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 domingo, 11 de junio de 2006  
[Nota de tapa] - Una rebelión olvidada
El bautismo de fuego de la resitencia peronista
Hace 50 años el general Juan José Valle encabezó una frustrada rebelión contra la dictadura de Aramburu. Aquí se cuenta el capítulo rosarino de la historia

El 16 de septiembre de 1955 un intento de golpe de Estado se propone poner fin al segundo gobierno peronista. Cuatro días después, tras el triunfo de la asonada sostenida por la autodenominada "Revolución Libertadora", asume la presidencia de la Nación el general Eduardo Lonardi y anuncia al país, reeditando palabras pronunciadas un siglo antes por Urquiza, que no habría "ni vencedores, ni vencidos". Los hechos se encargarían de demostrar lo contrario. Pocos días después, envalentonado, el contralmirante Arturo Rial develará a una delegación de la CGT el sentido último del proceso que se acababa de abrir: "Sepan ustedes que la Revolución Libertadora se hizo para que en este país el hijo del barrendero, muera barrendero." Aquellas jornadas darían inicio al desarrollo de una épica militante que habría de dejar una honda huella en el devenir de las luchas sociales y políticas enla Argentina de la segunda mitad del siglo XX: la Resistencia Peronista.

Tras el golpe, comienza a forjarse una mística que tendrá como protagonistas a miles de hombres y mujeres de a pie, metidos de lleno en la tormenta de la historia. En nuestra ciudad, la respuesta de la militancia peronista no se hace esperar: el punto más álgido de las movilizaciones se produce durante las jornadas del 23 y el 24 de setiembre. Los periódicos locales de aquellos días parecen no tomar nota de esos sucesos, y repiten con insistencia titulares tranquilizadores ("Recóbrase el orden paulatinamente", "La situación en nuestra ciudad tiende a hacerse normal"), como quien intenta conjurar los días y las noches sin calma.

El 27 de setiembre se levanta el toque de queda en todo el país, sólo en Rosario se mantiene hasta el día siguiente. Los meses que siguen son testigos de una feroz interna en el seno de la "Libertadora": el 13 de noviembre, el sector nacionalista católico comandado por Lonardi, deja paso a la fracción conservadora liberal conducida por el general Pedro Eugenio Aramburu, a la sazón ungido como nuevo presidente de facto.

Comienzan a imponerse medidas ultraliberales en el plano económico, destinadas a redistribuir el ingreso nacional en desmedro de los trabajadores y desestructurar todo rastro de las políticas soberanas instaladas en el decenio peronista.

En el plano político, con el decreto 4.161 como punta de lanza, se acentúa la represión a niveles inéditos. Frente a este escenario, el ingenio de los resistentes se agudiza: la cruz superpuesta sobre una "V", símbolo que remitía al "Cristo Vence" con el que los "libertadores" habían adornado meses antes las paredes y los fuselajes de los aviones que bombardearon la Plaza de Mayo, se convierte por obra y gracia del carbón y la brea en un "PV", abreviatura de "Perón Vuelve".


Alerta en Villa Manuelita
Pese a la brutal represión, en Rosario la resistencia no afloja. En una de esas jornadas de 1956, Villa Manuelita amanece pintada en abierto desafío al orden imperante: "Los yanquis, los rusos y las potencias reconocen a la Libertadora. Villa Manuelita no", "A la madrugada se corta la fruta".

Los diversos grupos que actúan, lo hacen cada vez en forma más organizada y el contacto con grupos de Buenos Aires empieza a hacerse necesario. Juan Lucero, el Chancho, uno de los protagonistas de la Resistencia en nuestra ciudad, recuerda los detalles de aquellos primeros intentos por coordinar la realización de un hecho político de alcance nacional: "Así se toma contacto con Buenos Aires, el enlace lo hace un grupo de gente donde estaba metido don Victorio Cardinali, un flaco que tenía una fábrica de calzados, de apellido Putero y el doctor Luis Piacenza." A fines de 1955, Juan José Valle, un general de división perseguido por haber pertenecido al momento del golpe al bando de los leales, participa de una reunión en una antigua casilla del ferrocarril ubicada entre las calles Zelaya, Maciel y Darragueira, en Alberdi.

En apoyo al alzamiento a producirse en breve a nivel nacional, en Rosario, un grupo tomaría el Regimiento 11 de Infantería, mientras otro se apoderaría de la antena de la emisora LT2 para propalar la proclama revolucionaria. El escenario local presentaba algunas dificultades a sortear: a pesar de que dos de los responsables máximos de la insurrección en Rosario, el general Lugand y el coronel Frascogna, pertenecían al ejército, la mayoría de los protagonistas eran civiles, por lo que no se contaba con armas suficiente para hacer frente al desafío en puerta.

La solución vendrá de la mano del comisario Díaz, un ex payaso de circo, por entonces jefe policial, que había sobrevivido a las sucesivas purgas efectuadas por el gobierno de facto, y actuaba en las sombras, apoyando la rebelión en marcha. Díaz pondría a disposición las catorce carabinas pertenecientes a la comisaría 16ª, dependencia policial a su cargo ubicada en Tiro Suizo. Con ese pequeño arsenal, sumado a las armas que cada uno de los participantes aportaría y la fe imbatible que los movilizaba, los insurrectos rosarinos daban por ganada la partida.

A pesar del bajo poder de fuego, se confiaba en el triunfo del alzamiento a nivel nacional, por lo que Rosario sólo acompañaría, a modo de apoyo, aquellos acontecimientos, incitando radialmente la intervención de las barriadas populares de una ciudad que había demostrado su adhesión mayoritaria al peronismo en más de una ocasión.


El Día D
Finalmente llega el día. La Capital del 9 de junio de 1956 despierta a los rosarinos anunciando la posible incorporación de René Pontoni como técnico de Newell's, y, en amplia cobertura, la llegada, esa misma mañana, del presidente Aramburu a la ciudad en visita protocolar. A las 10.30, Aramburu llegaba a la explanada del Monumento Nacional a la Bandera y expresaba ante la concurrencia: "No hay quien no desee la normalidad presente sino a la futura, con gobiernos constitucionales nacidos de la libre y pura expresión democrática del pueblo. Hasta tanto, sepa este pueblo esperar haciendo su propia escuela de democracia".

Mientras tanto, algunos alumnos díscolos, remisos a aceptar pasivamente este esbozo de "pedagogía democrática", comenzaban a recorrer los barrios pasando un mensaje en clave: "A la madrugada se corta la fruta". La insurrección estaba en marcha en todo el país.

A media tarde, Central Córdoba, Argentino y Tiro Federal, los tres equipos rosarinos que participaban de los torneos de ascenso de la AFA, ganaban por goleada sus cotejos. Mientras tanto, Aramburu proseguía con su visita. Desde los balcones de la Jefatura, y frente a un grupo de entusiastas adherentes, exclamaba: "Este es el auténtico pueblo".

En tanto, a 400 kilómetros, en su despacho, descansaba el decreto firmado antes de partir en el que se promulgaba la ley marcial, en vistas de la inminencia de un alzamiento cívico militar que había sido infiltrado, pero al que los "libertadores" habían decidido no abortar, sino dejar correr hasta sus últimas consecuencias, con el objeto de escarmentar a los responsables y sentar precedentes frente a futuros intentos desestabilizadores. La maniobra sería denunciada posteriormente por Salvador Ferla en "Mártires y verdugos" y por Rodolfo Walsh en "Operación masacre".

Bien entrada la noche, dos grupos de insurgentes empezaban a moverse en las sombras de una ciudad que por el momento los ignoraba, concentrada en su vida nocturna, sus teatros y sus garitos. En uno de estos grupos se encontraba el Chancho Lucero: "Paramos camiones sobre bulevar Rondeau y fuimos hasta LT2. Ya estaban los otros en el Regimiento 11 y nosotros íbamos a la antena y ahí cortábamos la señal y comenzábamos a transmitir. La antena quedaba Córdoba al fondo, donde había maizales".

El encargado de proveer de armas al grupo de la radio era el comisario Díaz. Luego de informar a sus subordinados sobre la situación, decide encerrarlos en una de las celdas de la comisaría, y parte con uno de ellos, el sumariante Vigil, el único que se había mostrado entusiasmado con la idea de sumarse al alzamiento. Con las catorce viejas carabinas, a las 23, los resistentes se apoderan del predio donde se hallaba la antena, dejando ir al casero y su familia. Instantes más tarde, exactamente a las 23.25, LT2 empieza a propalar la proclama de un, hasta el momento, ignoto Movimiento de Recuperación Nacional: "Las horas dolorosas que vive la República, y el clamor angustioso de su pueblo, sometido a la más cruda y despiadada tiranía, nos han decidido a tomar las armas para restablecer en nuestra patria el imperio de la libertad y la justicia al amparo de la Constitución y las leyes...".

Los insurrectos, con el comisario Díaz a la cabeza, junto a Lopícolo, Putero, Jurjo y Marinaza, entre otros, la mayoría pertenecientes a grupos de la zona oeste de la ciudad, resisten la embestida de fuerzas del Ejército y la Gendarmería durante más de dos horas. Pero empiezan a llegar las noticias del fracaso de la toma del Regimiento 11, sumado a la recuperación por parte del ejército de la central telefónica Sarratea, ocupada previamente por un grupo (desprendimiento del que se hallaba en la antena) a cargo de Lucero y de Marcial Martínez, un joven de 16 años armado de un machete y un facón.

Finalmente, cuando los insurrectos se enteran de la derrota del alzamiento en todo el país, deciden emprender la retirada. Seis de ellos son apresados al instante, el resto en los días subsiguientes. A las 2.30 del domingo 10 de junio de 1956, LT2 enmudece y deja de transmitir la proclama revolucionaria. Horas después, el parte del Primer Cuerpo del Ejército consignará el hallazgo en las inmediaciones de "discos fonográficos con efectos sonoros y de marchas popularizadas durante el régimen depuesto, bombas de estruendo, un mortero, armas cortas y largas de calibre diverso y botellas incendiarias".


Paredón y después...
Mientras tanto, en Buenos Aires, la "fusiladora" empezaba a ganarse el apodo que mejor le sentaría: 2 militares y 4 civiles ejecutados en Lanús y 5 civiles en José León Suarez el día 10; 6 militares fusilados en Campo de Mayo, 4 en la Escuela de Mecánica del Ejército y 3 en la Penitenciaría Nacional el 11; uno de los cabecillas, el teniente coronel Oscar Lorenzo Cogorno, es ultimado ese mismo día en La Plata.

En Rosario la Jefatura de Policía alberga a más de 400 detenidos. Veintiuno de ellos, sujetos a la ley marcial, son trasladados la noche del 12 de junio al Regimiento 11 para ser fusilados. La demora en el traslado de este grupo de condenados a muerte, a cargo del capitán Gentile ("lonardista" y poco afecto a cumplir con la orden emanada de sus mandos superiores), se convertirá en hecho providencial que sacará al contingente de la boca de los fusiles. Sin embargo, la alegría no sería completa: el parte salvador que anunciaba el cese de la vigencia de la ley marcial, también consignaba, ascéticamente, la ejecución del general Valle en el transcurso de aquella noche. Antes de ser fusilado, Valle dejaría una carta a Aramburu, presidente de facto y responsable de su muerte: "Entre mi suerte y la de ustedes me quedo con la mía. Mi esposa y mi hija, a través de sus lágrimas verán en mí un idealista sacrificado por la causa del pueblo. Las mujeres de ustedes, hasta ellas, verán asomárseles por los ojos sus almas de asesinos. Y si les sonríen y los besan será para disimular el terror que les causan. (...) Nuestro levantamiento es una expresión más de la indignación incontenible del pueblo argentino esclavizado".

En Rosario, los detenidos son recluidos en la cárcel de Riccheri y Zeballos, la Redonda. Mientras tanto las columnas de La Capital consignaban diversos repudios frente al alzamiento frustrado: desde el PDP, pasando por la UCR local, el Partido Demócrata Cristiano, el Partido Socialista, hasta un sinnúmero de asociaciones empresariales y gremios intervenidos, expresiones de las fuerzas vivas de la ciudad. La Unión Socialista Libertaria de la provincia de Santa Fe se pronunciaba vehementemente contra el "golpe ejecutado por minorías al servicio del dictador prófugo". En similares términos se expresaba el Partido Comunista, que caracterizaba al hecho como un "contragolpe" y llamaba a los trabajadores a "no dejarse arrastrar por las aventuras." Ninguno de los comunicados denunciaba el fusilamiento a sangre fría de una treintena de argentinos.
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La estrategia. Uno de los grupos de los insurgentes rosarinos planeaba tomar el Regimiento 11, pero no fue sencillo.

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Al margen de la historia oficial


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