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 domingo, 04 de diciembre de 2005  
Adolescencia: adultos comprometidos

Los desorientados y muy exigidos adultos del tercer milenio podemos vernos sumidos en la más angustiante de las confusiones frente a los adolescentes. Inmersos en un entorno donde los valores del consumo y la alta estimulación atentan permanentemente contra la salud de todos, será útil y necesario que los adultos recordemos algunos puntos básicos para aprovechar esta etapa evolutiva en todo su potencial de amor, crecimiento y alegría.

¿Qué permisos dar y cómo fundamentarlos? Desde la pre pubertad (ocho o nueve años) chicos y chicas necesitan y piden autorizaciones para manejarse con independencia y concurrir solos o con amigos a distintas actividades, que van desde una simple ida al quiosco o a la plaza hasta las vacaciones sin adultos que suelen desear al concluir la secundaria o el polimodal.

Estar atentos a estos pedidos significa acompañar su crecimiento con prudencia y respeto, enseñándoles a hacerse un camino de independencia propia y fundamentada. Así como "encerrarlos" en nuestra sobreprotección y presencia permanente sería impedir su crecimiento, vemos a menudo que las familias claudican sentenciando que "todos los demás lo hacen" o que "ya son grandes" (adolescentes de catorce o quince años). Esto significa dejarlos en soledad y perder una oportunidad privilegiada de enseñanza.

¿Qué enseñarles? Que toda libertad implica responsabilidad y cuidado de sí mismos y de los otros. Esto se aprende gradualmente y en forma práctica, de manera que los adultos de la familia pueden monitorear y acompañar este proceso.

Podríamos empezar diciéndoles que si quieren que los consideremos "grandes" para salir solos van a tener que demostrarlo antes en muchas otras cosas. Tanto en tareas puntuales de colaboración con el resto de la familia que deben aprender y practicar, como en la responsabilidad por sus relaciones intra y extra familiares.

Por otra parte es imprescindible que nos demuestren su capacidad de auto cuidado para que los adultos no incurramos en la negligencia al permitirles un grado de autonomía que no están en condiciones de asumir. Desde la ida al quiosco o a la plaza que tendrán que ganarse una y otra vez volviendo al horario estipulado, hasta las vacaciones solos que no serán admisibles si en ese último año de escuela no han demostrado cautela con el alcohol y otros riesgos.

Estas son tareas permanentes que darán a los adultos de la familia mucho que hacer. Incluso es probable que se inicien o reactiven conflictos entre los mayores que deberán ser conversados hasta lograr acuerdos, ya que los jóvenes nos confrontarán muy a menudo. Algunas de las situaciones que más frecuentemente se presentan en la relación cotidiana de padres y adolescentes pueden ser:

u Deseos y caprichos: desde la temprana infancia de nuestros niños podemos estar expuestos a un efecto de fascinación con su inteligencia y capacidades, que ellos aprovecharán omnipotentemente para "subirse al caballo" intentando imponer a los adultos sus prioridades, deseos y caprichos. Si los adultos no logramos recuperar nuestro propio criterio, estos chicos quedarán en gran soledad, dirigiendo la vida propia y ajena "haciendo lo que quieren", pero en realidad faltos de orientación y compañía familiar. Emocionalmente son jóvenes e inmaduros, y es muy probable que necesiten más atención y dedicación en la adolescencia que en los últimos años de la primaria.

u Etapa de crecimiento: el enfrentamiento con los adolescentes puede resultarnos tan hiriente y desconcertante que llegamos a reacciones tan impulsivas como las de ellos. Todas nuestras inseguridades pueden quedar a flor de piel y llevarnos a reaccionar en forma personal y egoísta. Es una tarea difícil lograr que nos respeten, respetarnos a nosotros mismos, contenerlos, no humillarlos (son hipersensibles) y guiarlos con mano firme y confianza en el crecimiento de todos (su rebeldía no es un indicador de fracaso ni de odio).

La adolescencia es una etapa de crecimiento con conflictos y el arte de vivirla consiste en administrar el conflicto, soportarlo, fundamentar lo que se les exige, ceder en lo que no es importante, aprender y compartir con ellos todo lo que podamos, y una y otra vez, recuperar nuestro antipático pero imprescindible lugar de adultos muy comprometidos con los jóvenes en una crianza larga y posible. No los dejemos solos, respetemos y alentemos sus iniciativas pero confrontándolos cuando sea necesario con otros criterios, relacionados a los valores, a los riesgos, a las posibilidades de la familia, al respeto mutuo. No tengamos miedo de equivocarnos ni de decir que no.

u Desarrollo de la sexualidad: la evolución de la sexualidad es parte del proceso y sus indicios pueden conmocionar a los adultos tanto o más que a los jóvenes protagonistas. Se reactivarán los recuerdos, ansiedades y temores de la propia adolescencia y muchas veces surgirán reacciones que pueden resultar sorprendentes. No obstante ante estos estados emocionales, es bueno recordar que los jóvenes estarán pidiendo orientación a los adultos, no sólo en forma directa sino muchas veces, a través de distintas actitudes y provocaciones. En este aspecto, como en todos, la conversación comprensiva llevará a mejores acuerdos que los enfrentamientos.

En lo que hace a la sexualidad en todos sus aspectos (biológicos, psicológicos, sociales, afectivos, éticos) la adolescencia encuentra a los chicos en plena tarea para alcanzar o completar logros de su desarrollo que condicionan también su vida sexual. Luchan todavía por su autonomía, su independencia, su identidad, su propia estima, por encontrar un lugar entre sus pares y con todo lo que les trae aparejado la maduración psicosexual. Los jóvenes necesitan contar con información sobre los procesos biológicos vinculados a la sexualidad. Asimismo, necesitan ser respetados en su intimidad, considerados en sus necesidades, escuchados y que se mantengan reservados los datos de su vida personal que pueda exponer o compartir con su padre o madre.

u Desgano frente al estudio: la cultura del estudio y del trabajo ha sido devaluada por el contexto social de corrupción y desocupación en que vivimos, pero no habría vida posible sin valores ni metas a construir. Ver estos problemas en los jóvenes nos confronta a los adultos con nuestras propias contradicciones y frustraciones, y exige que nos detengamos honestamente a valorar todo lo que hacemos y hemos hecho, para transmitirles claramente que sí vale la pena el esfuerzo. Tanto el esfuerzo para llevar a cabo lo que a uno le gusta (en el camino que va de una vocación a una ocupación concreta hay mucha transpiración y renuncia) como el esfuerzo cotidiano de soportar lo que no nos gusta, que así como ellos pueden tener que cumplir con una escolaridad que no los satisface para poder pasar a otra etapa, los adultos muchas veces cumplimos diariamente con tareas aburridas o desagradables para sostener económica y socialmente a la familia. Así como muchas veces los chicos responden con desgano a su real percepción de "truchadas" impunes en el sistema educativo, también vemos a diario que en todos los contextos, si los adolescentes y sus familias están atentos, aparecerán docentes comprometidos y ámbitos estimulantes.

Acompañar, criar, crecer en los lazos familiares con los niños y niñas que se van tornando hombres y mujeres, es tarea vivificante e imprescindible. Creo que nunca nos arrepentiremos del tiempo dedicado a todo vínculo de amor, especialmente con aquellos que, lo digan o no, necesitan de nuestro apoyo, compromiso y orientación. Prepararlos para que se vayan, sostener su crecimiento y el logro de su verdadera autonomía implica sembrar una futura libertad responsable.

Patricia Cecilia D'Angelo

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