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 domingo, 11 de junio de 2006  
Fortaleza: el color del Nordeste
Un mar de 26 grados baña una ciudad que reluce con sus playas, ecléctica arquitectura, expresiva faz nocturna y una variada gastronomía

Hernán Lascano / La Capital

Un aventurero holandés que en 1649 navegaba la costa nordeste de Sudamérica desembarcó frente al estuario de un río y levantó un fuerte en un litoral ondulado de playas de arena clara. A esa edificación que pasó un año después al dominio de la corona portuguesa, erguida en un promontorio en el que todavía sobresale hacia el océano, le debe el nombre Fortaleza. Quinta ciudad brasileña, portal de acceso a un territorio donde el sol brilla todo el año y plataforma de variantes para viajeros de las motivaciones más diversas.

Fortaleza es la capital de Ceará, un estado que en un litoral de 573 kilómetros de costa organiza escenarios visuales cambiantes a cada tranco, tres grados por debajo de la línea ecuatorial. Ensenadas abruptas, encuentros de río y mar, playas a veces serpenteantes, a veces rectas hasta el límite del horizonte. Aguas verdeazules, riscos ferrosos llamados falesias que caen en picada al océano, dunas en movimiento imperceptible e incesante que se recorren en buggy entre jangadas de velas blancas, símbolo de la cultura cearense y de sus primeros colonizadores, los pescadores, que contribuyen a mantener una tradición culinaria en la que sumergirse es tanto tan placentero como en el mar.

No solamente el mar es atributo de esta tierra: el que quiera explorar el interior de Ceará encontrará zonas serranas de gran belleza, colores y sabores, además del sertón, el páramo de terreno reseco y agrietado distintivo del nordeste brasileño, donde en los meses de lluvia rebrota una mata rastrera que cubre de verde la inmensidad de un campo, interrumpida por caseríos de techados de paja y desparejas tejas rojizas. Para los que busquen algo más que magníficas playas, la sierra ofrece exuberancia de flora y fauna a partir de 30 kilómetros de Fortaleza, con grutas naturales, cascadas, balnearios de agua dulce y circuitos para caminatas. Un ámbito para el turismo de aventura, preparado para dar alojamiento al visitante, donde las fiestas religiosas y populares no parecen tener pausa.


Historia, mar y noche
Veintisiete grados de temperatura media, doce meses en bermuda y remera, entrar y salir del agua sin recordar jamás que en algún lugar remoto existe el frío. Fortaleza tiene 2.300.000 habitantes según el censo 2000. Su arquitectura, su actividad mercantil y política, junto con esa masa poblacional, le dan un relieve metropolitano. Pero la tan generosa situación térmica y la belleza natural de la costa convierten a la playa en el programa fundamental de aquel que llega. Un frente de edificios de altura y modernos domina el área central de las playas de Iracema y Meireles, las más céntricas.

En sus costaneras surgen grandes espacios de ferias permanentes de artesanías, bares con sombrillas de paja y restaurantes. Sobre la arena una brisa salitrosa peina palmeras altas y enanas. Siete kilómetros al este se extiende la Praia do Futuro, una ensenada de 50 cuadras con decenas de barracas donde se sirve coco helado para beber, camarones y variados frutos de mar. Estas playas son las más frecuentadas por los vecinos de la ciudad, amigables y siempre inclinados a conversar. En las afueras de Fortaleza, 27 kilómetros al oeste, el balneario Cumbuco tiene prolongadas extensiones de playas sobre la boca de un río en el mar.

La historia y la cultura de Fortaleza se conocen caminando. Los planos urbanos que distribuyen los puestos turísticos proponen un circuito pedestre en el que se aprecia el patrimonio edilicio, las plazas, los museos y los mercados. Estos últimos son muy animados: tanto el mercado central de artesanías ubicado detrás de la Catedral, Iglesia da Sé, como el pintoresco antiguo presidio municipal son romerías de piezas múltiples: tejidos de encaje, algodón e hilo, licores, comestibles y condimentos extravagantes, hamacas, mantas, piezas de madera y orfebrería, manteles, adornos. Lo mismo ocurre los sábados, en un espacio ampliado a cielo abierto en torno de la céntrica Plaza da Sé, atiborrada de puestos que ofrecen su mercadería en mesones o en el piso. Dos consejos para quienes se muevan en estos ámbitos llenos de perfume y color: comparar precios, dada la variedad de puestos que ofrecen lo mismo, y regatear antes de pagar.

En la misma área céntrica vale la pena conocer la fortaleza Nossa Senhora de Assunçao, la que legó el nombre a la ciudad, fundada como Forte Schoonenborch por el conquistador holandés Matías Beck en 1649, y dar una vuelta por el paseo público donde está la Plaza de los Mártires, que data del siglo XVII, punto de encuentro de los vecinos de la ciudad. Un gigantesco baobab predomina en mitad de la plaza y es foco de la curiosidad de los turistas, tanto como los mototaxis, más baratos que los autos de alquiler, que los fortalecenses abordan luego de recibir el casco del motociclista que hace de chofer. También destacan en la zona el magnífico Excelsior Hotel, una construcción ecléctica que fue el hotel más importante del nordeste en los años 30, la Casa Estoril, un caserón de reminiscencia portuguesa revestido en cal y barro donde funcionó un casino en los años 40, y el teatro José de Alencar.

Hacia la noche, prepararse. Para precalentar es bueno sentarse en las mesas de los bares del llamado Centro Cultural, un área de coloridos edificios de los años 20, sobre una inmensa plaza seca donde se toma caipirinha y cerveza al son de bandas que amenizan la noche, que aquí comienza todos los días del año a las 6 de la tarde y se prolonga hasta cuando el viajero diga basta. En la zona de la playa de Iracema abundan los locales donde se baila forró -animado ritmo local que se asemeja a algunas danzas caribeñas- y sólo los lunes, en esta zona, explota de gente el Bar do Pirata, un local a cielo abierto que es programa forzado de millares. Los jueves es el inevitable día del cangrejo en la praia do Futuro, oportunidad para entrarle sin desconfianza a este plato y mover el cuerpo en las barracas al son del pagode, reggae brasileiro o samba. De jueves a domingo abre el Mucuripe Club, un local de seis pistas con capacidad para hasta ocho mil personas.

Para seguir con forró y ver una puesta local de bandas y públicos, el Centro de Convenciones o el Sitio Tá Bonito. Otro espacio muy recomendable para conocer aires del interior cearense sin salir de Fortaleza es Kukukaya, que tiene una excelente oferta de platos típicos del campo, con grupos de chorinho y forró tocando sin pausa para esa gente que, rasgo inamovible, siempre está bailando. Y el que quiera rock, con variantes bien brasileñas propuestas por grupos locales, ni pensarlo: Bar Orbita, frente al Centro Cultural.

Hospedarse en esta ciudad supone una gran brecha de posibilidades en confort y precio, desde posadas modestas aunque sobrias y cómodas hasta hoteles cinco estrellas como el Marina Park, en cuyo amarradero atracan yates procedentes de Europa y Sudáfrica a partir de julio, cuando soplan los cálidos vientos alisios desde Africa Ecuatorial y comienza la temporada fuerte de deportes náuticos. Estar allí supone mezclarse con la gente en los botiquines de la calle, tomar agua de coco o licor de genipapo y comer castañas de cajú, abandonarse a la ventisca leve de la inmensa playa y deambular por las pendientes mínimas de los callejones del centro. Supone estar en el nordeste de Brasil, ese territorio mestizo de personas, paisajes y olores que tientan al viajero a regresar incluso antes de haber partido.
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La zona del Centro Cultural de Fortaleza, un área que vibra por las noches.

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