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 sábado, 06 de mayo de 2006  
Cómo se enseña y se aprende en un barrio donde la pobreza y la inseguridad es parte de la vida cotidiana
Enseñanza más reflexión, claves para enfrentar la violencia
Adriana Fuster es docente de la Escuela Nº1.027. Habla sin guardarse nada de su oficio de maestra en un lugar donde la droga golpea todos los días

Marcela Isaías / La Capital

Por la noche es común ver a muchos de los chicos que no pasan los 11 años sentados en las esquinas aspirando de las "bolsitas". Que una nena de 12 años quede embarazada ya no es sorpresa, tampoco lo son los casos de maltrato y abuso que sufren muchos niños y jóvenes. La pobreza se mezcla con la impotencia más angustiante, como la de soportar por tres días un dolor de muela en silencio. Esta son apenas algunas de las historias que a diario se viven en la Escuela Nº1027 Luisa María Olguín de barrio Ludueña y que obligan a preguntar cómo se puede enseñar y aprender entonces.

Adriana Fuster es maestra de 7º año de la EGB, también pedagoga social y lleva 26 años enseñando en esta comunidad. Es la que en realidad pide la palabra para hablar y hacer saber que "muy a pesar de la violencia que se vive en el barrio y de la que su escuela es también víctima", la alegría no se pierde y muchos menos se resignan a abandonar la tarea fundacional de esta escuela: darle un lugar a los que no lo tienen.

Pero claro, la pregunta se reitera. ¿Cómo se hace? Adriana dice entonces que "sólo es posible enseñar si primero se construyen vínculos" y se reestablecen los lazos rotos. Es recién entonces cuando la escuela empieza a marcar la diferencia con el contexto que la rodea, y el acto de educar comienza a hacerse visible.

Claro que para esto primero tuvieron que sentarse, en equipo, a nivel institucional, a pensar el cómo. "Nosotros tuvimos un proceso previo, y esta situación hace que no nos encuentre mal parados, de no ser así la situación ya hubiese decaído hacía rato", agrega.

Enseguida repasa que hace diez años mantienen este proyecto basado en el diálogo y en el trabajo en equipo, también que para sostenerlo recibieron capacitación en cuestiones de violencia, mediación y educación sexual.

Pero, esta capacitación llegó gracias a la decisión del personal docente y directivo, que lo pagó de su bolsillo, durante más de dos años. Se hizo con profesionales de la Casa de la Mujer. Igual, para Adriana, esto sólo no alcanza. Y será por eso que en varias oportunidades de su diálogo reiterará la necesidad de que el Estado se haga presente y asuma con proyectos de larga duración y creíbles esta demanda. "No con políticas asistencialistas", reitera.


Trabajo y esfuerzo
También advierte otro detalle no menor y es la modalidad privada de su escuela. "La escuela es privada (congregación salesiana), pero con características de una pública. Sólo recibe subsidios para sueldos, los chicos (no todos) pagan una cuota de 50 centavos y nosotros somos docentes cooperadores, es decir aportamos con una pequeña parte de nuestro sueldo a la escuela", cuenta.

Esta característica de ser una escuela particular la deja afuera de muchos planes de donaciones de libros, equipamientos y recursos didácticos, por ejemplo. Todo se consigue por medio de donaciones. O bien con mucho trabajo y esfuerzo, como el que posibilitó que el proyecto Vibrato (una orquesta de niños inaugurada esta semana) sea una realidad.

Adriana retoma la charla sobre el clima de armonía que se intenta conservar dentro de la escuela, un panorama que contrasta con el contexto: "Usar la palabra, el diálogo permite que sostengamos un ambiente más calmo, aquí los chicos no vienen con armas y ya casi no tenemos peleas a la salida de la escuela".

Pero esto tiene sus costos. "Los años hacen mella", dice Adriana para contar otra parte de cómo se enseña y aprende en una escuela rodeada por la adversidad. Y con la frase se refiere a los docentes que deben pedir licencia por el estrés que genera sostener su oficio.

"Hace poco tiempo, a las salida, a una de nuestras maestras la apuntaron con un revólver en la cabeza para robarle. La tristeza llegó cuando reconoció en el asaltante a un ex alumno. Ahora está con licencia por el shock emocional que vivió", recuerda Adriana visiblemente emocionada.

El dato sirve para dejar en claro que la escuela de Humberto Primo y Camilo Aldao pide acompañamiento. Y en esto es precisa: calles abiertas (la escuela está sitiada por las vías), iluminación y no sólo que esté un patrullero en la puerta. Si se cambia la cara del barrio -confía- seguro que repercutirá en la vida de los vecinos también.

La escuelita del barrio Ludueña recibe a unos 700 alumnos, la mayoría de la villa que rodea a la institución. Adriana dice que la inseguridad externa influyó para que la matrícula haya bajado. "Nos pusimos a analizar todas las hipótesis posibles y vimos que muchas familias se han ido del barrio, incluso a lugares más pobres, porque la inseguridad contribuye. Hay -agrega- migraciones constante de villa en villa, es mucha la matrícula que va y viene, porque la falta de seguridad golpea a todos".

Para describir cómo se siente esta inseguridad social y propia de cada chico, la maestra dice: "Cada lunes se habla mucho y se reza. Se cuenta entonces lo que pasó el fin de semana, no falta el que corrió al hospital, los hechos delictivos que sufrieron, o los golpes. Más o menos, pero los chicos nos cuentan".

Y entre esas preocupaciones una que crece desde hace tiempo es la de las drogas. "Se habla de la droga, los chicos manejan el vocabulario vinculado con la misma, también de las armas".

Para Adriana, lejos de culpabilizar a los niños y jóvenes, es necesario verlos como víctimas. Por eso no coincide con el pedido de que se baje la edad de imputabilidad de los chicos. Y en todo caso reclama que se busque a los verdaderos culpables, que "bien se sabe dónde están".

"Nuestros chicos sufren por pobres", agrega la docente y pone como ejemplo el maltrato que sus alumnos cada tanto reciben de la policía. Recuerda entonces cómo su directora, Ana María Cazzoli debió enfrentarse con una patrulla para que no detuvieran a un grupo de adolescentes -alumnos de la escuela- "simplemente por portación de cara".

Lo peor -recuerda- es que cuando llevamos nuestras quejas a la comisaría del lugar nos señalan cómo "las defensoras de delincuentes, igual que al trabajo del Padre Edgardo Montaldo", con su comedor ubicado a pocos metros del colegio.

"Los verdaderos delincuentes no son los que se ven, siempre se ve la punta del iceberg", reflexiona la maestra.


Elección profesional
El relato de Adriana, las descripciones que hace de lo que rodea a su trabajo bien recuerda a otras tantas experiencias que se repiten en otras realidades escolares. Realidades donde la ausencia de profesionales que ayuden en la tarea de educar es una constante, de la misma magnitud de las veces que este pedido se ha hecho escuchar en las esferas del Ministerio de Educación, pero que nunca tuvieron una respuesta seria, a la altura de las circunstancias.

Y lejos de ser un capricho o un privilegio, contar con la ayuda de profesionales, como psicólogos, fonoaudiólogos, trabajadores sociales y médicos es clave para no restar tiempo a la tarea de enseñar, y claro está dar respuestas colectivas a un mismo problema.

-¿Ante este panorama de conflictos diarios no se vuelve contradictoria la profesión docente?

-A veces se piensa que los que menos saben llegamos a estos lugares: por el contrario, casi todos tenemos nivel universitario, nos capacitamos y hacemos de esta escuela un lugar de mucha reflexión. Es verdad que este es un punto muy difícil a discutir: si damos clases o asistimos, o bien hacemos las dos cosas. Es una cuestión dura de resolver. La respuesta en todo caso es ideológica y filosófica. Creo que se pueden hacer las dos cosas bien. Lo pedagógico que ofrecemos es de muy buena calidad, aunque a veces debemos reducir en cantidad (de contenidos). Yo quiero que mis chicos aprendan, pero también es lógico que si hay una cuestión de violencia dentro del grado porque alguno de mis alumnos comió mal o ha recibido maltrato, debo contenerlo. Es que si no podemos hablar de lo que está pasando o no creamos un vínculo primero no se puede enseñar.
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Docentes y alumnos en sintonía. "Primero hay que construir vínculos para luego poder enseñar", dice la maestra Adriana Fuster.

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