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 domingo, 23 de abril de 2006  
Desvinculan a dos albañiles que fueron testigos de un asalto y acabaron encerrados en una comisaría
El calvario de dos acusados sin pruebas de balear a un policía
Vieron lo ocurrido y fueron a contarlo. Pero un vigilador los acusó de encubridores. Por eso pasaron 14 días en un calabozo. Sufrieron golpes y presiones de los policías, también ataques de los presos. Y la demora de la Justicia

Ariel Etcheverry / La Capital

"Bueno chicos, cuídense y que Dios los ayude". El policía que manejaba la chata de la seccional 17ª pronunció la frase y Néstor Fabián Vera, de 21 años, y Alejandro Nogueras, de 19, bajaron en medio de la avenida Ovidio Lagos, a unos cien metros de la Jefatura de la Unidad Regional II. Estaban desorientados, no sabían qué hacer, aturdidos y con el calzado desacordonado. Fue anteayer cuando anochecía. Esa misma mañana a Néstor un preso le había pegado porque sí una patada en la cabeza mientras dormía sobre el sucio y húmedo piso del calabozo. Después, cuando les anunciaron que quedarían en libertad, ambos quisieron recuperar sus pertenencias, pero era tarde: colchones, ropas y enseres de limpieza ya habían sido captados para siempre por sus compañeros de celda.

De esa forma culminó la desgracia que fue para ellos, y para cualquiera, pasar de ser testigos oculares de un asalto a sospechosos de un grave delito. Estuvieron 14 días detenidos como partícipes o cómplices del salvaje ataque a un policía, baleado en un intento de asalto el 7 de abril en Garay y Felipe Moré. La síntesis apretada de lo vivido en esas dos semanas podría ser: apremios ilegales, tortura psicológica (los llamaban "mata policías"), el permanente hostigamiento de otros detenidos y la incertidumbre de no saber cómo terminaría la pesadilla en la que quedaron inmersos por medios arbitrarios y anticonstitucionales como los que utiliza la policía en no pocas oportunidades.

Con la resolución firmada por el juez Carlos Carbone el viernes pasado, que les dictó "falta de mérito" y fue adelantada ayer por La Capital, estos muchachos intentan reponerse. Ambos trabajan de albañiles y fue su patrón quien les prestó dinero para poder pagar un abogado defensor. "Si no fuera por esa plata, creo que hoy no estaríamos aquí. El lunes (por mañana) volvemos a trabajar, porque ahora hay que devolverla", afirmó Vera, junto a su amigo y compañero de trabajo, tratando de disfrutar en familia algo de la vida normal que llevaban hasta aquella noche del 7 de abril último. Esa fue la primera oportunidad en sus vidas en que pisaron una comisaría.

Los dos alquilaban una casita a pocos metros de Garay y Felipe Moré. La noche en que ocurrió el asalto sobre el suboficial Carlos Almada, que integra el Cuerpo de Bomberos Zapadores, Vera y Nogueras estaban sentados en la calle. "El hombre (por el policía) estaba como esperando el colectivo. Llevaba un bolso. Al toque aparecieron dos pibes. Uno sacó una escopeta y le pidió el bolso. Entonces el tipo dio un paso hacia atrás, sacó un arma y le tiró a uno de los pibes. El policía cayó herido también y siguió disparando, pero se le trabó la pistola. El que tenía la escopeta salió corriendo y el muchacho herido se arrastró un par de metros. Enseguida el que estaba armado volvió y levantó al herido, ayudándolo a escapar".

"El policía nos vio y nos pidió ayuda. No sabíamos que era un agente. Estaba de civil, sostenía un arma y quería hablar por un celular. No podíamos acercarnos porque tenía la pistola en la mano. Vimos que lo apretaron y que se tiroteó con los tipos. Cuando llegaron los primeros patrulleros nos acercamos", contó Vera. Siguiendo la versión de los testigos, en minutos Almada fue auxiliado por un móvil del Comando Radioeléctrico que lo trasladó a un centro médico. Después llegaron más unidades al lugar en busca de testigos.

Allí fue donde Vera y Nogueras cometieron lo que sería un acto ponderable de buenos ciudadanos aunque, a la luz de lo que pasó, ahora consideran un gran error: admitieron haber visto toda la secuencia y aceptar contarlo, por lo que fueron conducidos en un patrullero a la seccional 19ª, del pasaje Calchaquí al 1900. Allí intentaron ofrecer su versión de los hechos. Pero la aparición de un vigilador privado apodado Pitero los colocó en el peor lugar. El vigilante, que se dedica a recorrer calles del barrio en bicicleta, les dijo a los uniformados que los albañiles eran cómplices de los asaltantes de Almada, porque habían salido de su casa.

En base al testimonio de Pitero, los policías de la 19ª dejaron pegados a los albañiles. "Yo tenía 122 pesos que me habían pagado esa tarde. Quería comprale un regalo a mi hija, que cumplía un año en unos días. Fue lo primero que me sacaron. Después, los cordones de las zapatillas", rememoró Néstor. Al quedar detenido, Nogueras fue despojado de anillos y aritos y cualquier cosa que tuviera. "Nos hicieron desnudar, nos revisaron. Nos batían con que éramos nosotros y que teníamos que cantar dónde estaban los asaltantes. Y no teníamos nada que ver. Después nos metieron con los otros presos. Desde que caímos presos el viernes hasta el lunes que nos llevaron a Tribunales nos acusaban de ser los culpables".

El lunes a la noche, cuando los dos fueron trasladados a la seccional 17ª, todo se agravó. "Entramos y los policías dijeron que éramos los que le habíamos pegado al policía. Ahí nomás comenzaron a pegarnos otra vez. Puñetazos y patadas en la espalda", indicaron. Además, el hostigamiento dentro del penal era permanente. Las pocas pertenencias que sus familiares les pasaban iban a parar a manos de otros internos. "Los presos también nos volvieron locos. Nos vieron blanditos porque ninguno de los dos pisó una comisaría jamás y la pasamos bastante mal", agregaron.

Vera reconoció que esas dos semanas las pasó llorando. "Ahora tengo miedo de salir a la calle. De que la policía me reconozca y me haga la vida imposible. Me tuve que mudar a lo de mis suegros", dijo. Nogueras también se tuvo que ir y terminó alojado en la casa de un tío en Pérez.
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Néstor Vera y Alejandro Nogueras pagaron el alto precio de ser acusados de agredir a un policía.

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