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 domingo, 04 de diciembre de 2005  
Lecturas
La gran novela de Saer

Fernando Toloza / La Capital

"La grande" es la novela más voluminosa de Juan José Saer. Escrita a lo largo de los últimos años, quedó inconclusa por la muerte del autor en junio pasado. No obstante, su estructura es contundente y, según advierte el editor de Seix Barral (sello que publica actualmente toda la obra de Saer), sólo le faltaría al texto un último capítulo breve, una suerte de coda, de unas veinte páginas, de acuerdo con las intenciones declaradas del narrador, que quería terminar el texto con la frase "Moro vende", que le daría un cierre a las "aventuras" (el término es un poco excesivo) de un santafesino que regresa a la capital provincial después de treinta años, tras haber pasado ese tiempo en Europa trabajando para el cine como guionista.

La novela está dividida en siete jornadas que comienzan un martes. El disparador de las historias que se contarán es el regreso de Gutiérrez a la "zona", ese espacio en el que transcurren en su mayoría las obras de Saer y que es una trabazón entre Santa Fe, Rosario y Paraná. Gutiérrez retorna tras 30 años en Europa. Un día desapareció, un poco como Wakefield, y nadie supo por qué. Aunque a diferencia del personaje de Hawthorne, poco a poco la novela dará la clave de la fuga de Gutiérrez.


Los personajes
El hombre regresado, de unos sesenta años, compra una casa y su presencia se convierte en un centro fluctuante para el desfile de personajes, algunos conocidos de otras obras de Saer y otros "nuevos". Personajes que pasarán la semana en sus actividades y con el objetivo de un asado el domingo en la casa de Gutiérrez.

El retorno de Gutiérrez se puede pensar en relación con dos de los epígrafes que Saer utilizó al comienzo de la novela. El primero es de Juan L. Ortiz: "Regresaba. -¿Era yo el que regresaba?", del poema "Fui al río". El segundo es de Quevedo: "huyo lo que era firme, y solamente/ lo fugitivo permanece y dura", y es del poema "A Roma".

El poema de Juan L. Ortiz plantea el cambio interior, personal, la duda íntima sobre la identidad. El de Quevedo, el cambio de los lugares, lo exterior, ya que se refiere a alguien que "busca a Roma en Roma", alguien que trata de definir lo particular de un sitio en el que ha vivido y cuya esencia se le torna inaprensible, quizás no tanto por su percepción como por la condición del lugar, de cualquier lugar, de no ser nunca igual a sí mismo.

La historia de Gutiérrez comienza a ser acompañada por la de Nula -un joven vendedor de vinos, filósofo y donjuán de pasado tormentoso- y por la historia de un movimiento literario de vanguardia hecho en una provincia del interior, el Precisionismo, del cual Gutiérrez fue testigo de primera mano, así como lo fue Tomatis, uno de los personajes más reconocibles del ciclo novelístico de Saer.

El Precisionismo era comandado por Brando, un abogado amigo del poder (del peronismo primero, de los militares después), tacaño y explotador de sus colaboradores. El primer postulado del movimiento era renovar el lenguaje poético por medio del lenguaje científico, utilizando formas clásicas como el soneto. Para Tomatis -el personaje con conocimientos literarios que fácilmente se pueden identificar con Saer, y a la vez parodiarlo, como cuando se ríe de sus anhelos de ser Flaubert-, la vanguardia de Brando era una mezcla de la revista "Ciencia popular" y del diccionario de la rima.

El ingreso del tema del Precisionismo es hecho verosímil a través de dos personajes que están estudiándolo y que consultan a Gutiérrez, y como en el medio en que se mueven son todos más o menos letrados (con excepción de dos mujeres, que son madre e hija), pueden hablar libremente del asunto sin resultar pedantes.

Hay una cierta opacidad en torno al personaje de Gutiérrez. Para los otros personajes, por momentos es demasiado "bueno", porque perdona cuando habla las canalladas de Brando y, en general, todos coinciden en que lo hace porque confunde el pasado con su juventud, y como al parecer ha venido a recuperar la memoria de sus años juveniles, no quiere que haya recuerdos amargos de más. Por eso Brando lo trae sin cuidado, porque su remembranza es otra: el amor por una mujer que le reveló los inagotables caminos del deseo.

En un momento, se puede pensar que la novela es una reflexión en torno al deseo en distintas épocas de la vida. Ahí está el hombre de sesenta años que regresa a la ciudad que dejó, donde vivía y vive la mujer que le cambió la vida; ahí está el joven filósofo, con una iniciación sexual comprometida (por decirlo suavemente), y eterno catador de mujeres; ahí está Tomatis y su relación quizás sin sexo con Violeta; ahí están Lucía y Riera, amigos de los tríos, y ahí está Gabriela Barco, recién embarazada y ajena a todo en su "completud" de nueva madre.

"La grande" no es una novela de fácil lectura. Requiere adecuarse a su ritmo, que puede producir una iluminación en un supermercado, una reflexión al borde de un camino subido a una camioneta, un recuerdo mientras se camina bajo la lluvia. El arte de Saer brilla en su última obra. Se pueden establecer algunas líneas argumentales, como las que se han mencionado más arriba, pero el sustento de la escritura viene de más lejos que del cuento, del desarrollo de una anécdota. Es quizás el intento de captar algunos instantes del mundo, con todas las falencias y hallazgos de la percepción, que casi como parodia están tematizadas más de una vez en "La grande", como cuando se recuerda la respuesta que da Tomatis a la pregunta sobre qué es una novela: "El movimiento continuo descompuesto". O cuando Nula apunta que el caos se percibe como armonía por "deficiencia sensorial".

Rica en sentidos y estructura, "La grande" es una gran novela, que funciona más allá de la falta de su último capítulo, y que deja en el aire la paradoja de que su no-conclusión tal vez sea el mejor mensaje de una novela interrumpida por la muerte: la literatura auténtica jamás concluye.
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Juan José Saer murió en junio pasado y su última novela quedó inconclusa.

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