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 domingo, 30 de julio de 2006  
Prevenciones

Jorge Besso

Hombre prevenido vale por dos, sentencia el popular refrán que divulga una sabiduría imposible de discutir, pero tal vez posible de reflexionar. El primer supuesto es que dos valen más que uno, lo que en principio aparece como algo bastante obvio, ya que cuatro ojos, se dice, ven más que dos, y lo mismo puede aplicarse a los demás sentidos que se duplicarían en caso de ser dos, es decir de estar o ser prevenidos. En la conjugación de estos dos verbos fundamentales radica buena parte de las claves de nuestro turno de existir en el planeta. Sin embargo, hay una gran diferencia entre ser prevenido y estar prevenido.

En ocasiones podemos y hasta logramos estar prevenidos, como puede ser cuando salimos de casa con un abrigo en las manos, por si refresca. En tal caso el cambio de tiempo nos encuentra prevenidos y podemos seguir circulando confortablemente a pesar de la ciclotimia climática, además de tener una especie de plus de satisfacción al ver a la legión de desprevenidos, ahora como consecuencia también desprotegidos, quejándose del tiempo loco.

Muy pegada a la sentencia anterior, pues sus sentidos comulgan, está aquella que reza con mucha fuerza que es mejor prevenir que curar, lo que sin duda es muy cierto, ya que quién podría acaso dudar que es mejor prevenir el mal que tener que curarlo. A su vez, de chicos nos enseñaban que no había que aceptar ningún caramelo que ofreciera un extraño, con lo que muy pronto nos tragábamos un mensaje sin caramelo que al abrirlo y saborearlo tenía más mensajes que lo que aparentaba.

Así la seducción venía a representar un peligro en el sentido que de pronto se nos puede ofrecer lo dulce cuando en realidad lo que viene es lo amargo. Es lo que muchas veces ocurre con el amor que por lo general comienza dulce (de lo contrario probablemente no comenzaría) y después suele derivar en sinsabores, con la debida aclaración de que los mencionados sinsabores más precisamente son malos sabores.

En definitiva, el humano puede en ocasiones estar prevenido, lo que es más difícil es estar prevenido el tiempo completo, a pesar de todas las campañas al respecto, tanto con relación a las enfermedades, como con respecto a los accidentes, o excesos en las ingestas, todos casos en los que la educación suele tropezar con la inclinación tan humana a tropezar muchas veces con las mismas piedras. No obstante, nadie duda de la importancia de la prevención en todos los ámbitos donde interviene lo humano y los humanos, mucho más en campos como la medicina donde la falta de prevención puede terminar en la incurabilidad; o bien en lo irreparable de los accidentes en las calles y las carreteras, a pesar de las constantes advertencias.

Por su parte la sociedad sueña con seres previsibles, ya que la previsibilidad es más que fundamental para el mercado, la política y la moral, al punto que los humanos son encuestados a cada rato con vistas a conocer tendencias, o bien para sembrarlas. La ciencia cumple un papel fundamental en este sentido ya que en la medida en que despeja el camino que va de la causa al efecto, torna previsible un conjunto de fenómenos que a partir de ese momento pasan a estar bajo control.

Es decir que en el fondo el ser humano es un imprevisible, y ante lo cual la sociedad toma sus recaudos en una cadena más bien larga de precauciones donde se instalan prevenciones ante lo imprevisto que podría suceder. Compañías de seguros, bancos, industrias, empresas de servicios, empresas financieras, usureros, comercios y demás actores del mercado con sus respectivas carteras de clientes que se entrelazan en una serie de figuras como son los créditos, los avales, las prendas, las hipotecas, los fideicomisos, las sociedades de responsabilidad limitada y de responsabilidad anónima, y un listado casi infinito de figuras y conceptos financieros que de algún modo muestran que la imaginación económica es prácticamente inagotable, pero al mismo tiempo la inseguridad resulta inextirpable.

Volviendo al terreno del amor, en algunas de las sociedades de los países del primer mundo, desde hace algunos años, vienen creciendo los contratos prematrimoniales. Es decir la estipulación y la firma de un contrato previo a la firma del contrato matrimonial. Se trata de un ejemplo más de las innumerables redundancias humanas, pues ¿cuál es el sentido de un contrato que permita la firma de otro, por si se llega a la situación de tener que disolver éste último?

Como se sabe, el sentido es llegar en mejores condiciones a la firma del tercer y último contrato: el de la disolución de dos que estuvieron por unirse, que luego se unieron y finalmente se desunieron. En suma, la función y la misión de la prevención de ninguna manera debe, ni puede extinguir la imprevisibilidad que es consubstancial a lo humano, mucho más que en cualquiera de las demás especies de lo viviente, al punto de que es uno de nuestros rasgos distintivos.

Como salta a la vista en la palabra, lo imprevisible es lo que no está visible, lo que hace que nuestra vida transcurra y circule un tanto a ciegas. Y esto en un doble sentido: tanto respecto de los otros, como respecto de nosotros. Las innumerables rutinas son el refugio frente a tamaña inseguridad, de modo que al humano le gusta casi siempre comer en el mismo lugar, más o menos lo mismo, hacer el amor en las posiciones habituales sin demasiados cambios, sentarse en el mismo sillón y demás repeticiones tan comprensibles como necesarias, pero que al mismo tiempo alimentan el fantasma o la realidad del aburrimiento.

Lo contrario de la regularidad o del aburrimiento es la alteridad, pero lo distinto no siempre es asimilado, y sin embargo quizás conviene recordar que en lo que se altera está la condición de que las cosas sean distintas. Para que la existencia no sea una vida de bostezos, frente a lo que sucede y frente a lo que no sucede.
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