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 domingo, 29 de enero de 2006  
Para beber: sabores chinos

Gabriela Gasparini

Hoy comienza el año chino número 4704, el del perro, mi año. Dicen que es tiempo de cambios y de emprender nuevas empresas. Una etapa que se inicia es una buena excusa para reunirse y festejar con amigos, lejos del mandato del 31 de diciembre cuando llegamos casi sin aliento después de cumplir con una cadena de despedidas que comienzan en noviembre, y de las infaltables corridas del 24, porque siempre falta un último regalo por comprar.

Bien podríamos servir algún plato sencillo, de esos salteados nada complicados de preparar, y también ñoquis porque además es 29, y como postre unas etéreas galletitas de la fortuna con buenos augurios para todos. Cualquier excusa sirve para organizar una reunión. ¿Y de tomar qué? No, no voy a proponer ni que se dediquen al té ni que salgan corriendo a conseguir vino chino, sólo voy a contar un poco cómo anda la cosa.

En China se elaboran bebidas alcohólicas fermentando frutas desde hace 5000 años, así lo demuestran las vasijas encontradas en las ruinas del Templo de Yuchiar. Los chinos son buenos conocedores del arte de fermentar el mosto de uva, pero no es el único que utilizan, de hecho su vino más famoso es el de arroz, y entre otros, están el de trigo y mijo. Las preparaciones suelen aromatizarse con pétalos de rosa o crisantemo, y generalmente se consumen a temperatura ambiente, no se enfrían.

Su nivel de alcohol es variado, y pueden servirse tanto en copa como en cuchara. Mao Zedong gustaba obsequiar a cuanto mandatario extranjero pisara suelo chino, un licor de hierbas llamado Moutai que se elabora en la provincia de Guizhou, y que obviamente, era su favorito. Pero esos eran otros tiempos, ahora con la nueva economía de mercado que acarreó los consecuentes cambios culturales, las florecientes clases sociales quieren parecerse más a sus iguales occidentales, y todos mueren por demostrar su estatus a través de una buena botella de tinto, y si es de Burdeos mucho mejor.

Es por eso que el vino tal cual lo entendemos nosotros está desde hace un tiempo ganando adeptos, claro que hay diferencias que persisten, y muchas horrorizarían a los entendidos de estos pagos. Para atraer a ese nuevo sector de consumidores que cada día tiene más poder adquisitivo (pero que todavía no se puede permitir un buen francés porque cuesta hasta siete veces más que uno nacional), las empresas chinas implementan campañas increíbles como por ejemplo ofrecer garrafas o bidones de plástico de varios litros, iguales a los de aceite, o unos barrilitos de madera como los que llevan colgados los San Bernardo a la hora del rescate.

De la importancia de una buena botella, y un cierre que mantenga al caldo como corresponde, ni hablar. Un gran problema que enfrentan es la falsificación, buena parte de los vinos importados que se venden no son los que dice la etiqueta, y los consumidores que los pagan no están educados para notar la diferencia. Esto ocurre en un país que fue el primero en poner en práctica un reglamento para evitar engaños, tan así, que en el año 2285 a.C. un hombre fue castigado severamente por mezclar vino de uva con vino de arroz.

Ahora, esa mezcla sería lo de menos, ya que es conocida la costumbre de tomar el tinto con hielo, de agregarle bebidas colas, limonada u otros tipos de refrescos, y hasta combinarlo con tragos burbujeantes, además de consumirlo de un trago en competiciones de brindis. Diferencias y costumbres aparte, es remarcable el creciente interés por los caldos venidos de Occidente. Eso sí, en lo que todos coinciden es en la necesidad de formar a los bebedores. Para ello hay especialistas que están creando una lista de frutas y sabores chinos para que puedan ser comparados con los vinos, de manera que los consumidores no deban enfrentarse a referencias como las grosellas, frutos inexistentes en la cocina del lugar.

Las bodegas de todos los países productores tienen puesta la proa hacia este coloso asiático, pero al mercado todavía le falta madurar un poco.

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