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 jueves, 18 de mayo de 2006  
A un año. Mañana a las 18 habrá una marcha en plaza Pringles por las víctimas del accidente del parque Norte
"Que sirva para tomar conciencia y comunicarnos más con nuestros hijos"
Eran íntimas amigas. Ursula Notz murió y Carla Alfaro persiste en coma. Sus madres cuentan qué sienten y qué piensan a un año del choque en el auto guiado por Matías Capozzuca donde además falleció Nayib Abraham

Andrés Abramowsky / La Capital

Paradojas. Cada vez que ven a los compañeros de sus hijas, Teresa y Mónica ven lo que Carla y Ursula nunca serán. Pero es en la cúspide de ese dolor "permanente e indescriptible" donde aparece el amor para fundir pesadilla y esperanza en una misma moneda, la vida, que se resiste a ser despreciada aun cuando muestra lo peor de sí. La vida que finalmente se impone, aunque la muerte se vaya quedando con todas las batallas. Esta es una historia de chicos contada a través del dolor de dos mamás que nunca verán crecer a dos de sus hijas. Pero es imposible contarla si no es a través del amor que sostiene a Teresa Escudero de pie a sus 60 años en el martirio que implica para ella y su familia mantener con vida a Carla, luego de casi un año en estado vegetativo. O el amor que lleva a Mónica Gangemi a intentar mejorar, a los 45, este mundo en el que Ursula sólo existe como un buen recuerdo.

Sería un error creer que esta historia comenzó la fatídica madrugada del 22 de mayo de 2005 cuando Matías Capozzuca estrelló en el parque Norte el BMW que había sacado sin permiso de la concesionaria de autos del papá. Eran las 6.30 de ese domingo y Matías manejaba a gran velocidad. Chocar contra un árbol de Santiago y Rivadavia luego de un par de trompos a 115 kilómetros por hora fue demasiado para los acompañantes del pibe de 19 años. Nayib Abraham, también de 19, y Ursula Notz, de 16, murieron en el acto. Carla Alfaro, que ese día cumplía 16, sobrevive desde entonces en estado de coma.

Esta historia viene de antes, de cuando Carla y Ursula se convirtieron en amigas entrañables. Por entonces cursaban 7º grado y siguieron juntas hasta 4º año de la escuela Leónidas Gambartes. "Dos nenas chispeantes y muy maduras", recuerda Mónica, que "vivían con unas ganas terribles y querían todo ya", recuerda Teresa.

Además, pensar que esta historia comenzó en el parque Norte sería desconocer los antecedentes de Matías manejando bajo efectos de alcohol, tanto antes de aquella tragedia como después, según dice Mónica que le cuentan amigos de las chicas que se lo siguen encontrando por las noches. Algo de lo que este diario no puede dar constancia.

En rigor, no hay una historia que haya terminado o empezado aquella madrugada, aunque ese día todo cambió para siempre. "Cuando me avisaron, enseguida llamé al celular de Ursula y supe que estaba muerta porque no me contestó. Ella siempre me atendía", recuerda serena Mónica sin necesidad de preguntarle acerca del peor momento de su vida. "Siento que me pasó eso mismo que escucho decir a las madres de los desaparecidos: una noche la saludé y horas después no estaba más". Teresa escucha, mientras sus ojos tristes vuelven al lugar del horror, allí donde encontró a su hija viva pero sin vida.

"Eramos madres seguidoras, siempre sabíamos lo que hacían, dónde estaban", coinciden, en respuesta hacia esos comentarios con los que esta sociedad suele lavarse las manos y justifica sus tragedias adjudicando la responsabilidad a las víctimas. Todo para mantener tranquilamente esa idea falaz de que lo malo siempre les sucede a los otros, porque algo habrán hecho.


La bronca y el bosque
"Esto tiene que ser aleccionador, tiene que servir para tomar conciencia, para mejorar la comunicación con los hijos y también entre los padres, ya que muchos nos dijeron después que a sus hijos les podría haber pasado lo mismo. Podrían habernos avisado antes que nuestras hijas no tenían que estar con Capozzuca", dice Mónica empeñada en mirar hacia delante. Es que la bronca, en esta ecuación de amor y dolor permanente que desde hace un año signa sus vidas como madres parece, sin embargo, ocupar un lugar secundario: el bosque es demasiado grande como para ser tapado por un solo árbol.

"Si tengo bronca es contra los padres que descriaron a Matías. No dejo de ver que este chico es un homicida, una persona que no tiene el menor respeto por la vida ni cuidado por sus amigos, que después de lo que hizo se fue del lugar del accidente. Pero esa impunidad no le vino sola, eso se lo enseñaron y eso parece que no cambió. Porque los amigos de las chicas nos cuentan que sigue tomando y manejando", afirma Mónica.

Podría pensarse que la Justicia en estos casos no debería tener otro efecto que el de un placebo ante lo irremediable. ¿Qué justicia puede haber ante el martirio de una vida destrozada? ¿Qué justicia puede haber frente al doloroso recuerdo de lo que nunca será? La respuesta de Mónica, no por sencilla deja de ser sabia: "Si después de algo así uno elige seguir viviendo es un alivio pensar que lo que pasó sirva para que cambien aquellas cosas que están mal". En otras palabras, se trata de impedir que lo irreversible de la muerte termine favoreciendo a esa impunidad que esta sociedad suele vivir como irremediable.

Una impunidad que no empieza ni termina con Capozzuca. "No queremos que esto se olvide", sentencia Teresa, y sus ojos dicen mucho más. Su hija mayor, Sandra, completa la idea: "Esto tiene que sentar algún antecedente porque lo que pasó no fue un accidente automovilístico común".

Mónica está de acuerdo. Si bien no tiene quejas para con la Justicia en este caso, no deja de ver las falencias del sistema que sufre en carne propia. "Sabemos que Capozzuca estuvo preso más tiempo del que la ley prevé para estos casos, pero eso no deja de ser poco para lo que hizo. Que alguien vaya a 115 kilómetros por hora por la calle es muy grave y eso no está contemplado en las leyes, que deberían darles a las víctimas más posibilidades de participación en el proceso de justicia. Parecería que no tenemos otro papel que el de esperar y que nuestra opinión no tiene otra cabida que la de hablar por los medios. Tiene que haber una forma en que los ciudadanos podamos hacer algo para que las cosas cambien y salir de esta desprotección".

Tantas veces aisladas una de la otra, la justicia y la memoria van de la mano en esta historia que no tiene fin. Porque mañana a las 18 familiares y amigos de Carla Alfaro y Ursula Notz -"víctimas de crímenes de tránsito" según indican los afiches hechos para la ocasión- invitan a una concentración en la plaza Pringles.

Las madres cuentan que la iniciativa "es de los chicos", los que siguen visitando a las familias. "Me preguntaron si quería hacer algo cuando se cumpliera el año y les dije que sí, aunque no sé muy bien qué, me da un poco de miedo", dice Mónica. "Yo les respondí que apoyo lo que ellos quieran hacer", cuenta Teresa. Y así será el acto, que los jóvenes organizaron para el "viernes a la tarde, porque a esa hora están los chicos y esto es para ellos", aclara Mónica. Porque esta es una historia de chicos. Esos chicos en los que Mónica y Teresa ven con dolor lo que sus hijas nunca serán. Los chicos en los que al mismo tiempo encuentran vida para recordarlas. Chicos que un día querrán ser capaces de darles a sus hijos un mundo mejor que este, en el que la vida sea valorada en su verdadera dimensión sin necesitar de las rigurosas enseñanzas del dolor.
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Las madres de Carla y Ursula (adelante) comparten su dolor por la tragedia que vivieron "dos nenas chispeantes y muy maduras".

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