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 sábado, 24 de junio de 2006  
Semblanza: facultades alteradas

Víctor Cittá Giordano

"¿Lennon y Harrison?, ¿Por qué te gustan esos viejos de mierda?". Peleamos media tarde, yo defendía mis gustos y la niñez vivida bajo esa música y él insistía en que era chico para esa gente. Lo quería matar, lo odiaba. Al día siguiente, en préstamo, me trajo la antología ilustrada de The Beatles.

No nos encontrábamos en las 20 ó 30 listas de ingresantes que estaban enchinchadas en un pizarrón de la facultad vieja. Aparte, el viento del pasillo hacía un poco más complicada la tarea porque las hojas se doblaban y encima los nombres no estaban ordenados alfabéticamente. Nos sentíamos pequeños y solos. Eramos unos números perdidos en ese aluvión de gente inscripta en los papeles.

Al fin apareció uno de nuestros nombres y enseguida el otro; con el Negro veníamos de cursar juntos toda la secundaria e intentábamos seguir juntos arquitectura. Las imágenes y sucesos se me aparecen en la cabeza con muchísima precisión: esa misma lista estaba ahora en manos de un profesor que nos recibió sentado en un escritorio -algo impensado en una escuela secundaria como de la que proveníamos mientras duró la dictadura- que dibujaba autos de carrera con tiza en el pizarrón, que preguntaba el por qué de la elección de la ropa que traíamos, los nombres de los pueblos de procedencia, casi rozando con la provocación entendíamos a medias. De todos modos creo que aparte de verle los ojos achinados nos reíamos pensando en que el tipo tenía las facultades mentales un poco alteradas, no sabíamos con qué se saldría.

En otra escena recuerdo que nos dijo que estábamos en la facultad pero que a la vez estábamos en la puerta de muchas facultades: en la facultad de expresarnos, en la de crear, la de sentir, en la facultad de ser libres, pero todas bajo el dominio de una más importante que era la facultad de pensar. "Jamás le voy a permitir a un alumno que se prive de la posibilidad de pensar", decía en las clases.

Y se ponía cada vez más azaroso participar de las clases, el ritmo era fortísimo y cada día superaba al anterior. ¿Más imágenes? "Vení, dibujemos un árbol, dibujémoslo sin despegar la fibra de la hoja ni la vista de la corteza?". Y sacó una hoja y se puso junto a mí en un banco donde no daba más el sol, en un julio muchísimo más frío que los de ahora, hace ya 20 años.

Como las viejas que le dan de comer a las palomas en la plaza, era tirar una buena o sentarse junto a alguien para que aparezca la bandada a ver qué pasaba. Todas nuestras facultades estaban ahora alteradas.

También esto creó en la historia de la humanidad el amor y el odio; el clima siempre era diferente en este lado pero sobre todo, y lo veo mejor a la distancia, la lección era empezar a dejar de ser ese número perdido en la lista y ver si podíamos ser nombrados por lo que hacíamos, por lo que producíamos. Por lo que éramos capaces de pensar.

Acción y reacción. Tormentas y suaves amaneceres. De traje y pantuflas. La ópera y la cancha. Cadaqués y Echesortu.

No hacía falta que nos diga que lo que hizo fue dar las clases como a él le hubiese gustado que le den, con muy poco esfuerzo creo que puedo recordar cada uno de esos días; pienso que a muchos de los que pasamos por allí les pasó lo mismo. Traerlos a la mente nos hace no estar tan solos. Cada vez que dibujo me siento en compañía.

Los números perdidos que empezaron un día a hacer uso de sus facultades esenciales, aún mutan y están transformándose en una serie de letras que se van ordenando poco a poco buscando ser nombres reconocibles en poco tiempo. La lección sigue su curso.

A fin de cuentas, ¿qué facultad no se alteraría en estas circunstancias?

Texto en recuerdo del arquitecto

Roberto Shiira, fallecido

el 10 de junio pasado.
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