunque aceptaron que aún "faltan muchas cosas" que realizar.

Para llegar a ese pabellón, hay que atravesar varias puertas de hierro y pequeñas oficinas de guardia ocupadas por jóvenes guardiacárceles. El sitio es un galpón en forma de tinglado con paredes de material. No hay celdas y los internos viven en forma colectiva. Numerosas camas tapadas con frazadas apoyadas sobre palos de escoba como improvisados parantes, una cocina y lavadero en la parte delantera y un televisor completan las instalaciones. Tampoco faltan armarios armados con cajones de manzana.

Allí están alojados 17 internos que acarician la libertad, pero miran con escepticismo el futuro que los aguarda apenas estén del otro lado de las rejas. "Salimos los fines de semana, pero sólo nos sirve para estar con nuestras familias. Es muy difícil que consigamos trabajo porque no estamos preparados y además piden muchas cosas para dartelo", dice con resignación un interno de unos 40 años en un pabellón, donde abundan los veinteañeros.

No son las únicas quejas. La escasa alimentación, la deficiente atención médica y la falta de talleres para realizar trabajos son las demandas coincidentes de los reclusos. "Cuando venimos los domingos de las salidas transitorias tenemos que destapar el baño porque siempre se obstruye", se lamenta un interno para explicar una de las falencias del nuevo pabellón.

Los presos aseguran que no tienen conflictos con los empleados penitenciarios. "La relación es normal. Nosotros no buscamos problemas con ellos, ni ellos tendrían que buscarlos con nosotros", comenta el mismo recluso ante la atenta mirada del jefe correccional de la unidad.

Un rato después, otro hombre de 35 años se lamenta por su traslado de la cárcel de Riccheri y Zeballos a Piñero y parece añorar su pasado de boxeador profesional. "Yo estaba en la (Unidad) 3 y hacía un curso de musculación, pero me trajeron acá y perdí ese beneficio. Ahora me dijeron que tengo que esperar hasta febrero del año que viene. También me ayudaría que haya un gimnasio para desarrollarme en la parte física y desenchufarme de lo que se vive acá", cuenta el interno.

Sentado en una silla, a unos pocos metros, otro recluso que parece curtido en mil peleas observa en silencio la escena. R.D.R. es porteño, tiene 50 años y pasó la mayor parte de su vida en prisión. El 15 de septiembre estará del otro lado de las rejas y volverá a vivir con su mujer y su hija en un Fonavi de la zona oeste.

El hombre contó su historia cargada de evasiones y batallas judiciales. En 1979 entró por primera vez a la cárcel de Coronda condenado a prisión perpetua imputado de robo y homicidio. Pocos meses después se fugó y seis años después fue recapturado en la provincia de Corrientes. Regresó a la Unidad Nº1 y pasó por la cárcel de Las Flores. De allí se escapó nuevamente en 1987. Cuatro años después obtuvo la libertad condicional y al año siguiente sumó una nueva causa por falsificación. Ahora cuenta los días que le quedan para dejar los muros de la Unidad Nº11. "Yo ya debería estar en libertad hace rato porque me unificaron mal las causas", cuenta.

R.D.R. también se queja de las condiciones de vida en prisión: "Yo la pasaba mejor durante la dictadura. Quise hacer un curso de electricidad pero no pude", dice y muestra la foto de su hija de 5 años.

La visión del director del penal, subprefecto José Pedro Gaidelón, difiere de la de los internos en cuanto a las condiciones de reclusión. "La comida es bastante buena en cuanto a la cantidad y calidad. También tenemos un médico, una enfermera y una ambulancia las 24 horas".

-¿Es suficiente un solo médico para tantos internos?

-Más que suficiente.

Gaidelón asumió el 18 de agosto pasado en reemplazo del subprefecto Ricardo Landa. Cuarenta cinco días antes de la masacre de Coronda -ocurrida el 11 de abril del 2005- dejó su puesto de jefe de seguridad externa de ese presidio. Confiesa que lo sorprendió la ferocidad de la matanza y en off dice que el deceso de 91 reclusos registrado en los últimos diez años se debió, entre otras razones, a la superpoblación.

Gaidelón señaló que realizará una "reestructuración" de los diferentes pabellones. "Pretendo ubicarlos de acuerdo a su realidad. En uno serán alojados (los internos) los que están con salida transitoria, en otro los que tienen buena conducta y en un tercero los que afrontan problemas disciplinarios", comentó.

El funcionario dice que se repararon las filtraciones de "agua" en los techos detectadas a pocos días de inaugurar la cárcel, aunque otro colaborador del Servicio Penitenciario admite que el inconveniente aún no se resolvió. "Cuando llueve pasa agua", afirma.

El director del penal también anunció que "mantendrá un diálogo permanente con los delegados de los internos para mejorar su calidad de vida y para que los empleados puedan trabajar bien".

Gaidelón señaló que en el penal todavía no se registraron motines. Sin embargo, un recluso contó que un mes atrás se alzaron los internos del pabellón 1, algo que fue aceptado pero minimizado por el director de la cárcel de Piñero como por el director del Servicio Penitenciario (SP), Jorge Bortolozzi. "Un guardiacárcel cometió la torpeza de no sacarle correctamente las esposas a un interno cuando ya estaban frente al pabellón. En determinado momento, el recluso se encontró con una de las esposas y la llave del penal. Entonces, los (internos) se negaron a recluirse y quemaron colchones y frazadas", contó el director del SP. Para controlar la situación, según Bortolozzi, los guardiacárceles debieron "disuadir" a los reclusos disparando "balas de goma".
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A pesar del edificio nuevo, los presos de Piñero suman reclamos contra el sistema.

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