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 domingo, 20 de noviembre de 2005  
[Nota de tapa] - El chamán
La terapia de la selva
Don Antonio Muñoz Díaz es médico vegetalista en PErú. SU trabajo es estudiado desde 1997 por la Fundación Rosarina Mesa Verde. En su tercer viaje a la ciudad cuenta cómo se forma y trabaja un chamán

Paola Irurtia / La Capital

"Mi trabajo es ser médico vegetalista, naturista, chamán", así se define con una sonrisa calma don Antonio Muñoz Díaz antes de pronunciar la palabra que lo nombra en su propia lengua: unania. Es el vocablo que utiliza el pueblo shipibo-konibo, una comunidad de más de 35 mil miembros que habita la selva amazónica de Perú, a lo largo del río Ucayali, donde don Antonio nació hace 64 años. Es la tercera vez que viene a Rosario invitado por la Fundación Mesa Verde, un grupo de profesionales especializado en el estudio de las culturas chamánicas. Don Antonio aprendió su oficio de mano de la ayahuasca, una planta maestra que la fundación estudia con la esperanza de que sus propiedades sean incorporadas al uso terapéutico científico, libre de los temores que hoy la llenan de sospechas.

Don Antonio tiene mirada brillante y una sonrisa dispuesta. Nació en Puerto Nuevo, una comunidad que hoy habitan 350 personas de su etnia, acuciadas por la economía, alejadas de los servicios básicos. En esa región, la atención de la salud está en manos de los chamanes o médicos vegetalistas, como don Antonio, que trabajan junto al sistema de medicina ortodoxa al que no pueden acceder más que a través de un largo viaje por el río.

Don Antonio comparte con gusto el mate amargo en la casa de uno de los miembros de la fundación. Contesta con simplicidad, lejos de las preocupaciones culturales que desvelan a los que se reúnen a su alrededor y lo atiborran de preguntas. En Lima, donde vive desde hace unos años, el lugar de la medicina que practican los pueblos originarios no se pone en cuestión.

Su práctica está avalada por la Organización Mundial de la Salud, que reconoce a la medicina tradicional apta para la atención primaria. Don Antonio, además, estudió preparados y plantas en el laboratorio de la Asociación de Medicina Tradicional (Ametra) que funcionó durante 10 años en Pucallpa, Perú, subvencionada por el gobierno sueco.

Las investigaciones sobre medicina chamánica, en la cual sobresale la etnia a la cual pertenece don Antonio, forma parte de estudios y tesis doctorales de Brasil y Suecia, España y Estados Unidos, entre otros sitios.

Al finalizar el proyecto de salud de Ametra, don Antonio -que estaba viviendo en la ciudad de Pucallpa- se mudó a Lima, donde atiende a sus pacientes. "Para venir acá no le he puesto atención a la gente. Si van, no me faltará el dinero para la comida, ni para la familia", dice.

En sus años de adolescencia, don Antonio era lanchero y recorría el río Ucayali y otros afluentes de Amazonas, que navegó hasta Manaos, en el noroeste de Brasil. Pero no fue hasta que dejó ese oficio que formó su familia. "Regresaba cada cinco o seis meses ¿y para qué quieres una mujer para dejarla lejos?", justifica. "De tanto andar he conseguido pareja, dejado el trabajo de lanchero, y tengo mi familia".

Su formación como médico naturista se inició a los 25 años a raíz de una pérdida dolorosa: la muerte de su hijo más pequeño, un varón de escaso tiempo de vida. Antonio no había querido aprender el oficio que se practicaba en su familia desde dos generaciones atrás. Su papá era unania, y se había formado con un maestro de gran reconocimiento en la comunidad, y su abuelo había sido mueraia -un rango más alto dentro del chamanismo-. Pero cuando enfermó el hijito de Antonio no quedaba ningún chamán en la comunidad donde vivía. Esa situación lo empujó a seguir la tradición de sus mayores.

La formación de chamán exige una iniciación que implica años de restricciones, lo que se denomina "dietar". Durante esos períodos -que pueden ser de dos y tres años- deben cocinarse solos, sin consumir sal ni azúcar; y abstenerse de tener relaciones sexuales. Es un período en el que consumen plantas y preparados para experimentar sus propiedades. Finalmente, recurren a la plata maestra, la ayahuasca, la que "permite conocer las propiedades de las demás".

Se denomina ayahuasca a una bebida que se prepara con una liana del mismo nombre (cuya denominación científica es banisteropsis caapi) y otra, denominada chacruna (psychrotia viridis). Ambas se machacan, hierven, cuelan y forman un preparado amargo que debe descansar al menos un día.

La ayahuasca es una planta sagrada. Aya significa muerto o espíritu; y huasca, ligazón; por lo cual el nombre describe la función que en esa cultura cumple la planta, una ligazón con los espíritus.

La bebida genera una "mareación", en la cual el chamán "se comunica con los espíritus de la naturaleza, los genios de las plantas, que le enseñan sus propiedades". Por eso don Antonio cuenta que a él "le enseñaron las plantas".

El chamán bebe ayahuasca antes de cada tratamiento, porque es la "mareación" la que le permite diagnosticar la dolencia y su terapéutica. "Después de la mareación, yo no sé nada", dice don Antonio para explicar la importancia de la ingesta de la bebida como parte de su trabajo.

"Yo sabía cómo dietar y así comencé. Después de tres años atendí a un sobrino, mi primer paciente", cuenta don Antonio.

Aunque puede convidar el preparado a los pacientes que lo soliciten, don Antonio no lo proporciona si considera que la enfermedad o el estado de ánimo no son estables. "No es como un vinito, o un licor de los que conocemos", dice. Los efectos de la bebida son fuertes tanto en el plano físico como en el plano emocional, y requiere de la contención que proporciona el chamán. El médico vegetalista no toma ayahuasca todos los días, para cuidarse.

Don Antonio entiende bien el español, que habla desde hace pocos años. Sus respuesta son breves y familiares, brindadas desde un universo que no necesita las explicaciones que demanda una cultura académica, donde la medicina tradicional no tiene un status institucional reconocido. No utiliza las abstracciones usuales en los estudios académicos, como podría ser cuál es el concepto de salud que tiene su pueblo.

-¿Cuál es su trabajo?

-Mi trabajo es ser médico vegetalista, chamán, unania.

-¿Cura las mismas enfermedades que los médicos ortodoxos?

-Sí. Curamos con concentración, por intermedio de cantos, con ayahuasca y tabaco. Esas son nuestras herramientas.

-¿Sólo el chamán toma la ayahuasca o también tiene que beberla el paciente?

-El que viene al tratamiento no toma, uno hace el tratamiento. Algunos quieren tomar, pero no siempre les doy. Tiene que estar bien su cuerpo y sus pensamientos.

-¿Cómo aprendió?

-Aprendí porque en mi familia eran todos unania desde mis abuelos. Mi abuelo, mi papá, mis hermanos mayores. Mi papá me quiso enseñar, pero yo no tenía interés. Quería vivir mi vida.

-¿Aprendió solo?

-Sí, solo. Las plantas me enseñaron. Para aprender tuve que retirarme a dietar. La dieta es muy importante, no se puede ser chamán sin dietar. Después de tres años atendí mi primer paciente.

-¿Cómo encuentra este intercambio que le proponen desde Rosario?

-La primera vez que fui a Lima nadie me conocía, y luego la gente se comunicó y tuve mis pacientes. Bueno, acá no me han conocido antes.

-¿Hay otros chamanes trabajando en su comunidad?

-Hay, pero no tanto. A veces uno, en otras tres o cuatro. Los jóvenes no tienen interés de aprender. Algunito ahora está interesado. Yo quería enseñar a mis hijos. Ahora, uno quiere, el de 22 años.

-¿En qué casos pueden trabajar? ¿Tienen algún límite?

-Donde hay puestos de salud, coordinaba con la agente sanitaria. Si ella no podía hacer nada, entonces me pasaba a mí.

-¿La misma enfermedad?

-Sí, la misma. Yo le curo con plantas. Entonces, de ambos lados trabajábamos. Es lindo trabajar así. En un hospital puede trabajar un chamán bueno; puede ayudar.

-¿Y se pueden curar personas aunque tengan otras creencias?

-Sí, claro.

Don Antonio asegura que puede curar todas las enfermedades. Aunque hay casos en que su tratamiento no funciona y entonces, la deriva.

Para el chamán, la situación ideal sería que en cada hospital trabajaran dos "buenos" médicos vegetalistas. "Hay enfermedades que no pueden curar los doctores, porque no saben lo que son; y un doctor chamán puede curar". No le faltan anécdotas, aunque en sus relatos no hay infecciones, ni complicaciones, sino espíritus que pueden alejarse con cantos y mezclas de plantas, alejados de las razones que estudian las universidades de medicina.

"He curado con cantos enfermedades que en el hospital cobraron 10 mil soles y no pudieron curar", cuenta. La historia es sobre una mujer que permaneció internada 10 días con dolores agudos y sin poder retener alimentos; y fue deshospitalizada por su familia cuando los médicos no le encontraban otro destino más que la muerte. El tratamiento de don Antonio le permitió comer un buen pescado a los tres días, en la celebración de San Juan. "Si hubiera sido más breve (el proceso) hubiera muerto en el hospital", dice el chamán.

"Yo he estudiado un poco las plantas, preparaciones de remedios", explica. El laboratorio que montó el gobierno sueco tenía un espacio en el que podían recibir a los interesados en la experiencia. Hasta allí llegó el primer miembro de la Fundación Mesa Verde cuando viajó a Perú en busca de contactarse con la medicina chamánica, en 1997.

Don Antonio responde dónde vive con su dirección completa, en el barrio del Callao, en Lima. Viaja a su pueblo constantemente para buscar plantas. Allí, en Pueblo Nuevo, comenzó su nuevo proyecto que continúa la idea de Ametra: mantener vivos los conocimientos medicinales de las culturas antiguas. Trabaja con jóvenes que quieren aprender, en un predio donde cultiva su jardín botánico y brinda hospedaje para quienes quieren acercarse a su conocimiento o curarse. Es el viraje que encuentra para que subsista la cultura que mantuvo la salud de su pueblo durante miles de años.
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Tradición. Don Antonio es hijo y nieto de chamanes, y continuó el oficio como todos sus hermanos. Ahora trabaja para formar a nuevos curadores.

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