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 domingo, 16 de octubre de 2005  
Valdivia, una entrada al viejo reino
La ciudad fundada en 1552 combina su esencia de colonia de pescadores e inmigrantes alemanes

Fabiana Monti / La Capital

Quien no navegó por sus ríos, no visitó su Feria Municipal de Pescados y Mariscos, no rescató la historia de los museos y la gente, no se deleitó con las cervezas Kunstmann que se producen en el lugar, decididamente no la recorrió. ¿De qué lugar se trata? De Valdivia, la perla del sur de Chile.

Ubicada a 810 kilómetros de Santiago, la capital del país, en una región rodeada de lagos, volcanes y montañas, la ciudad de alrededor de 150 mil habitantes combina su esencia de colonia de pescadores con la impronta agrícola que le imprimieron los inmigrantes alemanes. En los nombres de sus calles y también en las costumbres del lugar, también deja entrever su pasado aborigen proveniente del pueblo indígena de Ainlil.

Fue fundada en 1552 por el español Pedro Valdivia y bautizada como Santa María Blanca de Valdivia. Y al decir de Arturo, un nativo del lugar, como todo en Chile "se hace pequeñito", se recortó el nombre.

Su historia puede ser recorrida en el Museo Histórico y Antropológico Mauricio Van de Maele, albergado en la Casa Anwandter, donde desde su fachada puede observarse una maravillosa vista del río Valdivia. Allí también está el registro del paso impetuoso de un terremoto en el año 1960, que destruyó la ciudad, y obligó a los sobrevivientes a unirse solidariamente para reconstruir la "perla del sur".


Lo que ofrece la naturaleza
Todas las mañanas, hasta las dos de la tarde, los viajeros no pueden dejar de acudir al llamado ansioso de los vendedores de pescados, mariscos, y frutas que se instalan en el muelle fluvial Schuster, y donde también se cruzan con quienes ofrecen distintas excursiones para recorrer sus ríos, ya que la ciudad se halla rodeada por el Valdivia, el Cruces y el Calle Calle.

Como curiosidad, ya que es un río de agua dulce, frente al muelle, el atractivo es una pequeña colonia de lobos marinos, que según cuentan, llegaron por equivocación y seducidos por la magia de la ciudad, se instalaron para delicia de los visitantes. También, enfrente de la feria, pueden recorrerse distintos puestos de artesanos donde prevalecen las artesanías de madera, de árboles como el raulí, alerce, entre otros, y tejidos provenientes de comunidades mapuches y del lugar.

Sin caminar demasiado, el viajero puede elegir algunos de los restaurantes que ofrecen platos típicos como el curanto, la paila de mariscos, sopaipillas con pebre, entre otros, en su mayoría elaborados con frutos de mar.

Cruzando el puente Pedro Valvidia, que une el centro de la ciudad con la Isla Teja (donde se emplazan la mayoría de las señoriales residencias alemanas), los pulmones de los visitantes pueden disfrutar de las diferentes especies de la selva valdiviana, sea en el Jardín Botánico ubicado en la Universidad Austral de Chile, o también el Parque Saval, con 50 hectáreas de variada forestación, áreas para picnics y deportes al aire libre.

Para quien pudo recorrerla, Valdivia es un colorido escenario donde se combinan actividades urbanas y posibilidades naturales, donde los sentidos encuentran a cada paso, algo para despertar. Quien no la conoce, elegir esta opción puede ser una experiencia inolvidable.


Excursiones
Tomando como punto de partida el muelle Schuster y siguiendo el curso del río Valdivia se pueda volver atrás en el tiempo, más precisamente al año 1600, cuando la perla del sur era considerada la puerta de entrada hacia el reino de Chile y Perú, simplemente porque era el mejor acceso a Sudamérica desde Europa.

En la isla de Corral, por ejemplo, se encuentran todavía las viejas fortificaciones, como el Castillo de San Sebastián de la Cruz, el fuerte en la localidad de Niebla o el Castillo de San Pedro de Alcántara en Mancera.

Otra opción es un tren que funciona en los meses de enero y febrero solamente, que hace una excursión por la ciudad de Valdivia, también retrocediendo en el tiempo, pero esta vez a la mitad del siglo XX, y combina los ríos, la forestación y las tradiciones del lugar.

Y si al viajero no le alcanzan las aguas dulces puede llegarse hasta las playas de Niebla, los Molinos, o Curiñanco, a no más de 20 kilómetros de la ciudad, donde entre acantilados, arenas negras y tranquilidad marina, podrá disfrutar del océano Pacífico.
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El muelle Schuster es el punto de partida para las excursiones fluviales.

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