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 sábado, 06 de mayo de 2006  
Viajeros del tiempo
Rosario 1900-1905

Lamentos de un solterón. El mal que afecta a la vida social moderna es el de las falsas apariencias y el lujo fuera de lugar. El corresponsal de un diario metropolitano no halla para casarse a una mujer lo suficientemente modesta y se tortura preguntándose: "¿Dónde encontrarla? Voy desde hace tiempo a fiestas y reuniones donde se encuentran mujeres bonitas y elegantes de las que hay en abundancia pero todas usan un tren, una paquetería, un lujo, que es superior a mis recursos. Esto me coloca en la situación de que o bien satisfago mi inclinación, me caso y voy derecho a la bancarrota, o sigo viviendo como Tántalo. Es natural y lógico que Fulana o Zutana, hijas de padres millonarios, nos deslumbren con trajes y joyas porque están en su papel, y el marido debe ser también de campanillas y en armonía a las aspiraciones de toda la familia. ¿Pero por qué también Mengana o la de más allá, que todos sabemos que vive modestamente en su hogar, que no tiene patrimonio ni herencia, intenta deslumbrarnos? ¿No hay en este lujo excesivo el resultado de una educación perniciosa? ¿No exigirán mañana de sus maridos lo que hoy les dan inconscientemente sus padres quitándose el pan de la boca? Y ahí está el motivo por el que a mi edad y mi condición todavía sueño... Si conoces, querido lector, alguna mujer que no viva de las apariencias y que reúna las condiciones citadas, por favor avísame".

Conventilleras. Doña Juana y doña Dolores, aquella paraguaya y esta catamarqueña, dos mujeres de armas tomar, se trenzaron ayer en el conventillo de la calle 1º de Mayo entre Rioja y San Luis. Ambas doñas a eso de la una y media de la tarde comenzaron a discutir la propiedad de una gallina pero no se pudieron entender. Doña Dolores, viendo que sus argumentos no eran lo suficientemente contundentes, agarró un palo y trató de ayudarse con él en la retórica, de resultas de lo cual su contrincante terminó con varias magulladuras en distintas partes de su cuerpo. Las demás vecinas corrieron a separarlas y la pobre doña Juana formuló la correspondiente denuncia en la policía. De la gallina no se supo más nada.

Los cocheros de plaza no ganan para sustos. Se ha dicho muchas veces de manera acertada que los suicidios son contagiosos. Anteanoche el conocido violinista José Sant'Angelo atentó contra su vida en un coche de plaza disparándose un tiro en el lado derecho del vientre, y anoche se suicidó de idéntica forma Adolfo P. Idogaya, ex empleado de las obras del puerto del Rosario y de unos 25 años de edad. Cuando el auriga que conducía a Idogaya llegó a la esquina de Libertad y Santa Fe sintió una detonación que partía del interior del coche e inmediatamente sospechó que algo no estaba bien. Detuvo la marcha y llamó a un agente de facción, quien encontró al pasajero ya cadáver y con una herida de bala en la sien derecha. El suicida dejó una carta notificando de su resolución y diciendo que ya no quería vivir más en un mundo tan lleno de locos como este, ¿pero qué culpa tenía el cochero?

Investigación y realización Guillermo Zinni.
Ver La Capital de 1905.



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