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 domingo, 30 de abril de 2006  
Interiores: consumo

Jorge Besso

A las sociedades de nuestro tiempo se las conoce como sociedades de consumo. Está claro que en las ricas el consumo es más espectacular, de forma que en las veredas de la riqueza se pueden encontrar objetos que se han dejado de consumir, aun sin estar totalmente consumidos como televisores a medio andar, sillones que todavía pueden recibir gente, alguna ropa de marca que ya cansó al usuario y demás objetos descartados pero que conservan cierta vida que pueden aprovechar los pobres o los no tan pobres, que como se sabe son gentes menos exigentes.

Los sujetos y objetos de nuestros tiempos se encuentran envueltos en la inevitable danza del consumo conformando un baile muy extendido, y sin horario de comienzo o de finalización. Es cierto que hay momentos del año, del mes, de la semana y hasta del día en que las carreras por el consumo se hacen más intensas. Es el caso de las oleadas consumistas del día de la madre, o de los hacinamientos del día del niño, o del día del padre en la que pululan las super ofertas de cosas para mamá, el atiborramiento de juguetes, las inevitables afeitadoras y los celulares para todos.

Completamente inevitables son también las oleadas que se producen a comienzos de mes atacando el dinero fresco y efímero de la gente, o las dirigidas a las tarjetas cuando el dinero ya se evaporó. No faltan a la cita las clásicas inundaciones de todo tipo de objetos cuando se acercan las fiestas de fin de año. Es que en ese momento se produce el encuentro de las fiestas y las vacaciones y se desata la fiebre anual por la compra de lo que hace falta y de lo que no hace falta. Tanta producción, tan mal distribuida, más otra serie de razones han logrado una especie de proeza que no es menor: el siglo XX ha perfeccionado un nuevo objeto que seguramente será aún más perfecto en el XXI que es el consumo. Lo que viene a significar que además de consumir objetos hemos llegado al punto de consumir consumo.

Semejante redundancia puede constatarse en una frase muy de estos tiempos, como es cuando se dice vamos de shopping. Una práctica social que tiene apenas unas décadas y que refleja muy bien el carácter de estos tiempos, en tanto y en cuanto el shopping se ha constituido en el templo del consumo recibiendo visitas más o menos constantemente, y en ocasiones especiales, las 24 horas del día. Es cierto y sabido que la gente no siempre va a comprar, de forma que hay un tour de compras y otro para ir a mirar. Lo que se conoce como un paseo gratarola, donde a lo sumo se consume un cafecito caro o un agua sin gas, lo cual contribuye de un modo decisivo a aglomeraciones de gente donde todos se ignoran y donde cada cual se dedica a lo suyo (aun si saber que es lo suyo).

Tanto los que van pelando el dinero o bien esgrimiendo las tarjetas más o menos recalentadas, como los que circulan por las apretujadas avenidas interiores, o suben o bajan por los ascensores vidriados o escaleras mecánicas practicando el boyeurismo económico, forman parte de la práctica social del consumo. Por lo demás el boyeur de hoy bien puede ser el comprador-consumidor de mañana y viceversa. Con todo, la expresión sociedad de consumo, por ser tan conocida y remanida no deja de tener un lado engañoso, ya que lo que se entiende en forma inmediata es que se trata de una sociedad de consumidores que ha hecho del consumo el sentido de la vida. Lo cual es así, al punto que el sistema tiene múltiples ofertas diseñadas para cada franja o segmento del mercado, salvo claro está, para todos aquellos que los dueños del mercado han dejado afuera del mercado y de la vida.

De forma que han hecho de todos nosotros unos seres segmentarios, por tanto desubjetivados, con una existencia comprimida y acotada dentro de lo que se conoce como un determinado perfil. Este es el lado más oculto de nuestras sociedades de consumo que nos van convirtiendo en seres perfilados, que al mismo tiempo que van consumiendo se consumen en su ir consumiendo. En cierto sentido la trampa parece inevitable, ya que gracias al consumo hay producción y gracias a la producción hay laburo, aunque más no sea con sueldos bolivianos. El consumo es un objeto que entraña cierto peligro: tiene potencialmente la capacidad de devorarse al sujeto al que va atrapando en la maraña de tarjetas que desde hace un tiempo exhiben la engañosa división de tarjetas de créditos y de débito.

En realidad todas son de débito, ya que van debitando el ser de los tantos que viven inmersos en la esclavitud de las susodichas tarjetas. Es sabido que la dicha de las tarjetas es efímera, ya que con ellas se puede comprar lo que no se puede, pero que inmediatamente se debe, razón por la cual bien podrían llamarse "tarjetas de deuda". Serviría como eslogan de una campaña social y de prevención contra el agotamiento del ser que se produce en los interminables planes de pago. Así las cosas es muy posible que estén dadas las condiciones para que se implemente el Día Mundial del Consumidor, no tanto para que se agregue a la lista interminable de "día de" que como se sabe son los dedicados a la manía del consumo.

Más bien sería una suerte de domingo absoluto de la humanidad en el que todo estaría totalmente cerrado, y lo único que estaría abierto serían las personas que de pronto tendrían la posibilidad de darse cuenta de quién tienen a su lado. Es verdad, el día anterior se produciría un tumulto de compras, pero al menos habría un día dedicado a no consumir la existencia ya que con toda probabilidad no podamos comprar otra.
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