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 sábado, 26 de noviembre de 2005  
El desafío de educar en zonas alejadas de la vida urbana
Una escuela al pie de las nubes
La escuelita Nº 3 Florentino Ameghino ubicada en el cerro Champaquí (Córdoba), a 2.600 metros de altura, alberga y enseña a chicos que van desde el jardín hasta el 6º grado

Sebastian Suarez Meccia / La Capital (Enviado especial)

Cuando el sol todavía no salió, unas manos de madre muy cuidadosas envuelven en una manta a Diana, aún dormida, para entregársela a su padre que, ya montado a caballo, tiene detrás a la más grande de sus hijas, Silvana, una nena a la que la ansiedad no la dejó dormir en toda la noche. No es para menos: es el día en que se reencuentra con sus compañeritas de 5º grado. Pero todavía le quedan cuatro horas de cabalgata por las sierras cordobesas, hasta encontrar el primer poblado, Tres Arboles, y de allí llegar a la escuelita Nº3 Florentino Ameghino (anexo albergue), ubicada en el cerro Champaquí.

La mañana es muy fría y el viento se siente helado en la cara, igual Diana -de 4 años- está sonriente, pues comenzará el jardín de infantes y podrá jugar con otros chicos. Y para ella no es un hecho menor: en cerro Blanco, donde vive en medio de las montañas, sólo puede jugar con su hermana y con Pancho, el perro que acompaña a su padre cuando lleva a pastar a las cabras.

Acceder a la escuelita Florentino Ameghino, emplazada a 2.600 metros de altura en la base del cerro Champaquí, no es nada fácil. Desde Paso del León también llegan Alexis y Adrián. Lo hacen junto a sus padres luego de tres horas, a lomo de mula y tras sortear dos ríos.

Todos, luego de un largo recorrido, se suman a un régimen especial de asistencia que es propio de las escuelas de montaña o bien de aquellas ubicadas en zonas inhóspitas. En la Florentino Ameghino el ciclo lectivo comienza en agosto y termina en mayo, las clases se dictan de lunes a domingo durante 20 días de corrido, y cuenta con doble escolaridad: por la mañana con las clases curriculares y, por la tarde, con los talleres de telar, computación y folclore.

Durante los días de clase los chicos se albergan en la escuela. Los que viven "más cerca" se van los viernes y regresan los lunes, pero éstos son los menos. La mayoría pasa a formar parte de una gran familia que tiene como referente a la directora Ana María Agostinelli. "Aquí somos todos la seño, la mamá y el papá", comenta en alusión al rol que les toca desempeñar a quienes atienden la escuela.

Las clases transcurren todas en una misma aula, la única en la que se reparten las tareas la directora Ana María y el maestro de lengua y ciencias naturales Martín Busto. Todos los chicos, desde el jardín al 6º año de la EGB y en forma graduada, comparten las lecciones.

Curiosa, Mercedes, una de las nenas que sigue de cerca la conversación, cuenta que el taller que más le gusta es el de huerta que realizan en un invernadero y donde cultivan maíz, rabanitos, lechuga, zanahorias, tomates y hasta frutillas. Aunque bien sabe que la rigurosidad del clima de esa bella geografía, que van desde soleados 28 grados a tormentas de nieve con 10 grados bajo cero, puede jugarles a veces una mala pasada y no sólo congelar las cañerías de agua por más de una semana, sino también quedarse con las plantitas del invernadero.

Por las tardes, junto con el maestro Martín, los niños escriben un anecdotario que se llama "Mi diario", donde cuentan las actividades escolares, los avances en la huerta y hacen dibujitos de las sierras y las fechas patrias.

Graciela Pino es la cocinera y una egresada de la Ameghino. Se suma a la charla para describir lo cotidiano de la escuelita del Champaquí. Para llegar a cumplir con su tarea recorre diariamente dos horas a caballo desde Rinconada. "Está cerquita", dice riéndose de su propio comentario.


Hospitalidad
Los habitantes de esta parte de las sierras cordobesas viven en austeras construcciones de piedra asentadas en barro, que ellos llaman puestos, y donde se dedican a la cría de ovejas. Pero desde que el Champaquí se puso de "moda" como turismo alternativo, también brindan hospedaje y comida a los visitantes que llegan caminando, a lomo de mula o en poderosos vehículos 4x4. La comunidad es muy especial. Sus habitantes son introvertidos y muy hospitalarios.

La directora Ana María añade respecto a las relaciones familiares que "los padres son muy afectuosos con los chicos, no existen situaciones de violencia. Por el contrario, diría que hasta son muy condescendientes con sus hijos. A veces soy yo quien tiene que explicarles en las reuniones de padres lo importante que es hacer que sus hijos entiendan el sentido de responsabilidad con tal o cual cosa".

Mientras transcurre el día y la charla en el Champaquí, en el patio de la escuela Andrés, barreta y martillo en mano, pica la piedra intentando nivelar el terreno. Tiene 25 años, cobra un Plan Trabajar y le asignaron la tarea de darle forma de herradura al patio de la escuela, donde convergen de cara al cerro todas las puertas y ventanas de la escuela. Hace 40 años su padre, Héctor González, levantó el edificio escolar junto con otros vecinos. En ese momento se habían propuesto que la escuela dejara de funcionar en un pieza prestada un tiempito en cada puesto.

Al término del día se suman las anécdotas y las historias que describen el lugar y la vida de los chicos que estudian a 2.600 metros de altura. La geografía marca una sustancial diferencia a la hora de enseñar y aprender con las escuelas urbanas y otras de zonas alejadas, como las rurales. Sin embargo, la preocupación por garantizar una buena educación y continuidad en los estudios de los alumnos es compartida con realidades de distintas provincias.

Por ejemplo, para poner en práctica un CBU Rural que ya ha aprobado el Ministerio de Educación de Córdoba (un sistema similar al tercer ciclo de la EGB rural que desarrolla la provincia de Santa Fe para garantizar 10 años de enseñanza obligatoria en zonas alejadas de los centros urbanos) esperan que la obra se concrete con la construcción de un aula, dos habitaciones más y un baño.

Hacerlo es clave para el futuro de estos niños. Porque tal como comenta muy preocupada la directora Ana María Agostineli: "Cuando egresan de 6º grado se trunca la educación y de allí van a arrear ovejas".
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Los chicos de la Ameghino esperan que se construyan nuevas aulas para seguir estudiando, de lo contrario su destino será "arrear ovejas".

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