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 domingo, 23 de abril de 2006  
El caso que relanzó un reclamo vecinal por seguridad
El instante que transformó la vida de una chica en Ludueña
Un balazo le perforó un pulmón al presenciar el final de un robo. Tiene dos hijas, sufre dolores y ahora está internada. Cuenta lo que implicó el retorno a su barrio

Leo Graciarena / La Capital

"Pelearla, la voy a pelear hasta que no dé más, pero tengo mucha bronca porque parece que nadie te cuida". Para Griselda Digiácomo, el 31 de marzo de 2006 es una fecha bisagra. Esa tardecita escuchó gritos y por curiosidad se asomó a la esquina de Humberto 1º y pasaje Madrid. No alcanzó a entender qué pasaba cuando recibió un balazo en el pecho que le perforó el pulmón derecho. Estuvo internada una semana en el hospital Centenario, recibió el alta y tras pasar en la casa de sus padres cinco días debió ser ingresada nuevamente en el mismo nosocomio. Anoche estaba estable y recuperándose. "No aguanto más los dolores que tengo. Estoy todo el tiempo tirada en la cama y ni siquiera puedo atender a mis hijas". A los 25 años Griselda está separada y tiene a su cargo sus dos hijas, de dos y cuatro años. No tiene trabajo estable y su caso fue tomado por los vecinos de Ludueña como estandarte para exigir al Estado mayor seguridad en el barrio.

Griselda dialogó con La Capital, junto con su familia, el miércoles por la tarde. Mientras contaba su historia no podía disimular el dolor por la herida. Tenía fiebre. La noche de ese día un vecino llamó a este diario para contar que la habían internado otra vez. "Está bien, pero sigue internada", explicó ayer por la tarde vía telefónica uno de sus siete hermanos.

Los Digiácomo son una familia como hay cientos en barrio Ludueña. Gente de trabajo que en su gran mayoría vivieron toda su vida al norte de las vías del ex ferrocarril Mitre. Roberto tiene 60 años y hace 56 que vive de cara a la vía en el pasaje Ludueña al 1800. Allí, en la casa paterna, se quedó a vivir tras casarse con Clara. Y en ese lugar nacieron sus siete hijos, entre ellos Griselda. "Lo único que queremos es que haya más seguridad. Nada más", explica el hombre. "Hay que reconocer que desde que le pasó esto a Griselda, hay más policías en la calle y los robos disminuyeron. Habrá que ver si esto va a durar", reconoce antes de pedirle al cronista un favor: "Poné en el diario que mi familia está muy agradecida con todo lo que han hecho por mi hija los médicos del hospital Centenario".

Entre mates en el comedor de su casa, a la charla se suma Griselda. "Tiene una líneas de fiebre y está muy dolorida", la excusa su hermana Gisela mientras la ayuda a sentarse en una silla. "Me faltan palabras para contar lo que me pasó", explica la muchacha, con sus ojos celestes brillosos por las lágrimas. "Tengo mucho dolor y bronca. Porque nadie hace nada. No puede ser que no se pueda salir a la calle a hacer un mandado porque te pegan un tiro", dispara la mujer con amargura en la voz.

Tras tomar aire y coraje, rememora el minuto en el que su vida cambió. Fue el viernes 31 a las 20.30. "Estaba en la puerta de la pollería de mi hermana y escuché gritos, como de gente que estaba peleando", cuenta Griselda, que ese día había ido a ayudar "para ganar unos pesitos y poder comprar leche y pañales para las nenas". El epicentro de los gritos estaba en Humberto 1º y pasaje Madrid, donde una pareja con su beba era asaltada por tres ladrones en bicicleta. "Más allá del griterío, yo ya me venía para la casa de mis padres, que está a dos cuadras, para ver a mis hijas. Cuando me asomé a la esquina, pude ver como un vecino corría a uno de los tres pibes. Entonces el ladrón que ya había llegado a la otra esquina empezó a disparar y me pegó un tiro en el pecho", rememoró.

Griselda recibió el balazo en la tetilla derecha. El proyectil calibre 22 le perforó el pulmón, pero no tuvo la fuerza suficiente para salir del cuerpo. La muchacha quedó tendida en el piso donde esperó más de media hora la ambulancia y fue trasladada al hospital Centenario. "La pasé muy mal todo ese fin de semana y recién me empecé a recuperar el lunes. No podía respirar. Me faltaba completamente el aire. Tenía unos dolores que estaba a los gritos y me la pasaba llorando. Las enfermeras me pedían que me calmara y le decía: «No me puedo calmar porque me duele». Recién el lunes me empecé a sentir mejor", recordó.

Una semana más tarde dejó el hospital, pero fue momentáneo. Pero para Griselda ya nada fue igual. "Desde entonces me cambió muchísimo la forma de pensar. Yo no era de las personas que andan perseguidas. Ahora los veo por la calle y me dan ganas de matarlos", explica con bronca. Y el identikit en el que se basa Griselda para la sospecha es lugar común en muchos puntos de la ciudad. Los vecinos sospechan con sólo ver a dos pibes en una bicicleta, o cuando esos muchachos usan gorrita, o tienen puesta la capucha del buzo. Muchas veces esto es fruto del prejuicio, otras de la experiencia de ser una persona asaltada.

Y Griselda continúa: "Acá mandan más ellos que nosotros. Hacen y deshacen. La sensación es que nadie nos cuida". Con el correr de la charla los Digiácomo relatan que no se acercaron a su hogar ni políticos ni funcionarios del área de seguridad ni, dicen, organismos de derechos humanos. Es más, Griselda aún no amplió su declaración ante la policía sobre lo que sucedió. Caminando por las calles de Ludueña, los vecinos reconocen en la figura de la legisladora provincial Mónica Peralta como la única que se les acercó por el tema seguridad. "Esto se dio vuelta desde hace tres o cuatro años", analizó Gisela, hermana de la mujer baleada. Y agregó: "Desde la crisis de 2001 para acá esto cambio para mal. Antes te robaban una bicicleta, pero no era más que un arrebato. Pero hoy te apuntan, te tiran y te matan".
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Griselda fue herida el 31 de marzo en su barrio.

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