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 domingo, 03 de septiembre de 2006  
Interiores: la conciencia

Jorge Besso

Después de 2500 años de filosofía en el occidente religioso y en el occidente ateo, y después de más 100 años de la publicación de "La interpretación de los sueños" de Sigmund Freud, que vino a ser la carta de presentación del psicoanálisis, la cuestión de la conciencia en los humanos sigue siendo un tema más que controvertido.

El inventor del psicoanálisis afirma en un libro llamado "El porvenir de una ilusión", que el humano vive en el presente con cierta ingenuidad. En realidad Freud lo dice casi al pasar, pero en un texto que está dedicado a la religión de la humanidad (cualquiera que sea) la cuestión de la ingenuidad adquiere toda su importancia. De entrada la afirmación sorprende ya que explícitamente dice que vivimos en el presente, algo más bien difícil de sostener, como lo prueban las múltiples exhortaciones precisamente para vivir y disfrutar el presente, que por lo general caen, como se suele decir, en saco roto.

Es que el lío de los humanos con el presente forma parte insoslayable del conflicto con el tiempo, de forma que en un extremo tenemos a todos aquellos que, atrapados en y por la ansiedad, su majestad el tiempo los arrastra a un futuro que nunca llega, en tanto y en cuanto siempre están pensado en lo que falta hacer o en lo que está por venir.

En el otro extremo tenemos a todos aquellos que fascinados por la nostalgia quedan atrapados en un pasado que nunca se va, es decir que nunca deja de pasar aun siendo un pasado. En rigor habría que pensar que una de las mayores ingenuidades debe ser la de poder vivir el presente, sobre todo porque en la exhortación que impulsa a vivir el presente, aquí y ahora, vivir quiere decir ni más menos que disfrutar. Cuestión nada sencilla ya que no existen estadísticas que nos informen cuántos días, o acaso horas, disfruta un humano medio y cuántas horas o días padece, a lo largo y a lo ancho de una existencia que también debiera de ser media.

Lo contrario de la ingenuidad de la que habla Freud es la paranoia, donde la desconfianza y la susceptibilidad ocupan el centro de la escena psíquica, lo que tampoco contribuye en demasía para que alguien tenga conciencia de las circunstancias que le toca vivir, que con toda probabilidad serán interpretadas bastante más ásperas de lo que en realidad son.

Lo cierto es que los humanos no extremos, viven y conviven con lo que de alguna manera se podrían llamar dos observatorios de la realidad con mecanismos opuestos con relación al encadenamiento de las cosas: es lo que expresa la frase, triste y terriblemente célebre durante el Proceso, que proclama sin reservas, ni dudas, ni tampoco ningún pudor, aquello de que "por algo será". Lo que representa toda una sentencia con respecto al devenir de las cosas.

Curiosamente forma parte de la base interpretativa de los dos observatorios, sólo que en el puesto de observación de la realidad atravesado por la confianza, el por algo será tiene signo positivo, aun si se trata de afrontar un huracán. Será, por ejemplo, una prueba de la existencia de Dios que precisamente nos está poniendo a prueba. Todo lo contrario en el otro observatorio, donde al "por algo será" se le supone un signo negativo, al punto que si se está en un buen momento, y más todavía si se trata de aquellos pasajes en que el amor, el sexo y las circunstancias bailan la misma danza y la misma música, pero entonces en un pliegue del alma se espera el rayo divino que alcance con algún mal al terráqueo que osó disfrutar tanto.

Lo cierto es que la conciencia es una parte de nuestra psiquis, de algún modo la sala vip del aparato psíquico, a menudo identificada con la luz, pero también como una suerte de voz, seguramente no estridente, pero sí persistente que acompaña a los humanos durante toda la vida. Con la debida aclaración de que la voz de la conciencia no nos habla para felicitar o reconfortar, sino que más bien es un parlante interior que en un tono reprochón reprende por lo que hicimos o por lo que no hicimos. Razón por la cual la tranquilidad de conciencia es una conciencia muda. Se puede suponer que la voz de la conciencia debe estar entre las voces menos escuchadas de la historia, ya que en cualquier tiempo y espacio las gentes han dado pruebas de aplicar una sordera automática con respecto a la célebre voz interior. Al punto que ésta, en muchas ocasiones, tiene que recurrir al expediente de morder al sujeto en el que habita con la esperanza de que el remordimiento de conciencia sea más eficaz que una voz con relación a la cual tantas veces resulta fácil hacerse el distraído.

Más allá de que las gentes se diferencien en cuanto a la honestidad y la deshonestidad, lo cierto es que la mezcla de conciencia y de inconsciencia de los humanos viene a mostrar que la psiquis no es precisamente de una sola pieza. Es decir que estamos muy lejos de ser un mono ambiente, que en cambio es posible que ése sea el caso de nuestro pariente más cercano, el mono, al que cabe suponerle un alma más transparente y mejor adherida a la existencia que la nuestra. Salvo que le toque en suerte que la racionalidad humana lo enjaule para que los paseantes lo observen sin entender nada, pero disfrutando de pertenecer a una especie superior.

Si la conciencia individual dado sus pliegues y repliegues circula más bien adormilada, la conciencia colectiva en pocas ocasiones da muestra de su lucidez. En este sentido cabe preguntarse si el poder, los poderosos y las ansias de poder que siempre alberga en alguna de las piezas internas de cada cual es consciente o no de sus pasos, que por lo general son aplastantes. La escasa conciencia sobre la enfermedad del poder hace que se viva para el poder, en lugar de encontrar el poder para vivir, en lo posible con un conciencia más despierta.
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