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 domingo, 04 de diciembre de 2005  
Editorial
El rol de las Fuerzas Armadas

Con el desafío pendiente de concretar un país más justo e igualitario,ciertos debates políticos no aportan absolutamente nada. Las suspicacias que generó en algunos sectores la designación de Nilda Garré como ministra de Defensa, a partir de su pasado "setentista", son el ejemplo perfecto de aquello que los argentinos deben desterrar: los antagonismos anacrónicos.

La Argentina atraviesa un momento histórico decisivo. Consolidada definitivamente la democracia

—que demostró ser capaz de soportar incluso las graves convulsiones sociales de 1989 y 2001—, la deuda pendiente es clara: dar a luz una Nación donde las oportunidades se repartan de una manera más equitativa, saliendo del pozo de la miseria y el desempleo que disparó la prolongación en el tiempo de un modelo económico equivocado. En ese marco la política muchas veces no contribuye, sino que demasiado habitualmente se instala como un ruido en la línea. El debate en torno del “pasado” de la recientemente designada ministra de Defensa, Nilda Garré, forma parte de ese país que convendría desterrar de manera definitiva.

   Desde 1930 y hasta 1983, las Fuerzas Armadas asumieron en la Argentina un rol que no les corresponde y para el cual no se encuentran preparadas. La constante interrupción del orden institucional que perpetraron entre esas dos fechas, muchas veces a partir de la puesta en escena de la más bárbara de las violencias, ha sido uno de los peores errores históricos que registra la crónica del siglo veinte. La ciudadanía hace mucho que así lo entiende de manera abrumadoramente mayoritaria y, por fortuna, también lo hacen los miembros de las FFAA. El triste papel desempeñado por el Ejército durante la década del setenta, cuando la aparición de grupos extremistas se convirtió en la excusa ideal para la implementación del terror a escala masiva, registra todavía numerosos coletazos en los tribunales, a partir de la impostergable búsqueda de la verdad en procura de que se haga justicia.

   Los militares son más que nunca conscientes de que deben reforzar su profesionalismo y de que sólo así podrán reconciliarse definitivamente con la sociedad, esa misma a la cual tantas veces dieron la espalda o enfrentaron por soberbia y mesianismo. Pero eso es agua pasada, pese a que corresponda mantener en alto la bandera de la memoria.

   Si hasta la lógica decantación que el paso del tiempo implica aporta su grano de arena en la lenta tarea de reconstruir los lazos: simplemente, muchos de los actuales cuadros intermedios y superiores de las FFAA no estuvieron involucrados en los trágicos sucesos de los llamados “años de plomo” y, por ende, su formación republicana es más sólida y natural que la de sus predecesores.

   Las suspicacias que aparecieron en torno de la figura de la flamante ministra de Defensa resultan inútiles: ya es hora de derribar añejos antagonismos y trabajar sin fisuras en pos del objetivo común que es una Argentina de pie, digna e independiente.

   Así lo entiende, sin duda, la inmensa mayoría de los hombres de armas. La lección de la historia ha sido aprendida.
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