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 domingo, 13 de noviembre de 2005  
Interiores: pensamiento

Por Jorge Besso

El pensamiento, aparte de ser una flor y una planta de la familia de las violáceas, es uno de nuestros bienes y recursos más preciados, aun en estos tiempos donde el cuerpo adquirió tanta importancia al punto de elevar al máximo lugar la imagen corporal, aumentando considerablemente la lista de especialistas que necesita al humano para vivir. Obviamente si se trata del humano que no está afuera del sistema o en los márgenes.

Todos sabemos que se piensa con la cabeza y sin embargo es más que difícil poder situarlo ahí adentro, ya que es imposible poder asirlo en las interacciones de las neuronas. Con toda evidencia no podríamos pensar sin las extraordinarias neuronas y sus sinapsis, pero al mismo tiempo nuestro stok neuronal no nos explica nuestros pensamientos, ni los más simples, ni los más complejos, ni los más locos. A lo sumo puede determinar y explicar ciertas performances de los humanos con respecto a los números, o a las palabras o a la resolución de problemas.

Pero en última instancia se trata de explicaciones parciales que en cualquier caso no alcanzan para explicar por qué los pensamientos se van por las ramas, o por el contrario se quedan fijos en cualquiera de ellas, configurando una idea fija que el que la padece no la puede evitar a pesar de sus esfuerzos.

Hay una constatación de todos los días, por una parte tenemos el cerebro y por otra la conciencia, y entre ambos circula por rincones invisibles y por centros visibles el tan preciado pensamiento, adherido a ningún lugar, en ocasiones con agilidad, en otras con pesadez conformando el instrumento esencial para nuestra capacidad de entendimiento, pero también puede resultar el obstáculo más fenomenal para una comprensión inteligente de las cosas. Esto porque el pensamiento también es el depósito de los prejuicios, de forma tal que en las estanterías interiores acumulamos los susodichos prejuicios, que vienen a ser una suerte de pensamientos congelados, es decir aquellos que no se han vuelto a pensar, y a la vez que no se quieren pensar.

En suma, son sin "juicio", y además son "pre", es decir son previos a lo que se analiza o se juzga, ya que salen de las estanterías sin el más mínimo examen. Es interesante que el concepto de pensamiento tenga tanto una dimensión individual como colectiva, en el sentido de que se habla del pensamiento de un grupo, de una familia y más extensamente del pensamiento de un pueblo. Desde este ángulo se puede concebir al pensamiento en sus distintas dimensiones como un continente capaz de contener con cierto orden, pero también con cierto caos una cantidad incontable de contenidos.

Como se sabe los pensamientos son y deben ser muy diversos, pero aun así se los puede dividir y organizar en dos grandes tipos que a la vez representan dos extremos:

u Los pensamientos cerrados.

u Los pensamientos abiertos.


Se puede entender rápidamente que los pensamientos cerrados son aquellos que ya están pensados de una vez para siempre, y por lo tanto son pensamientos poco o para nada pensantes que arrojan como resultado siempre el mismo producto con abundantes respuestas para todas las cosas, y a la par una notable escasez de preguntas y desde luego, con ausencia de dudas.
En el otro extremo están los pensamientos abiertos que invierten los términos del anterior, por lo tanto hay más dudas que certezas, y una mayor flexibilidad lo que da como resultado un pensamiento más pensante que pensado. En general se distribuye a la gente en alguno de los dos equipos en donde los primeros suelen tener la impronta de la fuerza y el mérito de la coherencia, en cambio los segundos suelen aparecer como más blandengues y entregados a la cavilación (no necesariamente estamos frente a dos bandos).

Estos dos extremos no son otra cosa que dos posiciones, de forma que a veces circulamos por una y en ocasiones deambulamos por la otra, dependiendo del tema del que se trate dentro del menú clásico: la política, el amor, el dinero, la amistad, los sexos, la ciencia o el deporte, o las nuevas familias, o acaso el agudizamiento de las viejas desigualdades. Al mismo tiempo los pensamientos se combinan con otra división que viene a extremar más aún las cosas sujetas a pensamiento: el pensamiento propio y el pensamiento ajeno".

En este sentido se puede distinguir una clara propensión en el humano a tener en alta consideración al pensamiento propio y más bien en desconsideración al pensamiento del otro, lo cual es notorio en todos aquellos que andan por el mundo lanzando sus afirmaciones o sus sentencias proclamando: "Ese es mi pensamiento". Como si eso constituyera un mérito en sí mismo. Generalmente la sonoridad de la frase tiene el efecto de marcar con nitidez la frontera entre lo propio y lo ajeno, cercando dicho pensamiento como un continente aferrado a sus contenidos.

Llegados a este punto, sería bueno y quizás interesante terminar con la propiedad privada de los pensamientos, en primer lugar porque los pensamientos son poco escriturables y en segundo lugar porque, más allá de los grandes pensadores, lo del pensamiento propio no deja de ser una ilusión muy extendida ya que la mayor parte de nuestros pensamientos muchas veces ya vienen masticados por otros desde hace siglos. Posesivos en el amor, posesivos con el dinero y posesivos con las ideas, los humanos devienen en una especie de ser acumulador por excelencia y en excedencia, configurando un mundo donde conviven patológicamente regímenes para adelgazar con regímenes que adelgazan o matan a la gente.

Quizás habría que pensar nuestros pensamientos, los individuales y los colectivos, como continentes más abiertos, como territorios con fronteras mínimas y sin alambrados con púas o alarmas electrónicas, lo que contribuiría a aliviar el cansancio frente al empeño capitalista en borrar la libertad, la igualdad y la fraternidad, aquel maravilloso ideario de la Revolución Francesa hoy en estallido.
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