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 domingo, 09 de julio de 2006  
Un género en cuestión más allá del mercado
Las nuevas narradoras se muestran más cerca del cine y de los medios masivos

Irina Garbatzky

La insania, el exotismo, la fantasía, el sexo, la televisión y la marginalidad son los pivotes sobre los que gira esta serie de relatos escritos por escritoras argentinas actuales. El título se enlaza con el nombre del famoso ensayo de Virginia Woolf, "Una habitación propia". En él, la autora inglesa se preguntaba acerca del surgimiento de las condiciones materiales y culturales para que una mujer se dedicara a escribir entrado el siglo XIX. Si la búsqueda del espacio de profesionalismo en la escritura para la mujer es ahora diferente, ¿hay lugar para la pregunta sobre qué dicen las mujeres que escriben literatura en la actualidad y sobre la actualidad?

Los criterios de género sexual para la compilación de un libro de narrativa generan complejos fenómenos de polémica. La proliferación de estudios sobre literatura y crítica gay-lésbica, los debates sobre la posibilidad de la creación desde la masculinidad o la feminidad, etcétera, realiza un cuestionamiento hacia las definiciones clásicas sobre "lo genérico", en todo su sentido. ¿Hasta dónde puede leerse una marca de escritura como "femenina"? Señala Abbate en el prólogo que estamos lejos de confirmar que cuestiones de feminismo hayan sido el signo unívoco en la escritura de las mujeres del siglo XX.

Sin duda estos relatos exceden lo que en el mercado se señala como "temáticas femeninas". No hay aquí Medeas vengativas o vírgenes solitarias. La serie de cuentos pone de relieve una narrativa que desmitifica la imagen de la mujer abocada a las tareas melancólicas del amor o de la furia. Parece que tanto la figura de la escritora argentina que hasta hace unas décadas variaba entre la literata chic y erudita, ensombrecida por la tutela de los grandes escritores varones, y la imagen de la poeta solitaria y suicida, han quedado en el cuarto olvidado de la literatura argentina. Las nuevas narradoras se encuentran mucho más cerca de los medios masivos de comunicación, el cine o el periodismo y escriben detenidamente sobre realidades mínimas y ocultas que son, sin embargo, conocidas por todos, compartidas en la cultura urbana.

La compilación se encuentra ordenada según tópicos precisos: la pérdida de relación recta con el mundo racional (en las diversas variedades de la locura), el vínculo con los mundos de la fantasía y las culturas extrañas, la vida en relación con la televisión y los personajes marginales de las ciudades. Si algo afirman estas narraciones es que ningún procedimiento o género de la literatura (ni el fantástico, el policial negro, ni la parodia política) son propiedad exclusiva de algún grupo o pueden leerse desde alguna clave sexual. El montaje, la observación crítica y la sátira sobre ciertos estereotipos culturales son utilizados como recursos constructivos.

Así, un policial retrospectivo, al mejor modo de un film de David Lynch, es la herramienta fundamental en "La certeza de Alberto Rodríguez Vargas" de Julia Coria. Cuentos como "Un anillo por un conejo" de Moira Irigoyen o "Ni cumpleaños ni bautismos" de Mariana Enríquez recuerdan los pasajes absurdos por el mundo del sinsentido, la soledad y la demencia pero a partir del choque en el consultorio entre una psicopedagoga y una niña, o bajo el lente de una cámara en las manos de un adolescente. Beatriz Vignoli con "La razón de mi diva" nos engolosina escribiendo un relato que parece escrito por un guionista norteamericano de los años 50, en el cual una Madonna oscura imita a Eva Perón.

En las secciones "Politik pornoshop" y "Derivas" se establecen las marcas de la literatura como modo de supervivencia dentro de la sociedad capitalista. La juventud frágil y la posibilidad de la belleza es lo que necesita ser reconstruido en una ciudad que funciona como aplanadora totémica de todo contacto humano. La mujer-potus en la que se convierte la protagonista de "Pornografitis" de Viviana Lysyj, o la muchacha que sube a los colectivos para terminar sus novelas en "Los colectiveros también son personas" de Natalí Tentori, dibujan desde el sarcasmo las imágenes de la "feminidad cosmopolitan" que cunde en la última época.
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