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 domingo, 30 de abril de 2006  
Para beber: una cepa rendidora

Gabriela Gasparini

Esta manía de guardar, por años y años, artículos y suplementos de diarios y revistas me brinda la inestimable posibilidad de la sorpresa. La más reciente fue encontrarme con una nota del año 95 titulada "Chenin, la Malbec blanca" en donde el autor desarrollaba su teoría señalando: "El título no pretende inducir a error". Simplemente reconoce que la variedad Chenin es, entre las blancas, lo que la Malbec entre las tintas. Su calidad, la extensión de sus cultivos y su rendimiento equiparan conceptualmente estas dos cepas en el panorama argentino.

Quizás, como bien dice, sea sólo una cuestión de conceptos, porque la realidad de las dos resultó diametralmente opuesta. Y no es que a la Chenin la hicieran a un lado por falta de atractivos, porque a la hora de elaborar caldos ofrece un camino sembrado de posibilidades que va desde los secos hasta los más dulces, haciendo escala en todas las paradas; sino porque otras uvas blancas tuvieron un empuje y un marketing de tal magnitud que en poco tiempo ganaron la preferencia del público opacando la estrella de quien parecía destinada a brillar.

Tampoco es que dejaran de cultivarla, pero de ninguna manera se posicionó como vaticinaba el comentario. La oferta varietal es bastante limitada, se la utiliza mayormente para vinos de corte, seguramente son pocas las señoras que la eligen para acompañar sus comidas, y menos todavía sean las que se percatan de su participación en espumosos o licorosos. La pobrecita no sólo sufrió los vaivenes del mercado, sino que anteriormente había padecido errores que la llevaron a dudar de su verdadera identidad en varios de los países en los que es cultivada.

En nuestro país y en Chile se la conoció durante largo tiempo como Pinot Blanc, confusión que fue debidamente subsanada; en Sudáfrica se descubrió recién en 1965 que la cepa denominada Steen era en realidad la Chenin Blanc que descendería de las variedades que en 1665 Jan Van Riebeek llevó desde Europa.

Donde hay quienes aseguran que la confusión es grande, y vaya uno a estas alturas a saber por qué, es en Australia, según dicen allá suelen llamarla Semillón en el oeste, Sherry o Albillo en el sur y Chardonnay en la región de Rutherglen, yo no conseguí confirmarlo. Malentendidos aparte, es sabido que en nuestro territorio la uva desarrolla sus mejores cualidades. La mayor parte de los cultivos están situados en Mendoza pero su carácter floral se destaca en Cafayate. También llamada Pineau, Pineau de la Loire o Pineau d'Anjou, la Chenin es oriunda del Valle del Loire. Es la base de vinos jóvenes como el Anjou, Vouvray, Sumur y el Montlouis. Uva versátil y rendidora, los aromas y sabores varían según su lugar de asentamiento. Manzanas maduras, duraznos, cítricos, ananá, miel, todo dependerá de dónde esté su hogar. Lo mismo pasa con la acidez que puede alcanzar un nivel bastante acentuado que se irá domando con el paso del tiempo.

En Anjou se cultiva desde el siglo IX en torno a la abadía de Glaufeuil en la orilla izquierda del Loira. En el siglo XV se extendió río arriba hacia las propiedades del señor de Chenonceaux, y de su pariente, el abad de Cormery, en Mont-Chenin, de donde parece haber recibido su nombre para seguir camino hacia la región de Touraine, donde apareció a comienzos del siglo XVI. Generalmente garantiza una pareja calidad media. Su color es amarillo suave con reflejos dorados. Los vinos jóvenes secos son su destino más común y donde juega uno de sus mejores papeles, aunque también puede dar blancos de guarda en los que la acidez evoluciona hacia una madurez compleja y atractiva.

Acá no sobran las etiquetas para elegir. Pero los vinos sufren los avatares de la moda como la ropa, la decoración, la música, y tantas cosas que se rigen por movimiento cíclicos, un poco arriba, otro poco abajo. Ya volverá la Chenin a captar la atención de los bebedores y los productores con la fuerza que se vislumbraba hace diez años.

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