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 domingo, 11 de junio de 2006  
El viaje del lector: en bici de Cachi a Salta

La idea era unir Cachi con la ciudad de Salta. Todo comenzó el 10 de abril, día en que mandé la bici por medio de una encomienda hacia Salta capital y desde allí esperar hasta el 12 para partir hacia esa ciudad, a las 23.30.

El 13 llegué a la capital salteña y pasé la noche en un hostel. Al día siguiente bien temprano, partí hacia Cachi en un colectivo de la empresa Marcos Rueda. Compartí el viaje con una señora y su hijito de 6 años. Llegamos a Cachi a las 11.30, un pueblito como pocos, hermoso, con sus niños jugando en una plaza, con su cerro nevado de fondo. Armé la bici y a recorrer el pueblo, que por cierto es muy acogedor, y por supuesto, la gente más que amable.

A las 14.30 aproximadamente, partí hacia mi destino. Me esperaban 160 kilómetros. Pasando por Payogasta comencé a subir por un camino empinado que llega hasta los 3348 metros sobre el nivel del mar. Pasando por el parque nacional Los Cardones, se encuentra la recta del Tin Tin, que parece interminable, donde de golpe comenzó a cambiar el clima de caluroso a muy frío. Al finalizarla me quedaban 10 kilómetros de pura trepada, hasta llegar a la Piedra del Molino, donde el camino llega a los 3348 metros sobre el nivel del mar, y desde ese lugar comenzar a descender la Cuesta del Obispo.

Como ya oscurecía, decidí parar y pedir albergue y por suerte encontré a una familia que se brindó con toda su riqueza, y qué más riqueza que la amabilidad. Fue en un paraje llamado El Maray, a mitad de camino. Me dieron una habitación y hasta compartí la mesa con comidas típicas como la humita de choclo. Va mi amor a la familia Tolaba.

El sábado 15 recorrí lugares que jamás pensé que iba a visitar, con colores y paisajes increíbles. Cerca del mediodía partí hacia un pueblito llamado San Fernando del Valle de Escoipe, donde pude compartir una fiesta típica con rodeos, pialadas, y hasta tuve la suerte de darle de comer a la Pachamama, en su ritual, la corpacada. Luego partí ya casi sin parar excepto para charlar con doña Evangelista, una viejita de 80 años que vive sola en la montaña.

Ya entrada la noche llegué a Salta, y me hospedé en un hostel donde compartí un asado con gente de todo el mundo. El único argentino era yo, y aún no puedo entender cómo pude estar riéndome y divirtiéndome hasta las 4 de la madrugada con gente de Alemania, Suiza, Australia, Israel, Italia y Africa, de los cuales muy poco hablaban castellano y yo sin saber una palabra en ingles.

Así fue como el domingo recorrí por la mañana la ciudad de Salta con algunos chicos del hostel, hasta que se me hizo la hora de volver.

Luciano Sugasti
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Dos días de pendientes, caminos, pueblitos y fiestas divididos sobre ruedas.

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