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 domingo, 23 de octubre de 2005  
Lecturas
Meteorología Poética

Irene Ocampo

"Eeaaa!!! una estrella fugaz casi invisible abre el pelaje negro/ de la oscuridad" se asombra el poeta Daniel Durand (Concordia, 1964) mientras observa, anota y compone versos debajo del cielo del barrio porteño. Los sucesos atmosféricos son contados con un lenguaje propio, lleno de colores y texturas, y que incluyen también a los meteoros humanos: helicópteros, aviones que van a Ezeiza o Aeroparque, haces láser de una disco, luces de las avenidas con sus reverberaciones.

El poeta que observa el cielo de su barrio también atesora lo que otros antes que él vieron en otros cielos de países lejanos. Entonces aparecen "los nueve cielos y sus nueve cualidades esfumantes" o el recuerdo del poeta latino Lucrecio y la calidad imperceptible de los cambios, nudo central de este poemario, el quinto de Durand, quien es editor de Ediciones Deldiego.

El verano abre este cielo, pleno de nubes, nubarrones y tormentas que se disipan rápidamente. El vértigo de los cambios no es muy duradero, pronto llega el otoño con su aplomadura gris-azul violácea, pero igual hay otro momento para la extrañeza. "Las casas y los edificios han comenzado a marchar plácidamente,/ y con ellos todas las cosas que contienen; sólo las nubes quedan estáticas/ y desconcertadas mirando cómo el planeta se retira. Al principio/ dejamos atrás nubes ciudadanas, luego pasamos por nubes enormes y aisladas/ diseñadas para andar por los campos (?)"

El invierno, su frialdad glacial, se apodera de criaturas y edificios, quitándoles toda voluntad de oposición a la oscuridad "que se adhiere a las paredes". Cuando el verano aparece y se vuelve a retirar intempestivo, es momento para traducir y dar versiones del poeta japonés Tu Fu.

La primavera casi duele, pero no será el fin de este libro. Durand ha querido incluir "Guiones de poemas", en los que incluye categorías como luz, poeticidad, tono, belleza, verdad o bien, entre otras que proveen material para futuras creaciones. El lector se pregunta si serán usados alguna vez por su autor, si podrán ser desarrollados por otras personas. En todo caso, su lectura brinda una clara sensación del trabajo realizado para componer los poemas anteriores.

"El cielo de Boedo" tiene tres partes diferentes estructuralmente. La primera está compuesta por "Verano", "Otoño" e "Invierno", tres poemas largos. Aunque en su mayoría son de estrofas cortas, sus versos son largos. Cada estrofa posee unidad de sentido, y la conexión con el conjunto se da en forma exacta y claramente marcada. Aunque no se incluye nada que los ordene, estos poemas parecen tener una progresión interna.

Contagiados quizás por los poemas de Tu Fu, "primavera" y "la casa se hunde", los textos que integran la segunda parte, son poemas breves, y con versos más cortos que los primeros.

Los "Guiones de poemas" no tienen un trabajo de forma poética, aunque se estiran sobre el margen izquierdo de la página, ayudando a quien lee a permitirse imaginar una "tarde de abril/ calor/ cielos humosos/ un deleite líquido atraviesa una frase", y luego se pregunte "¿habrá un lugar para estar entre Laforgue y Francis Ponge?"
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