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 sábado, 08 de abril de 2006  
Un lugar en la universidad
Sabrina Campos tiene 21 años y vive en barrio La Tablada. Este año se recibe de mecánica dental en la UNR, gracias a la solidaridad

“Las mejores dentaduras van a salir de aquí”. Esa será la única vez que Sabrina levante la voz para hablar en la charla. Quizás porque quiere dejar bien en claro que ese es el principal objetivo que la mueve a estudiar: devolverle a su comunidad lo aprendido.

Sabrina Campos tiene 21 años, hacía tres que había terminado su escuela secundaria pero no había tenido la oportunidad de seguir estudiando. Sin embargo, desde el año pasado su destino cambió cuando empezó a estudiar la carrera de mecánica dental en la Facultad de Odontología de la Universidad Nacional de Rosario.

La llegada a la universidad no fue casual. Es producto de ese tejer de redes solidarias que excepcionalmente logran concretarse, pero que cuando se alcanzan muestran salidas posibles a la exclusión y porvenires deterministas.

La joven vive en el Centro Comunitario El Progreso —que muy pronto llevará también el nombre del Padre Joaquín Núñez— en el barrio La Tablada (Grandoli al 3700). Desde hace un año y medio un grupo de odontólogos trabaja en el lugar dando atención gratuita (o por una baja contribución voluntaria) a más de 500 personas.

La necesidad de contar con más colaboradores y asistentes para esta tarea los hizo pensar en abrir puertas. Y allí comienza la nueva oportunidad de Sabrina. Sin pensarlo dos veces, la joven aceptó la posibilidad de estudiar esta carrera universitaria. Menos aún debió reflexionar cuando supo que la idea era volcar lo aprendido en el trabajo social que se realiza en su barrio.

Pero para que esto fuera posible hizo falta un poco más: la generosidad de quienes hoy financian su carrera —nada accesible si se piensa en la condición humilde de la joven—. En este caso, el grupo de odontólogos que trabaja en el centro El Progreso, con el apoyo incondicional de la Facultad de Odontología.

“Es incuestionable esta colaboración que hace la facultad”, dice Roberto Nannini, el odontólogo que coordina el trabajo de los otros 7 colegas que trabajan en el centro. Nannini insiste en un agradecimiento al decano de la facultad local, Héctor Masía. Y también anticipa su próxima meta: “Multiplicar en más jóvenes la experiencia que tuvo Sabrina”.


Un lugar en la educación
  “Siempre tuve el sueño de seguir estudiando, pero la verdad es que fue imposible cuando terminé la secundaria”, recuerda Sabrina. Pero enseguida vuelve a su presente para afirmar: “Me siento orgullosa de lo que hago, sobre todo por mis viejos”.

  Sabrina es de una familia humilde compuesta por otras cinco hermanas. Terminó su primaria en la Escuela Nº 114 y la secundaria en la Técnica Nº393. “Después trabajé de moza y en distintos trabajos temporarios, pero siempre quise seguir un estudio”, dice la joven.

  Ella destaca como algo clave el acompañamiento de su novio en este nuevo desafío: “No sólo me acompaña, hasta me ayuda con los materiales que necesito para estudiar”.

  Sabrina reconoce siempre que casi fue tocada por la varita mágica cuando se la invitó a seguir aprendiendo. Por eso no tarda en volver su mirada a la realidad para recordar que “son muchos los chicos en el barrio que quisieran hacer lo mismo o conseguir un trabajo, pero no lo logran”.Piensa entonces que una vez que se reciba tendrá una única tarea: “Dar lo mejor que pueda a la gente del barrio y cambiar así la idea de creer que por ser pobres no merecen ser bien atendidos”.

  Si se la escucha a su mamá Any sólo por un ratito, es fácil advertir de dónde sacó fuerzas Sabrina para luego de tres años haber recuperado las ganas de estudiar (algo que promete que seguirá haciendo una vez recibida). Es que todo el tiempo reitera la necesidad de hacer algo por los pibes de su barrio.
El ideal de alumna
  Sabrina se detiene por un rato para hablar de sus clases universitarias, de sus compañeros de estudio y sus profesores, a quienes define como “muy exigentes, pero buenísimos”. También para agradecer “al doctor Nannini y al decano Masía” por la ayuda que dan al centro y que repercute en ella.

  Es que la historia de Sabrina salta a la luz cuando se sabe que en la Argentina hay un millón de jóvenes de entre 18 y 25 años que están excluidos del estudio y del trabajo.

  Para el decano Héctor Masía, además de la contención social que estos emprendimientos puedan significar, son una oportunidad de unir a la universidad con la comunidad. En este sentido, el decano aclara que Odontología “trata de hacer un aporte a este centro comunitario —como lo hace con otros dispensarios—, y en especial porque sabemos que están trabajando muy bien en esta experiencia”.

  Igual cuando se lo invita a opinar desde lo pedagógico sobre la historia de la joven dice: “Para un docente no hay mejor alumno que este que se esfuerza por estudiar y plasmar lo aprendido en su comunidad. Es el ideal. Es que no podemos olvidar que como universidad pública tenemos el compromiso de devolver a la sociedad nuestros conocimientos”.

  Al frente de la casa de Sabrina se abre un comedor comunitario, en el interior una serie de consultorios donde también asisten médicos y otros profesionales como fonoaudiólogos. Sentada en un viejo sillón de un patio interno, la joven habla de su fanatismo por Central, su inclinación por la música pop y lo que no puede ocultar: su deslumbramiento por haber alcanzado un lugar en la universidad.
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Sabrina dice que quiere devolver lo aprendido a la gente de su barrio

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