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 domingo, 23 de octubre de 2005  
Panorama político
Cabeza de urna

Mauricio Maronna / La Capital

En las elecciones legislativas de primer final de mandato todos los presidentes argentinos, desde el 83 hasta la fecha, con la única salvedad de Fernando de la Rúa, han recibido el aval de las urnas. Y hoy no será la excepción.

Trepado a palcos, aviones, helicópteros y combis como nadie desde la posdictadura, Néstor Kirchner confirmó en el tramo final de esta abrumadora tarea proselitista lo que él mismo comenzó en el aura de su gestión: el estado de campaña permanente.

Sin miedo al ridículo (esa palabra que cada vez tiene menos valor para una buena cantidad de dirigentes políticos nacionales), el jueves hizo uso y abuso de todas las radios porteñas para intentar remontar la farragosa cuesta de la Capital Federal, instando a votar por Rafael Bielsa y denostando a Elisa Carrió, a quien no quiere ver compitiendo desde acá hasta el 2007 por esa capa ideológica a la que se aferra con intensidad dialéctica: el progresismo. Mauricio Macri, cree, será un enemigo funcional para la iconografía de centroizquierda que piensa montar.

El jefe del Estado, además de su condición de gran elector, mostró sus dotes de productor periodístico. Nadie le negó los micrófonos para que inflamara su verba con mensajes incendiarios hacia Lilita, chicaneara a determinados conductores que no le caen en gracia (la entrevista con Marcelo Longobardi en Radio 10 fue casi surrealista) y trazara una línea ya conocida en tiempos preelectorales: yo o el caos.

Pero si la gran pelea hasta el inicio de la veda tuvo que ver con la disputa del voto, desde las 18 de hoy la madre de todas las batallas estará centrada en la manera de interpretar los resultados.

"No vamos a contar votos, vamos a contar bancas", admiten los operadores full time de la Casa Rosada analizando el enrevesado mapa, las alianzas transversales y las listas no peronistas que, sin embargo, están integradas por candidatos dóciles al oficialismo.

La primera curiosidad de estas elecciones tiene que ver con la sigla de la escudería oficial, Frente para la Victoria, que no tiene presencia alguna en 9 de los 24 distritos. La sigla PJ también brilla por su ausencia en la mayoría de las provincias (apenas se muestra en 9 Estados). En otras cinco geografías el peronismo no tiene impresa ninguna de estas denominaciones. En Salta y Entre Ríos se llama Frente Justicialista para la Victoria, en Córdoba Unión por Córdoba, en Neuquén Frente Cívico para la Victoria y en Misiones opta por otra denominación ambigua.

La misma ensalada de nombres le corresponde a la UCR, en muchos casos encuadrada bajo el paraguas de Frente Cívico o Frente Progresista, como en Santa Fe.

La diáspora también se filtra en la centroderecha: el PRO de Mauricio Macri y Ricardo López Murphy acuña esta denominación en apenas 4 de los 24 distritos.

El ARI intenta consolidarse como fuerza nacional desde sus bastiones de la Capital Federal y provincia de Santa Fe, esperando que, de una buena vez por todas, la imagen de Carrió se proyecte en votos más allá de los centros urbanos densamente poblados.

La izquierda es un rompecabezas inentendible para cualquier elector: con su menguada capacidad electoral, sus votos se dividen por cuatro.

Los partidos provinciales juegan paradas de cabotaje, sin referencias nacionales, más allá de los deseos del gobernador neuquino, Jorge Sobisch, de competir en el 2007 por la Presidencia de la Nación. Soñar no cuesta nada.

No casualmente ayer, el gobierno filtró al diario La Nación su deseo de incorporar al bloque kirchnerista a todos los diputados electos que, más allá de su ADN partidario, tributen simpatía y algo más por el presidente.

El mensaje, el subtexto y la entrelínea están más que claros: apenas las computadoras del Ministerio del Interior comiencen a arrojar números y tendencias la interpretación será que "el presidente fue plebiscitado".

Poco importará que José Manuel de la Sota y Luis Juez vayan por caminos diferentes en Córdoba o que en Santiago del Estero y Catamarca la filiación política abreve originariamente en otros partidos extrajusticialistas. "Todos son kirchneristas", repetirán los Fernández tratando de que los medios compren esa lectura.

¿Estará en condiciones la oposición de salir a rebatir la interpretación? ¿Unirán por una vez sus voces para dejar de ser funcionales al discurso oficial o seguirán cuidando sus pequeñas parcelas de poder a costa de influir menos que un charco en la inmensidad del desierto?

En países atravesados por la anomia y la ausencia de un pulimentado republicanismo, las elecciones se ganan el segundo después del cierre del acto eleccionario en las pantallas de televisión.

El numen de estos comicios, además de la búsqueda de legisladores que engrosen determinadas bancadas, será la resolución de la interna justicialista, que presenta como matriz a la provincia de Buenos Aires. En ese territorio, dominado por las sospechas, la compra de votos, fiscales y la omnipresencia del clientelismo más feroz, de poco valen los ejemplos comparativos respecto de las elecciones anteriores.

El presidente metió su cabeza en la urna y recorrió cada partido como un piloto de Fórmula 1 ausculta la pista antes de la competencia. Los encuestadores se convirtieron en marcos referenciales a la hora de leer los resultados. Nadie duda del triunfo de Cristina Kirchner, pero esa victoria podría convertirse en gloriosa o pírrica según la diferencia que le saque a Hilda González de Duhalde.

Buenos Aires es un espejo de la eterna tentación nacional de salirse de los manuales: la candidata que será elegida senadora tiene domicilio en uno de los extremos del país (Santa Cruz) y no podrá ingresar al cuarto oscuro. ¿Alguien imagina una situación similar en una Nación que pretenda instalarse como ejemplo de democracia avanzada?

Con su jugada a fondo en el principal distrito del país, Kirchner quiere extirpar a Eduardo Duhalde del tablero político, con la íntima convicción de que el bonaerense, si no es borrado del mapa, destinará todas sus energías hasta el 2007 para limarle las patas al Sillón de Rivadavia.

El pase de caudillos duhaldistas a las filas de Balcarce 50 obedeció a una cuestión que, de tan lineal, no deja margen a la doble lectura: la caja está hoy en poder del Ejecutivo nacional. Las lealtades para esos hombres y mujeres formados al amparo del más rancio y repudiable pragmatismo valen menos que un austral. Anteayer fueron menemistas, ayer duhaldistas y hoy kirchneristas. El mañana los convertirá en otra cosa, pero tienen bien en claro que una sombra, ni pronto ni tarde, nunca serán.

En Santa Fe todo se ha escrito, menos el resultado. A Kirchner nadie le podrá reprochar falta de apoyo a su candidato, Agustín Rossi, con quien compartió la inauguración y la clausura de la campaña aunque, en ambos casos, los mensajes, los silencios, las interpretaciones siempre hayan dejado una puerta abierta para ese hombre que, hoy por hoy, logra el extraño fenómeno de ser cortejado por la centroderecha, la derecha más rancia y la izquierda.

En efecto, Hermes Binner recibió cataratas de elogios que fueron desde Bernardo Neustadt y Mariano Grondona hasta los íconos mediáticos más representativos de la progresía nacional. Si el socialista logra imponerse, unos y otros intentarán colgarse de su saco para sesgar la interpretación. ¿O acaso ya no es un secreto a voces la pretendida intención del laboratorio de Olivos de reclutarlo como tropa propia si es que los números dejan al Frente para la Victoria en ridículo?

Rossi, más allá del resultado final, dejó todo en la cancha, transpiró la camiseta y recorrió 100 localidades en 115 días tratando de hacerles entender a los santafesinos que los buenos números de la economía provincial son consecuencia directa de las políticas que implementó el gobierno nacional.

Recién en el epílogo de la larga marcha hacia el 23 de octubre pudo sacarse parcialmente de encima el tormento que significaban los pronósticos agoreros que bajaban desde los grandes diarios nacionales, avizorando una estrepitosa derrota, y poniendo en escena la empatía entre el presidente y Binner. Si triunfa, el Chivo tendrá su fiesta, pero si cae no tendrá razones para la depresión.

Diferente será el clima para el justicialismo santafesino: allí las finales se ganan o se pierden y, según sea el resultado, en el horizonte se posarán nubes negras o amanecerá un día diáfano.

Sea cual fuere el resultado global nacional, un dato no puede ser soslayado: el presidente no tendrá mayoría propia en la Cámara de Diputados y deberá articular políticas de diálogo, apostar al consenso y aceptar que la política nacional es el arte de la negociación, como bien lo ha hecho a la hora de sentarse con los máximos líderes del mundo.

Para quienes, con razón, se hartaron de una campaña demasiado larga y poco sustanciosa (aunque en Santa Fe no se hayan producido los dislates porteños) hay una mala noticia: desde mañana comienza otra etapa proselitista.

Apenas salga el resultado de la última mesa del más recóndito de los parajes, la palabra reelección dominará el escenario. "Todos a los palcos", será otra vez la consigna no escrita del autocalificado como "pingüino solitario".

Ya no estará solo: el resultado de hoy lo llenará de acompañantes.
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