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 domingo, 22 de enero de 2006  
Portugal: una nación marinera
La influencia de la vida marina y el imperio moro se inscriben en su arquitectura como en su historia. La nostalgia resuena en el fado, una cadencia musical que recorre el mundo

Corina Canale

Portugal concentra en un espacio reducido una mezcla de culturas tan ricas que fueron la simiente de un pueblo que siente pasión por el mar, una desmesura que sólo se puede entender si se conoce que los descubrimientos son la marca de esta nación marinera que comparte con España la península Ibérica. Durante la avanzada hacia el mundo desconocido los navegantes portugueses abrieron rutas marítimas hacia oriente y occidente, de donde traían las riquezas que encontraban en Africa, la India y el lejano y misterioso Brasil.

Lisboa, su capital, se levanta junto a las siete colinas del río Tajo y es una ciudad mucho más seductora que imponente, con callecitas empedradas que son una delicia recorrer. Los cercanos palacios de Sintra, que fueron la residencia de verano de los reyes, le despertaron a Lord Byron sensaciones tan profundas que acuñó una frase memorable: "ver el mundo y saltarse Sintra es estar ciego".

En los tiempos de los descubrimientos su puerto fue el eje del imperio que se extendía desde Brasil a la India. Testimonios de ese pasado son el Monasterio de los Jerónimos y la Torre de Belem, símbolos de la gran expansión de aquella época, que contrastan con el aerodinámico diseño del puente Vasco da Gama, que no obstante también alude al pasado marinero de los portugueses en su estructura diseñada con forma de vela gigante.

Cuna de escritores venerados, Portugal reconoce en Luis de Camoes al poeta épico de la era de los descubrimientos, y a Fernando Pessoa y José Saramago como íconos de la literatura contemporánea.

La historia de Portugal comenzó en 1.143, cuando el conde Alfonso Henriques estableció el Reino de Portugal mediante el Tratado de Zamora y se proclamó su primer rey. Tres años después el soberano le disputó Lisboa a los moros y se quedó con ella. Los moros habían resistido esas avanzadas refugiados en Algarve, su último baluarte al sur de Portugal.

De Algarve se dice que su clima es perfecto y que sus costas rodeadas de grutas son bellísimas, y eso explica que sea el lugar más visitado del país. En su Quinta do Lago se refugian famosos de todo el mundo, mientras que la actividad deportiva es intensa en los puertos de Vilamoura y Lagos, y no hay ningún atractivo que no se encuentre en Albufeira, una de las principales ciudades turísticas del país.

Los habitúes saben que más allá de Faro la costa se convierte en isletas diminutas donde es posible relajarse, lejos del bullicio, entre las dunas calientes. Y hacia el interior del continente, entre higueras y granadas, se encuentra la Serra de Monchique, donde habita el escurridizo lince ibérico, una comarca ideal para caminatas.

Ya en la región de Alentejo, algo más al norte, el litoral sorprende por la sucesión de calas escondidas y playas salvajes y también por Malhao, una de las colonias de cigüeñas más grandes de Europa, donde las ciudades amuralladas testimonian las cruentas luchas contra los moros.

A Monsaraz, de estilo medieval, se la llama "nido de águilas" porque está muy alta, sobre el río Guadiana, al igual que Castelo de Vide, la ciudad balneario construida sobre una colina que tiene un barrio judío con forma de laberinto y una sinagoga del siglo XIII. Y en el centro mismo de Alentejo está su joya más preciada, Evora, declarada por la UNESCO Patrimonio de la Humanidad, que reúne un templo romano, una catedral de estilos gótico y románico y casas moriscas. Pero es dentro de la iglesia de San Francisco donde se encuentra la "Capela dos Ossos", la "capilla de los huesos", revestida con los restos óseos de unos 5.000 monjes y donde un cartel anuncia "nosotros, los huesos, descansamos esperando los tuyos".


El río dorado
En el norte del país, allí donde nació el antiguo reino de Portucale, se encuentra la región de Porto e Norte, dominada por el Duero, el río dorado que baja de las montañas de Trás-os-Montes y llega hasta la cosmopolita y majestuosa Oporto. Ese valle es la cuna del producto de exportación más famoso de Portugal, los vinos de Oporto, y donde las bodegas, abiertas a la curiosidad de los visitantes, se suceden a lo largo del río. Mientras que en las montañas de Trás-os-Montes, donde hay senderos especiales para trekking, se encuentra otro sitio que atrae a muchísimos turistas: la Casa de Mateus, donde se fabrican las etiquetas del famoso vino Mateus Rosé . Y un poco más abajo está Beiras, de la que se dice "está al sur del Duero y al norte del Tajo", la región de las montañas más altas del país y cuna del Dao, uno de los mejores tintos portugueses, y también del queso de la Serra da Estrela y de los "ovos moles", los pasteles de pasta de huevo que se sirven en Aveiro.

En esta región se encuentra Coimbra, una de las ciudades universitarias más antiguas del mundo, cuna del "fado", nostálgico estilo musical; y el centro turístico Figueira da Foz donde en verano se realiza un torneo de fútbol en la arena.

Amantes de las consignas, cuando de ocio se trata los portugueses se guían por la premisa "déjese llevar, relájese", y para ello nada mejor que las playas de sus islas atlánticas. Una de ellas, Madeira , lleva el nombre de un vino famosísimo y es un edén de selvas tropicales donde el viajero se convierte en explorador. Para los navegantes la isla de Madeira era el lugar sagrado en el que atracaban después de largas travesías y antes de llegar a Lisboa; el sitio en el que compartían vivencias con los artesanos del mimbre, que actualmente siguen trabajando en la ciudad de Camacha.

Tal vez aquella energía, aquellos deseos que los marinos dejaron en esta isla hayan hecho de Funchal, la capital de Madeira, un lugar al que se conoce como "la pequeña Lisboa" . Allí está el imponente Palacio de San Lorenzo, del siglo XVI, enfrentado al puerto, y en Santana las casas triangulares de colores vivos que no se encuentran en ningún otro lugar. Mientras que la modernidad instaló, en medio de sus colinas arboladas, el Choupana Hills Spa, un complejo "zen" que completa la oferta de turismo de este exótico destino.

En el horizonte, donde el Atlántico parece tocar el cielo, están Las Azores, esparcidas en el océano como barcos que nunca partirán. En Las Azores hay aguas termales, lagos volcánicos, géiseres humeantes y valles profundos; estas islas portuguesas, donde aún campea el espíritu de piratas y bucaneros, todavía se resisten a dejarse invadir por el turismo masivo. Toda una curiosidad y una tentación.
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