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 domingo, 20 de noviembre de 2005  
Sólo la muerte acabó con el férreo régimen de Franco

Jorge Vogelsanger

Madrid. - Francisco Franco lo tuvo claro desde el principio. "Si un día dejo el puesto será con los pies por delante", decía. Y así fue. El general que implantó una de las dictaduras más férreas y longevas del continente después de su victoria sobre las fuerzas republicanas en la Guerra Civil española (1936-1939), se mantuvo en el poder hasta morir, a los 82 años, el 20 de noviembre de 1975.

La represión fue brutal, sobre todo en los primeros años. Es imposible precisar el número de personas ejecutadas después de la Guerra Civil, durante la cual Franco contó con el apoyo de Benito Mussolini y Adolfo Hitler. El propio régimen admitió la cifra de 28.000, pero la oposición la elevaba hasta los 200.000. Otras 300.000 personas fueron a parar a la cárcel y cientos de miles dejaron el país. Muchos de ellos jamás regresaron del exilio.

Algunos vestigios de las casi cuatro décadas que duró la era de Franco se pueden contemplar aún en la actualidad, cuando se cumple el 30º aniversario de su muerte.

El más importante es el Valle de los Caídos, al noroeste de Madrid. Allí, una gigantesca basílica esculpida en la montaña y cuya construcción costó la vida a muchos prisioneros republicanos, recuerda oficialmente a las 300.000 víctimas mortales de la Guerra Civil, pero, sobre todo, al propio dictador, que yace en una tumba contigua a la de José Antonio Primo de Rivera, el fundador de la Falange, el partido de corte fascista que soportó el régimen.

El renombrado historiador británico Paul Preston, autor de la biografía "Franco, caudillo de España", se refiere a él como un "perfecto olvidado". El "generalísimo", señala, "dejó tras de sí una combinación de ignorancia, indiferencia y la firme decisión de nunca más volver a sufrir una dictadura". Preston lo llama el "pacto del olvido", un deliberado rechazo en masa, a modo de venganza, y que apuntaló la transición a la democracia. Esta es una de las razones por las que el intento de golpe de Estado protagonizado en 1981 por el teniente coronel Antonio Tejero estaba destinado al fracaso.

El sistema de Franco se basaba en los principios del catolicismo y la monarquía, si bien ésta de facto no fue reinstaurada durante su mandato, y evolucionó desde un régimen autoritario semifascista a un gobierno corporativista que se calificaba a sí mismo como el más católico del mundo. El "Nuevo Estado" era nacionalista, imperialista, centralizado y poseía un partido único oficial: La Falange Española Tradicionalista y de las Juntas de Ofensiva Nacional-Sindicalista (FET-JONS).

Los demás partidos estaban proscritos, no había libertad de prensa y la mujer era reducida al papel de esposa y madre. La represión se cebó especialmente con los nacionalistas en Cataluña y el País Vasco. De allí surgió en 1959 el grupo armado vasco ETA, que al comienzo gozó de un amplio apoyo por su lucha antifranquista y cuyos atentados terroristas hoy en día la abrumadora mayoría rechaza.

La mayor preocupación de Franco fue siempre que todo estuviera "atado y bien atado", consciente de que su muerte traería la liquidación del régimen. Si bien el dictador guardaba la esperanza de que el entonces príncipe Juan Carlos, a quien había designado su sucesor, continuara el régimen una vez proclamado rey, éste hizo lo contrario e impulsó la democratización.

En los últimos diez años de vida, Franco sufrió la enfermedad de Parkinson y a partir de 1974 su salud se fue deteriorando cada vez más, sobre todo después de sufrir un primer infarto el 15 de octubre del año siguiente. Fueron anecdóticos los partes que el "equipo médico habitual" empezó a difundir a diario en esas semanas, en las que la agonía del dictador fue prolongada artificialmente.

Aún así, Franco se mantenía firme: "Yo no dimito. De aquí al cementerio", decía con su habitual voz aflautada. Y así fue. El 20 de noviembre, un lloroso Carlos Arias Navarro, presidente del gobierno en aquel entonces, anunciaba el deceso en televisión. (DPA)
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