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 sábado, 24 de junio de 2006  
Artesanos: de profesión calderero

Paulina Schmidt

El artesano tiene una razón de ser, de la nada hace algo y de lo poco hace mucho", dice Antonino Liosi, cada vez que se sumerge en su oficio. Fresador, ajustador, tornero y matricero fueron algunos de sus oficios desde que comenzó a los catorce años. Hijo de inmigrantes italianos, heredó de su padre el manejo de los metales, y de su madre, el recuerdo de una infancia entre objetos de cobre. Con técnica y profundo conocimiento del oficio de calderero, el sentido artesanal tiñe cada una de sus piezas.

"Aunque me gustaba el trabajo, siempre tuve la inquietud de trabajar el cobre. Fabriqué mis propias herramientas y me puse a trabajar. Mi único maestro fueron los errores", dice. A punto de cumplir ochenta años, Antonio Liosi -porque así prefiere que lo llamen- charló con Estilo acerca de esta técnica que practica hace más de veinte años.

"El entusiasmo por ser artesano y crear objetos palpitaba desde mucho antes en mi interior. Pero no soy artista, hago cosas simples y trabajo como lo hacían los monjes hace doscientos o trescientos años atrás: a martillo y herrería, nada más". Poncheras, pavas, ollas, cucharones y jarros son algunos de los objetos que distinguen su trabajo.

El taller funciona detrás de su casa, y es el lugar elegido para estar la mayor parte del día. Con un espíritu que sólo algunos privilegiados saben palpitar, comienza cada jornada a las cinco y media. No lo persuade el frío ni el calor, sí la compañía de su esposa Clara, quien cuida de sus descansos y enaltece el trabajo diario.

El artesano relata parte de su historia familiar, transcurrida desde niño en el mismo pasaje de la zona sur, y mientras lo hace transmite un estilo y conducta de vida que sostuvo siempre, aún en los momentos difíciles. "Mi madre falleció joven, y mi padre, muy tenaz y emprendedor, debió llevar adelante la familia compuesta por dos hermanas y yo. Desde su oficio de calderero en hierro, supo despertar en mí el interés por este tipo de trabajo", relata.

Forjando una nutrida experiencia laboral, a los catorce años puso mano en los metales y nunca más los abandonó. "El gobierno de Castillo, anterior a Perón, decretó que cada cuatro oficiales empleados en un taller, uno debía ser aprendiz. Así fue como, con quince años, ingresé en el sector de mantenimiento del frigorífico Swift. Cada seis meses me cambiaban de oficio, por ejemplo de hoja latero pasaba a herrero o ajustador. Aprendí mucho durante diez años", resalta Liosi. En la fábrica militar de aviones de Córdoba, en Acindar y Duperial (San Lorenzo, donde actualmente funciona la empresa Issy) también cosechó experiencia y nuevos saberes.


A fuego lento
Pero, ¿qué es la calderería? "Este oficio requiere trabajar con calor. El fuego sirve para cortar, forjar y unir barras y planchas de hierro o acero. En el caso del cobre se forja a una temperatura inferior al hierro, aproximadamente a 700 grados. Luego, el metal se enfría en agua para ablandarlo y agrandar sus moléculas. De esta manera podemos embutir la pieza y lograr la forma deseada. Pero al martillar, el metal adquiere dureza nuevamente, y es necesario calentar y enfriar cuantas veces sea necesario para llegar al punto justo", explica el artesano.

El martillado consigue un fino tallado sobre la pieza, además de dureza y resistencia. La mayoría de los objetos llevan roblones y remaches, y adquieren un brillo inigualable.

Las máquinas ayudan al calderero en la tarea de apretar el material, agujerearlo o limarlo. El resto del trabajo es artesanal, y su mayor encanto radica en no repetir las piezas. Todas las piezas se encuentran estañadas, es decir recubiertas en su interior con estaño puro (sin plomo). Esto permite que el utensilio no sea tóxico para cocinar o colocar líquidos.

Liosi explica y demuestra todo el procedimiento con sapiencia y ritmo pausado, que sólo los años supieron alimentar. Su primera pieza fue una jarra, y recuerda aquel momento con especial interés. "Con mi esposa habíamos ido de paseo a Córdoba y ella se quedó encantada con una jarrita de cobre que había visto en la vidriera de uno de los locales. En mi opinión no estaba bien hecha ni era linda. Cuando regresamos a Rosario me comprometí a hacerle una mejor, y me entusiasmé".

Aficionado por la lectura, el artesano comenzó a consultar material bibliográfico sobre el tema, con la intención de crear los mismos utensilios y objetos de cobre utilizados durante el imperio romano. Las películas también fueron de ayuda cuando mostraban, por ejemplo, aquellos jarros de cerveza, típicos de las tabernas alemanas.

"Cuando mi madre vino de Italia trajo muchas ollas de cobre para cocinar. Esto generó cierto recelo en el vecindario, porque este metal era sinónimo de pobreza pero las comidas resultaban exquisitas. El cobre logra un calor envolvente, tan intenso en la superficie como en el fondo de la cacerola", continúa.

"Siempre me gustó este metal y cuando traspasé las puertas de mi taller con las artesanías, me di cuenta que no era el único", admite orgulloso. Las ferias de maestros artesanos, organizadas todos los años en Rosario, fueron una muestra fehaciente del interés que despertaron sus jarras, ollas y cucharones.

Una pava colonial de su autoría ya pertenece al patrimonio del Museo de Arte Popular José Hernández de Buenos Aires, donde fue premiado por su trabajo en el marco de un programa de artesanías urbanas.

A Liosi le calza muy bien el título de maestro artesano. Bajo la condición de que esta antigua técnica perdure en el tiempo y enaltezca los oficios, un grupo reducido de jóvenes siguen sus pasos. "Apreciar el cobre nace como algo natural. Estar frente a una artesanía de este tipo es como volver al pasado. Me apasiona y es mi sueño cumplido".


Brillos del pasado
El cobre posee alta conductividad eléctrica y térmica, y fue uno de los primeros metales que conoció el hombre hace más de 10.000 años. Dada su maleabilidad y resistencia continúa siendo ideal para trabajos artesanales de moldeado profundo. Con el metal rojizo se hicieron vasijas, herramientas, armas, ofrendas religiosas e infinidad de objetos. El color y brillo, así como su resistencia, calaron profundo en los sentimientos del ser humano.

El cobre refiere simpleza y tradición. "En tiempos de la colonia y posteriormente también, a las mujeres les gustaba tomar mate como ahora. Sentadas a la cabeza de suntuosas mesas, la pava de cobre, fabricada por algún monje, reemplazó muy bien aquella de cocina, toda ahumada y que no guardaba relación con la ocasión", alude Liosi.

Entre los objetos preferidos se encuentra la pava tropera, de base ancha y pequeña, que se utilizaba para calentar agua para las tropas; la olla cantábrica, propiedad de los pescadores, hoy preferida para la bagna cauda o fondeau; o la jarra prusiana de boca ancha para la cerveza. Por su parte, los franceses utilizaban la ponchera o chocolatera para calentar el cogñac, y los suizos para el chocolate.
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