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 miércoles, 19 de octubre de 2005  
Educación: del impacto mediático a la realidad

Marcelas Isaías / La Capital

Un conocido pedagogo cuenta que desde hace varios años propone, a manera de juego, a sus estudiantes de carreras afines a la educación un ejercicio reflexivo: ponerse en el lugar de marcianos que llegan a la Tierra para estudiar algo que se llama la escuela. El ingenioso modelo sirve para situarse externamente al problema y observar y describir así qué es lo que ve alguien ajeno al mismo.

Si la idea se trasladara a la educación santafesina y se propusiera entonces registrar qué es lo que pasa, no es muy difícil imaginar que lo primero que saltaría a la vista sería una escuela sumida en dificultades diarias, que no puede garantizar un aprendizaje de calidad a sus alumnos, maestros con deudas de capacitación y laborales históricas y, claro está, la ausencia de un proyecto educativo que señale para qué se educa.

Y en un capítulo aparte podrían anotarse también cómo por estos días de recambios en el Ministerio de Educación, los eternos funcionarios se acomodan desesperadamente el saco nuevo y sacan sus cartas de presentación para asegurarse un nuevo lugar que los eternice en la beca que la provincia les renueva año a año.

También se distinguiría una vieja historia conocida por la educación santafesina: los cambios de ministro que llegan con anuncios que buscan impactar mediáticamente al menos en las primeras semanas.

Veamos entonces. La nueva ministra del área, Adriana Cantero, apenas asumió habló de "mil titularizaciones docentes", algo que, en realidad, lejos de tratarse de una novedad es el saldo de una deuda con aquellos maestros que accedieron a sus cargos mediante la ley 11.934 y por la que en el 2001 se titularizó por decreto a más de 15.000 educadores en la provincia. Los "mil" a los que alude Cantero son aquellos que por diversos problemas administrativos estaban pendientes de titularizar. Y, dicho sea de paso, según dicen quienes han podido mirar de cerca la nómina, la nota final con los nombramientos lleva la firma de la ex ministra Carola Nin.

También Cantero mencionó, con formato de anuncio, la necesidad de hacer más habituales los concursos docentes, omitiendo que felizmente fue aprobada este año una ley provincial -proyecto de la diputada Verónica Benas- que obliga a la periodicidad de estos concursos.

Algo parecido ocurre con el punto esencial en el que la ministra Cantero ha hecho eje al asumir en su nuevo cargo y es la sanción de una ley provincial de educación. Es bueno recordar entonces que el anuncio no es nuevo: el propio Obeid había dicho en abril pasado a este diario que para el 2006 se esperaba la sanción de esta ley. Y mucho se sabe de los contactos que ha tenido el gobierno santafesino con la pedagoga Adriana Puiggrós para encarar una gran consulta en la provincia y orientar así el proyecto de ley.

Aunque llamativamente Obeid en el discurso de asunción de los nuevos ministros (13/10/2005) no mencionó ni una vez el tema educativo, hay un mensaje que sí es la novedad y donde vale ahora la pena poner la atención. Entre las primeras declaraciones realizadas a varios medios, Cantero habló de un cambio profundo en la estructra del ministerio mediante la sanción de una ley orgánica que haga desaparecer la organización en direcciones provinciales (de primaria, media, superior) y las jefaturas (educación especial, capacitación, etc.), para reemplazarlas por áreas estratégicas de trabajo. Por lo pronto se mencionaron algunas como las de evaluación, producción y trabajo, capacitación permanente.

De la mano de este cambio de estructura llegó el anuncio de la descentralización de las funciones hacia las regionales, con la idea -según las palabras de la ministra- "de estar cerca de la cotidianeidad de las escuelas".

Si los fundamentos para encarar semejantes cambios se basan en la necesidad de transformar un ministerio hiperburocratizado y recuperar lo pedagógico, valen la pena ser discutidos. Porque si algo caracteriza a la cartera educativa es la inoperancia para resolver problemas de pequeña y gran magnitud.

Pero, claro está, que un cambio de estructura sin el horizonte que señala un proyecto educativo comprometido y basado en la voluntad política de llevarlo adelante será estéril, y en todo caso repetirá una historia ya conocida: cambios de estructura, con nuevos nombres y funciones, que no solucionan los problemas de fondo.

Por otra parte, la historia de la llamada descentralización en la Argentina es bien conocida para los maestros. Y para esto no hay que ir a ningún libro para saber de qué se trata, sino volver por un rato la mirada a los resultados de la aplicación de la ley federal, que derivó en 24 modelos educativos distintos, diferenciados por la riqueza y pobreza provinciales.

Entonces no es descabellado preguntarse si tal como se está pensando la descentralización de la educación santafesina hacia las regionales, no repetirá -en otra escala- la triste y conocida historia de la fragmentación, dividiendo ahora en nueve realidades bien diferenciadas a la provincia (a nadie escapa la diferencia entre el norte, el centro y el sur santafesinos).

Para muchos especialistas dotar a las escuelas de más poder para decidir es un punto clave para avanzar en una educación de calidad. La idea es bienvenida cuando el poder está acompañado de recursos materiales y humanos, autonomía, normas claras y un sentido común, único, para atender a la educación pública y para que de esta manera no termine convirtiéndola en un desentendimiento de la función del Estado.

En una primera mirada, el modelo que ahora se discute para Santa Fe -dividido en áreas- mucho recuerda al que hoy muestra la cartera educativa nacional: organizada en distintos campos de trabajo (como evaluación, gestión educativa, programas compensatorios, etc.), pero sin escuelas a su cargo.

Más que nunca tener a mano un proyecto educativo que asegure días de clase, es decir retención, pero con calidad en la enseñanza y en los aprendizajes, será la clave para orientar los cambios que ahora se avecinan. Por el contrario, quizás dentro de unos años, si repetimos el ejercicio de convertirnos en observadores externos, seguramente veremos escuelas arreglándoselas como puedan, mientras un gran número de técnicos y especialistas de la educación diseñan programas y políticas (por supuesto que acompañadas de una infaltable nueva terminología) para aplicar a una realidad inexistente.
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