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 domingo, 20 de noviembre de 2005  
El cazador oculto: "Un cambio saludable para todos"

Ricardo Luque / Escenario

Rosario no es la que solía ser. Y, mal que les pese a esos nostálgicos incorregibles que insisten en que todo pasado fue mejor, cambió para bien. Aunque hay ciertos cambios que, hay que decirlo, se prestan a la confusión. Quién no recuerda esas calurosas tardes de verano en las que no había un mejor plan de evasión que ir a la Florida. Era el Negro Gómez quien, sudando como un cosaco en el Sahara, proponía: "¿Vamo'a la Flora?". Nunca obtuvo un no como respuesta. Heladerita, sangría (la receta: una botella de blanco, media de 7Up) y un largo viaje colgado de las pestañas en el 210. El camino de la perdición. Porque cuando caía el sol y había que emprender el regreso nadie sabía cómo demonios encontrar el rumbo. Hoy la cosa es distinta. La Flora existe, pero no es una playa que, con los bolsillos flacos y el mejor de los futuros por delante, aparecía como uno de esos paisajes de ensueño que Joseph Conrad regalaba en sus cuentos de los Mares del Sur. Nada que ver. La Flora es un coqueto bar, colgado de la barranca, en el corazón del barrio más exclusivo de la ciudad. Porque hoy, no sé si saben, comprar un departamento con vista al río sobre Weelwright es difícil hasta para un jeque árabe. Y fue ahí donde impensadamente la noche del miércoles el puñado de VIPs que tuvieron el privilegio de haber sido invitados gozaron de la mejor fiesta que se realizó este año en la ciudad de la furia. Si no hubiera sido por el discurso de Horacio Ghirardi, que fiel al estilo "onda cero" del socialismo se empeña en batirse el pelo y usar corbata hasta cuando va a la playa, la noche hubiera sido perfecta. Buena bebida, chicas fáciles, música suave. Y lo mejor, una luna gigante que, reflejándose mansamente en el río, invitaba al romance. Y así lo entendió Mariela Spirandelli, quien después de una larga ausencia volvió a dejarse ver en las noches rosarinas, y se montó una guardia pretoriana junto a Mono, su hijito del alma, con la secreta intención de desanimar los avances de las chicas que querían conquistarlo. Un esfuerzo inútil. Como el del gerente de Canal 3 que, encandilado por la belleza de una jovencísima promotora de Quilmes, pidió: "Envuélvanmela para regalo". Sin saber que, en este mundo, no todo se compra y mucho menos se vende.
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