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 domingo, 16 de abril de 2006  
Primera persona. Pablo Anadón
Crítica de la razón poética
El poeta y director de la revista Fénix dice que es hora de reconocer que "no toda la poesía argentina pasa por la autopista Buenos Aires-Rosario"

Entre las revistas de poesía aparecidas en los últimos años, Fénix ocupa un lugar destacado. Desde la ciudad de Córdoba, donde se publica, se ha preocupado por debatir cuestiones centrales sobre la escritura y la difusión de la poesía y la traducción, con la perspectiva de revisar ideas y postulaciones en circulación. "Nos interesa una crítica que no tema ser polémica, si es necesario, diciendo lo que muchos piensan pero pocos dicen. Así nos hemos ganado muchos enemigos y un creciente silencio en torno a nuestras publicaciones", dice el poeta y traductor Pablo Anadón, director de la revista.

Fénix empezó a salir en 1997 y pronto se proyectó en una editorial, Ediciones del Copista, donde se viene publicando poesía argentina contemporánea y una notable selección de poesía extranjera (con títulos como "Poesía", de Gérard de Nerval, o "La poética de Mallarmé", de Yves Bonnefoy). La salida del último número, el 18, proporcionó una buena excusa para entrevistar a Anadón.

-¿Cuáles son los criterios de edición en Fénix?

-La revista lleva un subtítulo que me gusta considerar parte inescindible del título: poesía-crítica. Esto puede entenderse al menos en dos sentidos. En cuanto al primero, Enzensberger hablaba hace poco, a propósito de la desaparición de grandes figuras como las de Pasolini o Celan, de la reducción actual del "espacio de lo sublime", y definía tal espacio de la siguiente manera: "hasta los años 70 nos dirigíamos a los poetas para escrutar el secreto de la existencia". Me parece que la poesía más intensa del presente surge de tal tensión: la conciencia de que la época, por múltiples razones, ha puesto en entredicho toda sublimidad, y a la vez la necesidad de continuar indagando tozudamente, poéticamente, en busca del "secreto de la existencia". El poeta italiano Sergio Solmi definía la lírica moderna de un modo que me parece muy apropiado para referirnos a la situación de la poesía en el presente: "una suprema ilusión de canto que milagrosamente se sostiene después de la destrucción de todas las ilusiones". Vale decir, lo que creo que se puede llamar lirismo crítico. Sin esa conciencia crítica creo que no puede haber, hoy, una poesía creíble a la cual recurrir aún para "escrutar el secreto de la existencia", pero sin esa "ilusión de canto" tampoco creo que valga la pena seguir llamando poesía a la poesía ni persistir en el empeño de hacer versos. En cuanto al segundo sentido, más llano, del binomio poesía-crítica, quiere decir simplemente que en la revista hay textos poéticos, ya sea originales o traducidos, y hay textos críticos. Como no ganamos dinero con la revista, y en cambio con ella perdemos plata y tiempo, no tenemos obligaciones con nadie: publicamos lo que nos parece valioso. No puedo entender, por ejemplo, lo que me decía el director de una revista de poesía actual, quien me confesaba que la mayoría de los poemas que publicaba no le parecían buenos, pero que había que dar lugar a todos. Tal criterio de no-selección sólo favorece la confusión reinante. Por otra parte, privilegiamos un tipo de crítica ensayística en el que se adviertan las siguientes notas: claridad, precisión y cuidado estilístico. Lejos tanto de las nebulosidades de cierta crítica "a la francesa", de derivación deconstruccionista, como del tedio académico, nos interesa un estilo ensayístico que se acerque a una conversación entre amigos medianamente inteligentes tratando de dilucidar un problema difícil.

-¿Cuál es tu valoración de la poesía que se escribe hoy en Argentina?

-En el presente confluyen las voces de autores de distintas generaciones y distintas tendencias. Poetas que iniciaron sus obras hacia la mitad del siglo pasado, hoy se encuentran aún en plena producción, y con ellos probablemente se podría armar una excelente antología de poesía actual. Pienso, por ejemplo, en Horacio Castillo, Rodolfo Godino, Alejandro Nicotra, Juan José Hernández, Jacobo Regen, Rodolfo Alonso, Juan Gelman, Mario Trejo, etcétera. También entre los poetas que surgieron hacia fines de la década del 60 y principios de los 70 hay algunos que me parecen valiosos, como Rafael Felipe Oteriño, Santiago Sylvester, Ricardo H. Herrera, Susana Cabuchi o Cristina Piña. La cosa se complica a partir de la década del 80 y 90, tal vez por la cercanía histórica, tal vez porque a partir de entonces el dominio casi absoluto de dos poéticas ha vuelto casi invisible la existencia de autores con búsquedas distintas. El neobjetivismo y el neobarroco prácticamente monopolizaron el campo poético, y la confluencia de ambas tendencias ha dejado poco resquicio para la difusión de otras poéticas. Dado que, a mi juicio, son escasos los poetas más o menos perdurables que han dado estas tendencias dominantes -distinguiría, por ejemplo, a Fabián Casas, Gabriela Saccone y Beatriz Vignoli-, se produce una confusión entre la presencia pública y el valor real de los autores más citados del período. Pocos podrían reconocer, entonces, la obra de otros poetas que sin embargo, a mi entender, constituyen lo mejor de la escritura reciente, tales como Alejandro Bekes, Elisa Molina, Roberto Malatesta, Diego Muzzio, Javier Foguet, entre otros. Ellos no integran ningún frente poético, pero quizá un denominador común sea este lirismo crítico del que hablaba, y una atención inusual al ritmo del verso. En los últimos años se viene manifestando una novísima generación, nacida en la década del 70. En ellos, salvo honrosas excepciones, me parece muy clara la influencia profunda -y nefasta- de la mezcolanza neobarroca-neobjetivista, sólo que empleada con un tono más liviano, sin la carga programática que tenía en sus maestros.

-¿Cómo ves a la crítica de poesía y cómo pretende situarse Fénix al respecto?

-La idea de publicar Fénix surgió del intento de destacar la obra de poetas que en la época pasaban casi desapercibidos, y de la insatisfacción ante el estado de la crítica poética en la Argentina. La situación no ha variado demasiado, aunque hay un mayor juego de puntos de vista, por lo menos al sumarse en 1999 la revista Hablar de poesía -si bien, a mi juicio, con un exceso de eclecticismo- a las discusiones que había iniciado Fénix. De todos modos, basta echar una ojeada a los principales suplementos culturales, a las revistas más difundidas, a las antologías de los últimos años, a los subsidios culturales, para advertir que el monopolio neobjetivista-neobarroco sigue funcionando a las mil maravillas, también en el plano crítico, editorial e institucional. Quede claro que no objeto el valor de algunas indagaciones desde la perspectiva neobjetivista -el neobarroco, en cambio, suele ser más bien tartamudeante puesto a argumentar críticamente-, como las de (Daniel) Freidemberg o (Edgardo) Dobry. Pero es tiempo de que se reconozca que no toda la poesía argentina circula por la autopista Buenos Aires-Rosario y sus carriles señalados.

-¿Qué tipo de transformaciones observás en la tradición poética argentina?

-Me parece evidente que la gran transformación en la poesía argentina se produjo en la década del 50, con el advenimiento de una especie de neovanguardia, que convirtió en norma lo que en las vanguardias históricas había sido experimentación. A partir de los años 50 en la Argentina el verso moderno por antonomasia fue el verso libre, prejuicio estético que tuvo una sanción política a partir de los 60: desde entonces, escribir en verso medido se juzgó reaccionario. Por cierto, nada tiene que ver una cosa con la otra. Pero si los poetas argentinos de las décadas del 50 y del 60 tenían una educación auditiva formada en la lírica clásica, los autores de los años 70 se educaron, salvo rarísimas excepciones, en la escuela del versolibrismo y de las traducciones de poesía. Los poetas posteriores a menudo han tenido como maestros, asistiendo incluso a sus talleres literarios, a estos autores de oído atrofiado. Tal fobia antimétrica, o informal, ha hecho bastante daño, tanto a la poesía como a la crítica sobre poesía. La tradición dominante, pues, es la de la transgresión sin fin, como quien dice una infinita colocación de bigotes a la Gioconda, una enésima proposición de la artisticidad del mingitorio. Si la transgresión, por cierto, es útil y necesaria cuando la norma se ha vuelto asfixiante, una vez que la norma hace tiempo que no es concebida como tal, la transgresión continua se resuelve en banalidad, en insignificancia. Creo que ha llegado la hora de olvidarnos de ser novedosos y transgredir la transgresión con una poesía que, como decía Enzensberger a propósito de la de Celan o Pasolini, intente todavía "escrutar el secreto de la existencia", aunque nunca lo logre.

O. A.
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"Creo que ha llegado la hora de olvidarnos de ser novedosos", dice Anadón.

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