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sábado,
06 de
mayo de
2006 |
Yo opino
De la crítica diaria a la acción
Juan Pedro Aleart (*)
Vivimos en una sociedad plagada de egoísmo, prepotencia e ignorancia, donde los poderosos hacen lo que quieren sin importarles otro futuro que no sea el suyo, con el permiso de Estados corruptos. La violencia pasea libremente, ya no sólo en las calles, sino también en los estadios de fútbol, en los consejos y hasta en las escuelas.
En una sociedad cada vez más desfigurada existen, además, personas con ideas diferentes, que pasaron de criticar a poner manos a la obra. Es que tomaron conciencia, algo tan difícil en la actualidad, de que había que empezar desde abajo, desde las raíces, que al fin y al cabo son ellas las que sostienen el árbol. Y así fue, hace más de una década, que estas personas trabajan a pura voluntad, con esfuerzo y sin ningún tipo de interés, con adolescentes de 13 a 17 años de la Escuela Bernardino Rivadavia.
Este establecimiento educativo está unido a una organización sueca no gubernamental. Su nombre es Life-Link y trabaja con escuelas de todo el mundo por la paz y el medio ambiente. Cada escuela elige por deseo propio adherirse o no a esta ONG. Las encargadas de este proyecto en Rosario son las profesoras de inglés de la escuela. Marcela Masó y Silvia Muraro, con la posterior incorporación de Graciela Santi más la ayuda indispensable de la directora Graciela Bitteti, llevan a cabo actividades dentro y fuera del colegio, para que sus chicos se den cuenta de la importancia que tienen tanto la paz como el cuidado del planeta donde viven.
Y es así, trabajando y trabajando, que desde el 2001 no paran de llegar cartas, todos los años, con el objetivo de invitar a las profesoras y dos de sus alumnos a las conferencias que la organización acostumbra a realizar en diferentes lugares del mundo. Conferencias que son utilizadas para debatir sobre temas preocupantes, pero en mayor medida para abrirle la mente a los adolescentes.
Una de ellas se desarrolló el año 2004 en Moscú, Rusia, donde quien escribe tuvo la grata posibilidad de formar parte junto a la alumna Anabel Tombolini y la encargada de proyecto Marcela Masó. Este viaje se hizo gracias al aporte de empresas privadas, algunos muy pocos diputados y el esfuerzo de familiares. Una experiencia inolvidable, con un permanente intercambio de culturas, religiones y tradiciones con chicos de más de veinte países diferentes de Europa y Asia. Todos mirando hacia el mismo horizonte, donde la contaminación y la violencia, son cosas del pasado.
Más allá de que la opinión sobre la violencia y la contaminación era unánime, había otro tipo de violencia que sólo nosotros conocíamos, la desnutrición infantil. Algo totalmente desconocido, sobre todo para los europeos, quienes consideran a este término casi como un sinónimo de guerra.
Si cada uno de los rosarinos tiramos un papel al piso, por más diminuto que sea, en un día serán un millón y en un año nada menos que 365 millones. Un ejemplo bastante sencillo pero que sirve para reflejar la realidad. Si hay algo que aprendimos en este viaje es a empezar por nosotros mismos, que quienes nos rodean se darán cuenta de nuestros actos y que también ellos llegarán a realizarlos. Sólo es cuestión de proponerselo y con perseverancia, porque simples acciones, algún día, serán grandes logros.
(*)Tiene 18 años y es estudiante de comunicación social de la UNR.
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